esde la óptica que nos da la ecología política, que es una combinación de pensamiento complejo con pensamiento crítico, poco a poco se va delineando una suerte de guerra estelar
entre el Capital y el Estado de una parte, y la Humanidad y la Naturaleza de la otra. Se trata de una batalla no sólo entre explotadores y explotados, sino entre los que calientan el planeta y los que lo enfrían; entre el suicidio y la supervivencia. A la lucha de clases la ha sucedido una lucha de especies: predadores y parásitos (que representan uno por ciento o menos), es decir, élites económicas y políticas de un lado, y el resto de la humanidad con la naturaleza y el planeta del otro. Los escenarios son los territorios no sólo rurales, sino urbanos; no sólo en México y Latinoamérica, sino en el resto del mundo.
Como hemos señalado, estas batallas se ganan construyendo el poder social o ciudadano, proceso que comienza por la defensa de los territorios y sigue con su control y emancipación (véase nuestro libro Ecocidio en México, Grijalbo, 2015). Este proceso de liberación implica conciencia y organización ciudadanas, defensa jurídica, autogobierno y autogestión, pero también tecnología. No cualquier clase de tecnología, sino (eco)tecnologías, limpias, accesibles y baratas y, sobre todo, dotadas de una doble virtud: en armonía con los procesos de la naturaleza y al servicio de ese poder ciudadano. ¿Cómo se logra esto?
Así como no existe una sola ciencia, tampoco hay una única tecnología. La neutralidad en el conocimiento básico y aplicado es un mito. Todo aporte científico y técnico está marcado por fines precisos que son claramente visibles o que permanecen ocultos o deliberadamente invisibilizados. En su versión más avanzada, las llamadas ecotecnologías responden a requerimientos diferentes e incluso antitéticos a los que enmarcan en las tecnologías convencionales o dominantes. Esta distinción ha surgido de una larga reflexión de por lo menos cinco décadas y de los aportes de autores como I. Illich, E. Schumacher, A. Smith, A. Alatorre, O. Masera y H. Hieronimi. Existe toda una gama de innovaciones y propuestas bajo los términos de tecnologías alternativas, apropiadas, intermedias, limpias, etc. Sin embargo toda verdadera ecotecnología responde a por lo menos siete condiciones: 1. satisface necesidades humanas básicas, 2. es de bajo costo, 3. es de pequeña escala, 4. induce la autosuficiencia, 5. descentraliza, 6. empodera a los ciudadanos y 7. trabaja en armonía con la naturaleza.
Las ecotecnologías sirven para resolver problemas en la producción de energía, agua y alimentos, en el manejo de residuos y basura, así como en la construcción de viviendas, y en términos espaciales comienzan aplicándose a escala del hogar. Por ello son claves en el cumplimiento de los cuatro objetivos del poder ciudadano o social para el control de los territorios: autogobierno, autogestión, autosuficiencia y autodefensa. Entre las ecotecnologías más conocidas se encuentran paneles fotovoltaicos, aerogeneradores, focos y lámparas ahorradoras, estufas mejoradas, deshidratadoras y calentadores solares, biodigestores y biofiltros, captadores de agua de lluvia y de humedad del ambiente, biofertilizantes y huertos domésticos, viviendas bioclimáticas. En su versión óptima, los hogares de un territorio emancipado son autosuficientes en energía (obtienen electricidad del Sol y le venden no le compran a la Comisión Federal de Electricidad), agua (la captan de la lluvia y/o de la humedad ambiental y la acumulan) y alimentos (en la medida de cada circunstancia). También reciclan basura y agua y utilizan materiales locales, baratos y de fácil manejo. En uno de los ejemplos más esperanzadores que existen en México, la unión de cooperativas indígenas Tosepan Titataniske (unidos venceremos
, en náhuatl) lleva construidas más de 10 mil 500 casas ecológicas en la Sierra Norte de Puebla, mediante financiamiento de su propio banco del pueblo
, el cual alcanza 30 mil socios y sigue creciendo.
Las ecotecnologías como vías de emancipación social y para la defensa de los territorios se ven claramente reconocidas cuando se ponen en el contexto de la ecología política. Tomemos el caso de la energía del viento. Una modalidad es generar electricidad mediante gigantescas veletas o aerogeneradores construidos y manejados por empresas trasnacionales (poder económico) o instituciones de gobierno (poder político) que producen energía centralizada y gestionada por ellas mismas en territorios comunitarios o ejidales rentados; y otra cosa es el diseño e implementación de pequeños o medianos captadores a escala del hogar, manzanas, barrios o comunidades, siempre bajo control ciudadano. El ojo tecnocrático busca siempre proyectos gigantes, centralizadores y técnicamente sofisticados (sólo conocidos por expertos
) bajo el control corporativo o estatal. Otro caso es el del agua. Una es la versión de las grandes presas hidroeléctricas, que dislocan los sistemas hidráulicos regionales, afectan los equilibrios ecológicos y amenazan la existencia de flora y fauna, o la de los trasvases que llevan agua a las ciudades, y otra la de decenas o cientos de microhidroeléctricas que aprovechan la caída de agua en pendientes sin alterar su curso y que son manejadas por propietarios individuales o por grupos de vecinos o productores. Sólo las 32 presas mayores construidas en México han desplazado a cerca de 200 mil personas. Hoy en México existen territorios afectados por un abanico de proyectos destructivos en 420 municipios. En contraparte, hay unos mil proyectos exitosos, consolidados o en proceso, que avanzan hacia el control social de los territorios. En ambos casos se requieren ecotecnólogos que se vuelquen al diseño, adaptación y puesta en práctica de toda una gama de tecnologías por y para la vida.
* Este ensayo fue inspirado por la obra La ecotecnología en México y por la Red Ecotecnias de México ([email protected]).