el Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) –cuyas resoluciones aún no se conocen sino en líneas muy generales– parecen desprenderse algunas importantes conclusiones.
La más simple es que, como en China y Vietnam, el equipo de dirigentes gerontos intentará un recambio generacional rejuveneciendo la dirección del partido y del Estado, cosa que en el pasado intentó ya Fidel Castro sin grandes resultados haciendo nombrar en ministerios claves a militantes jóvenes. Aunque ser joven no garantiza la capacidad, la cultura y los conocimientos y la apertura mental (muchos jóvenes son conservadores y burocráticos), esta medida al menos favorece las innovaciones que son tan necesarias en la isla.
Otra, más importante, es que Raúl Castro confirmó la existencia en el partido tanto de una tendencia nostálgica del periodo en que el aparato estatal cubano tomaba de modelo al soviético y también de otra mucho más peligrosa, abierta al capitalismo, como en China. Parece que por lo menos el equipo actualmente gobernante rechaza ambas tendencias y prefiere seguir una línea pragmática y cauta.
El Congreso confirmó públicamente una concepción burocrática y sustitutiva de la clase obrera y la sociedad que dice representar. El eje de todo es, para él, el partido, el cual pasa de instrumento –según Marx o Lenin– a la categoría de vanguardia eterna siempre infalible y que decide por los trabajadores, a pesar de que los cubanos tienen por lo menos 10 años de escolaridad, gran creatividad y capacidad, así como un nivel cultural muy superior al ya importante que tenían en 1959.
No hay República sin ciudadanos y tampoco la hay si en el Estado, que subsiste transitoriamente, no existe al menos un esfuerzo por construir las bases del socialismo.
Éstas son la democracia plena, la autogestión y las decisiones libremente asumidas después de discutirlas en asamblea, la solidaridad en la lucha por los propósitos comunes, información popular amplia y democrática que dé los elementos a los trabajadores para comparar, decidir y comprender qué sucede en un mundo hostil a la revolución cubana, en el que no hay socialismo en ninguna parte y sólo pequeñas minorías de personas se orientan aún por ese objetivo.
El secretismo de los aparatos, como el latín de los curas, sólo sirve para esconder y defender privilegios de unos pocos. La verdad es revolucionaria y hay que eliminar todas las trabas a una completa transparencia que eduque en el socialismo. Por eso la información libre de censura y la construcción de organismos de prensa que no den vergüenza ajena, que sean creíbles, debería ser uno de los objetivos inmediatos después del Congreso. El pueblo cubano, que es el protagonista real de la lucha por la independencia nacional y por la construcción de elementos de socialismo en la democracia, debe saber qué pasa, qué se discute en los círculos áulicos, de qué se trata en las veladas alusiones en los documentos oficiales.
Tiene razón Raúl Castro cuando declara que la fase actual es de defensa de la soberanía nacional, no la de un socialismo que no existe en Cuba ni en ningún otro país. Es la fase de la extensión de la democracia. Es decir, de las capacidades creativas y políticas, de la resistencia a la opresión imperialista, de la incorporación a la lucha nacional de una gran cantidad de jóvenes que no vivieron bajo el capitalismo y que sólo conocieron en cambio los errores y las dificultades que experimenta Cuba desde hace por lo menos 30 años. Debería hacerse un esfuerzo especial por esos jóvenes que no confían ni en el socialismo ni en el futuro cubano y que podrían ser atraídos por la reacción internacional si llegase a Cuba un turismo de masas estadunidense, con su flujo de dólares y su ideología.
La burocracia no es un arma de combate porque es conservadora. Sólo una discusión libre sobre todos los problemas –y el recurso a argumentos de calidad que ganen la cabeza y el corazón de la gente común– puede construir una muralla infranqueable por las miserables propuestas del imperialismo y sus valores hedonistas y egoístas. ¡Hay que confiar en el pueblo cubano!
Para Lenin y Trotsky, el partido único sin discusión abierta entre las tendencias que tuvieron que aceptar en los primeros años de la Unión Soviética fue sólo una aberración transitoria resultante de la guerra civil y de la invasión de las grandes potencias. Ese partido único, así como el llamado marxismoleninismo, son invenciones de la burocracia estalinista que terminó hundiendo a la Unión Soviética y su bloque mal llamado socialista
. Cuba debe volver al Lenin de hasta 1922, el que era líder de una tendencia revolucionaria dentro de un partido –la socialdemocracia internacional– en el que él no vacilaba en quedar en minoría.
No hay socialismo sin socialistas ni hay socialistas sin democracia y sin libre discusión en el partido que quiere luchar por el socialismo. El pueblo cubano puede soportar las dificultades –lo está haciendo desde hace décadas–, pero no puede soportar ya las mentiras, las medias verdades ni ser tratado como menor de edad por una burocracia que decide todo en su lugar y encima le echa la culpa de muchos errores.
Cuba, ante el hundimiento ignominioso de los gobiernos capitalistas progresistas
en que se apoyaba, debe recuperar el puesto perdido hace rato de faro para los revolucionarios latinoamericanos renovando su vida política y administrativa y apelando a los socialistas autogestionarios que existen tanto dentro del partido como fuera de éste. ¡La revolución y la misma independencia cubana están en peligro y todos debemos salvarlas!
Terminado el Congreso del PCC debe comenzar ahora un congreso
mucho más importante, el de la discusión del pueblo cubano, que tenga sin duda en cuenta las resoluciones positivas que pueda haber emitido el primero pero que, sobre todo, agregue o borre lo que sea necesario agregar o cancelar y haga suyo un plan de lucha contra el imperialismo, contra los privilegios, contra la burocracia, por un verdadero socialismo. Con democracia interna y la ayuda mundial de los revolucionarios, el pueblo cubano vencerá.