Sobre el comportamiento del papa Francisco durante su visita a México
ale la pena recordar el objetivo que la columneta se propuso al intentar sumergirse en la vida y milagros de don Francisco (si estos últimos aún no han sido dados a conocer, ya lo serán, en caso de que el grupo Bergoglio perdure dentro de la nomenklatura vaticana. Si no, en vez de un Papa esplendente, el primero de nuestro continente, será tan sólo un pontífice tercermundista que no justificó la igualdad de etnia a la que tuvo oportunidad). Esta punitiva inmersión tenía la sana intención de encontrar una explicación racional al comportamiento asumido por don Francisco durante su visita a nuestro país.
Apenas el avión se estabilizaba, las aeromozas autorizaban el uso de los instrumentos electrónicos y anunciaban el primer servicio de bar (permítaseme el comercial, pero la mejor Sangre de Cristo que se conoce es de la Casa Madero, de Parras de la Fuente, Coahuila), cuando la insatisfacción, casi me atrevería a decir remordimiento de conciencia de Su Santidad (pero no me atrevo, porque este sentimiento, en un Papa, debe ser más fuerte que tres piedras de río en la vesícula o el riñón), lo obligó a formular unas declaraciones que, pese a sus buenas intenciones, no hicieron sino enturbiar las aguas y encrespar el oleaje. Afloraron sentimientos y aún resentimientos que sólo se comentaban sotto voce. También salieron a relucir algunos datos que habían sido pasados por alto o mencionados al desgaire, por ejemplo: que el tiempo y el trato otorgados a la opulencia, frente al concedido al infelizaje y la indigencia, fue totalmente asimétrico. Que fue mucho más fácil, efectista y sin consecuencias condenar la discriminación, la esclavitud y el genocidio indígena de hace 500 años, que el robo de las tierras, agua, bosques y minerales en el presente. Que no se queda mal con nadie pidiéndole perdón a Cuauhtémoc (ninguno de los de ahorita, sino el último tlatoani azteca) por el infame calentamiento personal
a que fue sometido por el conquistador, con la bendición, por supuesto, del capellán del equipo denominado Los barbados de ultramar, Bartolomé de Ochaita, alias Bartolomé de Olmedo, fraile mercedario y chozno de Alejandro, del mismo apellido.
A este correctivo se le reconoce históricamente como la primera y exitosa aplicación del popular y eficaz programa Hoy no circula.
Contra la obediencia ejemplar del buen Lázaro, de la que nos habla la Biblia Reina Valera, quien a la primera indicación de don Jesucristo (Juan ll:1-43, Lucas 77:14) se levantó y anduvo, este indio remiso
(diría Monsi) se negó a participar de nueva cuenta en marcha alguna. De allí viene la otra sentencia: No tiene la culpa el indio, sino quien lo insta a seguir adelante por el camino del desarrollo y la globalización. Está por demás, los indios son muy apegados a la naturaleza, a las plantas, sobre todo si son las de sus pies
.
Lo que si no hubiera sido muy civilizado es que, al clamor de amplios sectores de creyentes y otros no tanto, se hubiera emitido una expresión de solidaridad con las familias de los infantes incinerados en la guardería ABC, sociedad anónima. Aunque ni tan anónima, pues ya es del conocimiento del respetable que este lucrativo negocio surge bajo el patronazgo de la ilustre doña Margarita Zavala quien, con la humildad y modestia que le son propias, ocultó el parentesco que la unía con las socias, hasta que algunas indiscretas fotografías familiares dieron otra opinión, más allá de la falacia del Photoshop.
Pero nos estamos adelantando y opinando antes de brindar la suficiente información de don Francisco (como el lunes pasado), que nos permita continuar en nuestra búsqueda de datos, hipótesis, explicaciones sobre el comportamiento asumido durante su reciente visita a nuestro país. Pienso que la explicación es tan sencilla y lógica, que cuando nos viene a la mente nos parece una simplonería y seguimos empeñados en amputarle una pata al gato.
