ace unos días, el 8 de abril, celebré el Día Internacional del Pueblo Gitano escuchando de nuevo Potro de rabia y miel, último disco de un grande del cante flamenco. Al final de sus días, José Monge, Camarón de la Isla, era un hombre que le temía al mal fario. Para poder sobrellevar su vida con ese miedo que le quemaba los huesos se sumergió en el alcohol y, más tarde, para poder salir de él se comenzó a inmolar con heroína sin inyectársela. No sabemos si el mal fario algun día lo alcanzó. Sí sabemos que en el verano de 1992 la muerte lo visitó, acalló su voz privilegiada y que desde ese momento el duende de su forma de cantar camina por Andalucía y por el mundo entero tratando de encontrar algún vehículo para poder emerger, en un torrente, el sentimiento gitano que expresa su rabia y su felicidad en un grito secular, resumen de sabiduría irrepetible.
Paco de Lucía decía que Camarón lo volvió loco desde la primera ocasión en la que el amanecer los descubrió en Jerez tocando y cantando en el patio de la casa de El Parrilla. “No podía entender esa perfección cantando, esa afinación, ese dominio, ese gusto. Lo tenía todo. Esa noche descubrí quién era Camarón y me hice camaronero para siempre”.
Al cabo de los años su relación se fue tejiendo y grabaron sus primeros discos juntos en 1969. Y de allí a la eternidad. Potro de rabia y miel, grabado entre 1991 y 1992, es el último de los discos de Camarón de la Isla, el gigante de los cantaores de flamenco del último siglo, sólo comparable quizá con Manolo Caracol y Juan de Mairena.
Como toda rueda de fortuna el disco está producido por Paco de Lucía, hijo de Antonio Sánchez, el primer productor que llevó a Camarón a un estudio de grabación 23 años antes. Desde entonces 15 fueron sus producciones discográficas. La más cuidadosamente preparada es sin duda esta última. En ella participan quienes fueron prácticamente sus únicos guitarras a lo largo de todos sus años de cante, Paco de Lucía y Tomatito; en el bajo el flamenco catalán Carlos Benavent; en las percusiones Manuel Soler, Guadiana, Ramón el Portugués y Antonio Carmona de Ketama; en los coros Antonio Humanes y Esperanza Fernandez, y al baile, Ramírez. La portada y todas las ilustraciones del disco son una creación de Miquel Barceló.
Dos años le llevó a Paco de Lucía terminar este disco, el único en el que la casa discográfica no paró en mientes para realizarlo. Como era su costumbre de gitano que no aceptaba rienda, Camarón faltaba a las citas, o llegaba y no cantaba, pues no sentía el duende dentro, y el tiempo se les iba en pláticas interminables sobre la isla de San Fernando en el mero medio de las marismas de Cádiz, donde crecieron casi todos; de las escapadas que se daba el Camarón a los siete años, acompañado por Rancapino, para cantar en tranvías y camiones, y de cuando debutó como cantaor a los ocho años en la famosa Venta de Vargas de San Fernando, en medio de las fotos y de la presencia de los grandes de la época, Juan Belmonte, Arruza, Juan Talega, Fosforito, Lola Flores, La Niña de los Peines, El Chaqueta, Juan de Mairena y Manolo Caracol, estos cuatro últimos los cantaores más respetados de Camarón.
Con toda la contundencia de la sencillez, Tomatito, quien lo acompañó a la guitarra desde que tenía 16 años, lo expresa claro entre lágrimas cada vez que lo recuerda: “Camarón es Dios”.
Dice Kiko Veneno que “gran parte de la vida de Camarón fue ya pura leyenda, marcada por el destino del héroe solitario. ¿Cómo escapar a la maldición de cantar como los dioses?... Lo más grande de Camarón es que era bueno, humilde. Lo más misterioso de su inteligencia, de su cante es que, siendo de otra galaxia, nos llega claro como el agua. El milagro de la vida es que nos transmitió melodías imposibles con la certeza de un corazón herido”. Paco de Lucía lo dijo poco después de su muerte: La música te llega o no te llega y no necesita de palabras o de explicaciones. Nosotros hablábamos en silencio, pues era mucho más directa nuestra compenetración a través de la música
. Exactamente no sé qué descubrimos juntos. Fueron cosas muy sutiles y difíciles de explicar, detallitos y tonos que se acumulaban unos tras otros y que dieron lugar a lo que hicimos
. Hicieron sólo música, grandeza.
Potro de rabia y miel resume el arte en el cante de bulerías, seguirillas, tangos y tanguillos, rumbas, fandangos, soleás, tientos y tarantos. Ese arte irrepetible que al decir de los gitanos sólo puede compararse con Federico García Lorca, con Pablo Picasso, con Manuel de Falla y con Francisco de Goya. Por eso los invito a celebrar al pueblo gitano, cada día, escuchando a Camarón de la Isla.
Hoy, la luz de Sevilla, la de Málaga, la de Cádiz, la de la isla de San Fernando, ya no puede oír la voz de Camarón y la Giralda, y las barcas del Mediterráneo se miran con ojos nublados por su ausencia. Los ladrillos de los muros y las tejas de los techos guardan sin embargo entre sus texturas el orgullo y el duende de su cante. Quizás en los próximos cien años esa esencia del pueblo gitano encuentre otro ser para expresarse. Así sea.
Twitter: @cesar_moheno