a depresión que tiene mil caras se me escapa y el dolor adquiere voz para poder decir mi locura en la magia de ese exceso, más allá del más allá. El vértigo de la nostalgia encontró en el lenguaje musical aliento de pases naturales con ritmo de claveles perdidos, en hermoso sudario de historia de la Ciudad de México (CDMX), donde el dolor de lo íntimo encuentra el desborde de la sensualidad insatisfecha: persecución permanente.
Tan aburrida, resignada a punto de estallar; la República toca los límites bárbaros anunciados por las brujas oaxaqueñas: dolores sicológicos atraviesan del sol a la sombra y de un lado al otro; la frente, los brazos, las manos, en temblorina senil que hace tropezar por todos lados, no ver nada adelante, ni los taxis ni camionetas negras de guaruras ni camiones ruta cien ni dónde estacionarme, etcétera; ni la lluvia martilleante. Ni siquiera las banquetas sin barrer, sólo imágenes, llamas naranjas en los basurales caracoleando una ronda, hecha de líneas curvas. Deseo de mujer, flora hipnótica de esquemas sin lógica. Locura certificada.
Gracias al eclipse de una claridad íntima en que revivía el siglo ya pasado de mi vida, siempre vivo en el girar del caleidoscopio que transgredía representaciones sobre el invisible reino de las sombras, sutil tinta hilo de araña que encimaba nuevos amores, soñar viejos amores que me determinaban a escribir otros. Este fin de semana electorero otros que serán igualmente encimados, rasgados y sustituidos por tinta sangre más marcada que por presente resalte el original. Camino al almacén de la memoria a soñar aquella semana en cuyo trazo fue más intenso, más marcado, por el dolor de la separación siempre igual y diferente.
¿CDMX? que sería muchas CDMX estructuradas en la noche del más acá. Movimientos que aparecían y desaparecían en el desgarrado estrépito de ondulaciones que rompían en los recovecos de los ojos de mi morena, mirada bermellón sangre oscura de transparencia rojo ambarino que me transmitía la faena única expresada en deseo brutal de atraparla en el aire roto angustia monocorde: tristeza, verónica rasgada y apagada en la memoria, que se escapaba una y otra vez y una y otra vez volvía a escriturarse en el giro del pase natural en que me enroscaba a su cintura.
Faena imposible que dejaba un rastro sensual con olor a mujer inasible entre compases de música flamenca, pájaros en melódico diseño que llenaban el aire de gotas de sonido martillante y ensordecedor, como martinete en noche granadina, escondido entre los muros de la Alhambra, al fragor del frenesí de imágenes húmedas inexploradas, íntima profundización en el imperio subterráneo de la barbarie que sólo en las grandes tardes-noches se sublima en trazos que son movimientos de languidez moruna, tristeza inacabable.