l domingo pasado, en el Teatro de Bellas Artes, las hermanas Christina y Michelle Naughton concluyeron su recital con una vitaminada versión (fuera de programa) en piano a cuatro manos del Boogie de Paul Schoenfield. Aquello sonaba como tres pianos a doce manos debido a la efervescente ejecución de las pianistas de Nueva Jersey, a pesar de lo cual nunca se perdió la claridad de los materiales melódicos ni el sabroso perfil armónico del blues. Antes, para concluir el programa propuesto, las Naughton habían tocado estupendamente el extenso y complejo ciclo Visiones del Amén, para dos pianos, de Olivier Messiaen, transitando de manera experta entre lo devocional, lo contemplativo, lo impresionista y lo apocalíptico de esta singular obra. Sabiduría madura, también, en el balance propuesto por las Naughton en los numerosos pasajes en los que Messiaen hace coincidir campos armónicos sugestivamente ambiguos con dulces tríadas mayores. A lo largo de las siete partes de las Visiones del Amén, Christina y Michelle Naughton dieron a la obra, en todo momento, el tiempo y el espacio sonoro necesarios para lograr una buena articulación entre unas secciones y otras, así como entre los episodios que conforman cada sección.
Previamente, las hermanas Naughton habían tocado con empuje y autoridad la compleja obra Hallelujah Junction, para dos pianos, de John Adams. Aquí destacó la disciplina conjunta en el tempo y el ritmo para lograr el difícil ensamble de la propuesta polirrítmica de Adams. De hecho, la vibrante ejecución de Hallelujah Junction a cargo de las pianistas tuvo en común con la de Visiones del Amén una certera concentración de ambas para resolver la asincronía entre los distintos acentos y patrones rítmicos. Antes de Adams, las Naughton interpretaron una de las notables partituras de Wolfgang Amadeus Mozart para piano a cuatro manos, Andante y variaciones K. 501. Fue quizá en esta obra donde las hermanas dieron el mejor testimonio de que además de tener una técnica de primer nivel y una labor de conjunto de envidiable empaque, son asiduas estudiosas y practicantes de aquellas cuestiones de estilo que dan su verdadero perfil a las músicas de diversa época y origen. En esta obra mozartiana, la transparencia textural lograda por las Naughton no estuvo reñida con la buena proyección sonora y las bien calibradas gradaciones dinámicas. Y, como debe ser en esta música que requiere aire puro para respirar y discurrir, poco o nada de uso de pedal en el piano, para no aglomerar resonancias espurias porque, en este caso, las resonancias naturales están explícitas en la escritura experta de Mozart. Especialmente atractiva en este Mozart de las hermanas Naughton, la dramática pero nunca manierista transición a la variación en el modo menor, y la vuelta al brillante sol mayor básico de la pieza.
Este excelente recital de Christina y Michelle Naughton, que además de muy bien tocado estuvo muy bien programado, se inició con el Andante y Allegro brillante, para piano a cuatro manos, de Félix Mendelssohn. De nuevo, atención puntual por parte de las pianistas al estilo y a la densidad de las texturas de la música, poniendo de relieve la sonrisa perenne del niño mimado por la Diosa Fortuna que fue Mendelssohn. Ejecución redonda y sin costuras, con particular eficacia de las hermanas en pasarse los temas de la obra de una a otra y de regreso. También en este Andante y allegro brillante, gran sutileza en las dinámicas finamente graduadas y, destacadamente, un eficaz manejo de la suspensión que propone Mendelssohn antes de la coda de la obra, que dio lugar a un gozoso episodio de guiños musicales compartidos entre estas dos destacadas y luminosas jóvenes pianistas. Ojalá que alguna de nuestras orquestas las traiga de regreso pronto; ante lo escuchado en este gran recital, hay que suponer que las hermanas Christina y Michelle Naughton pueden hacer grandes interpretaciones de obras concertantes de Mendelssohn, Mozart, Bruch, Poulenc, Bartók y otros compositores que escribieron para dos pianos con acompañamiento.