Antes de consagrarse a la vida religiosa (seminario de Villa Devoto y luego noviciado de la Compañía de Jesús), don Jorge Mario estudió para técnico químico y desempeñó algunos trabajos por demás disímbolos: laboratorios, fábrica de calcetines y aun en una discoteca (¿sería cadenero o, en su caso, estolero? Estola: banda de tela larga y estrecha que usan los sacerdotes sobre la casulla).
Su vida secular fue breve y, simplemente, la continuación de su pubertad, adolescencia y juventud. Cincuenta y ocho años de su vida se resumen en unas cuantas palabras: dedicado, en cuerpo y alma (literalmente), a vivir intensamente su actividad eclesiástica. Claro que dentro de la forma en que lo hizo se dan momentos muy singulares que lo diferencian tanto de Juan Pablo II, el Werther tardío del Vaticano, quien por más de 30 años sostuvo relaciones epistolares, progresivamente íntimas, con la filósofa italiana Anna Teresa Tymieniecka, o de Joseph Ratzinger, alias Benedicto XVI, quien aunque afirmó jamás haber disparado un solo tiro, reconoció haber militado en las filas nazis que custodiaban el campo de concentración de Dachau. El llamado panzer-Papa pretende disculparse diciendo que era imposible resistirse a colaborar con los nazis, pero numerosos familiares de quienes sí lo hicieron y pagaron con su vida ese detallito de dignidad, lo desmienten.
Bueno, emparentado con un asunto tan delicado como la colaboración de la Iglesia católica con el nazismo está el comportamiento de la Iglesia argentina con las bestiales dictaduras de Jorge Rafael Videla y Emilio Massera. Hay voces, no pocas ni nada despreciables, que se preguntan: ¿qué papel jugó Jorge Mario en esos momentos críticos en los que él ya era prominente figura? Tengo versiones encontradas al respecto, que pienso deban ser aireadas, confrontadas. Haré lo posible por intentar que la columneta asuma ese riesgo pero, por ahora, concretémonos en explicar por qué don Francisco decidió decepcionar a sus fans y pronunciar sermones que fueron más light que los del concurso de Miss Universo: ¡que en el mundo no haya guerra ni siquiera de gotcha o painball! ¡Que todos los niños tengan, cada mañana en su desayuno, una ración triple de Fruti lupis!
En primer lugar, don Francisco no viene con visa de turista. Él es un jefe de Estado. Aunque viniera en viaje de bodas, a recolectar gusanos de maguey o a practicar un deporte extremo (si fuera don Juan Pablo II podríamos imaginarlo), está obligado a mínimas normas de comportamiento: por ejemplo, no meterse en asuntos que, por su carácter interior, no le incumben. No todo mundo puede ser patán como Nicolas Paul Stéphane Sarkozy. En segundo, don Francisco es el príncipe de una de las comunidades religiosas más poderosas del planeta, pese a lo cual el Vaticano recibe de este desahuciado país recursos que a don Aristóteles Nuñez le provocarían reacciones orgásmicas. Entonces, con México mejor no menealle. El Estado mexicano y el Estado Vaticano –gracias, don Carlos– están ahora, después de superar una lamentable historia jacobina, convenientemente imbricados.
Finalmente, la estructura anímica, cognitiva del Papa, que por ahora no da para más, hay que cimbrarla, expandirla. Que la inmensa simpatía que su persona (y, muy importante, su imagen) despierta no influya en nuestro criterio y juicio. Pasemos a don Francisco al ultrasonido, la tomografía y, con afecto, registrémoslo cual es. Para empezar, un creyente a pies juntillas del creacionismo como explicación del mundo y de la vida. El evolucionismo, para él, un desacato, un pecado de soberbia. El materialismo le resulta un conjuro demoniaco (acuérdense de que él insiste en la existencia de Satanás). La concupiscencia, el fierro maldito con el que se marcó el destino de la especie. Pues todo eso puede ser transformado (¿o no la materia es transformación permanente?) y Bergoglio recuperado al camino de la luz, la verdad y la vida.
Está bien, me mandé, pero no nieguen que Bergoglio puede ser un buen compañero de camino
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