ería de esperar que México, sus funcionarios, supieran separar el trigo de la paja y estuvieran estudiando a fondo el fenómeno Trump como amenaza cumplida. Puede llegar o no a la presidencia, pero el terreno ya está minado para los altos intereses nacionales. Son serios escollos para políticas nacionales que dependen con mucho de la buena relación con una cincuentena de instituciones oficiales en Washington, entre ellas el Congreso y los poderosos think tanks.
Debemos dejar en su nivel el interés por los hechos de la vida cotidiana, por importantes que parezcan al momento, y echar la vista hacia lo profundo del horizonte. Hasta hace poco Trump era materia de fol-clor, hoy ya no lo es. No deberíamos verlo así. Por querer lucir como grandes expertos en todo lo ruidoso del momento, nos aplicamos poco en examinar esa carga de retos que nos trae Trump, no en su discurso electoral, sino en su morral inevitable.
El efecto Trump demanda la atención más acabada para custodiar los grandes intereses nacionales, la Ley de Seguridad Nacional lo precisa. El regalo
Trump, con distintos tiempos y perfiles, serán problemas nacionales del rango de amenaza, como la advierte la ley. Cumplirla es un mandato, no es opción.
Ley de Seguridad Nacional artículo 5, fracción II. Actos de interferencia extranjera en los asuntos nacionales que puedan implicar una afectación al Estado Mexicano...
Trump es, a la luz de la historia, de la ley, la política y la razón, una amenaza para la seguridad nacional. Su estudio preventivo y propuestas de reacción debían haberse iniciado hace meses de manera coherente y metodológica para no dar palos de ciego, como está sucediendo con expresiones deshilvanadas del Presidente, la canciller u otros funcionarios. ¿Quién lo va a hacer?
La respuesta en un gobierno sistematizado y no caprichoso sería fácil: el Consejo de Seguridad Nacional que prevé la ley de la materia en sus artículos del 9 al 17. Pero siendo realistas, un gobierno caprichoso, envanecido como el nuestro, no actuaría de esa manera, lo haría con base en decisiones personales, glamorosas y sin tener en cuenta la gran profundidad y trascendencia de tres posibles escenarios: 1. Trump triunfante y radicalizado, 2. Trump triunfante y serenado y, 3. Trump derrotado, con Hillary o Sanders triunfador.
Para construir hipótesis sobre cada escenario se empezaría por examinar nuestras flaquezas ante Estados Unidos: política exterior (el muro), crecimiento del crimen trasnacional y factible terrorismo, derechos humanos, turismo, relaciones militares, corrupción, impunidad y sistema de justicia, requerimientos financieros, comercio exterior con especial atención al TLCAN (NAFTA), migraciones y flujos de capital con ese origen. Cada punto tiene amplio sustento.
Desde el punto de vista de cómo amanecería Estados Unidos en enero de 2017, de triunfar Trump, es válido proponer una idea central y hacer derivaciones: Estados Unidos sería un país que enarbolando el triunfalismo de un gobierno republicano impondría políticas y programas para restablecer el american dream con todas las consecuencias.
Una derivación realista sería considerar que si el candidato republicano no triunfa en enero de 2017, Estados Unidos será un país dividido por años, con una ala derecha derrotada, amargada y con ansias de reivindicarse, y una teórica ala izquierda con una presidenta que desde ahora empieza a mostrar su cara radical con manifestaciones injerencistas, algunas de ellas significativamente adversas al interés nacional mexicano. El gobierno Clinton o Sanders, con un terreno minado por los resentimientos de un país escindido por el efecto Trump, recibiría una mala herencia que condicionaría sus políticas hacia México, sin excluir que tendría algún gesto inerte de buena voluntad, como ya es tradición verlo, la iniciativa Mérida es un caso.
En cualquiera de los casos hipotéticamente planteados, las relaciones bilaterales México-Estados Unidos se desarrollarían a futuro en el más denso ambiente, significativamente difícil. El efecto Trump, presidente o no, será lesivo al interés nacional, más cuando la canciller Ruiz Massieu, en sus ensueños presidencialistas, plantea inoportunas ideas como la de una política exterior bilingüe (¿?) y archivar los principios constitucionales que rigen la política exterior, artículo 89, fracción X, particularmente el de no intervención. El espíritu de Tlatelolco se sacudió ante tal desparpajo.
La señora hizo un discurso académico, teórico, liberal, modernista, para ser dicho ante la Heritage Foundation. No advirtió la carga histórica del sitial que ocupa hoy día de cara al efecto Trump. Es el sitial de enormes mexicanos, lúcidos, leales a su país, prestigios universales. La canciller con tal discurso demuestra que no advierte la grandiosidad de sus deberes. Su grácil visión fue mandar al embajador a ponerse los guantes con Donald Trump.