ermosillo, Son. Una fugaz estancia en esta calurosa ciudad me permitió asomarme a algunos de los actos programados en la edición de 2016 del Festival Internacional del Pitic, conocido anteriormente como Fiestas del Pitic.
He aquí un rápido reporte. Uno de los proyectos culturales sonorenses más interesantes y atractivos del momento es, sin duda, el grupo Libro Abierto. Se dedican a componer corridos sobre grandes clásicos de la literatura de todos los tiempos, de todo el mundo, con la saludable intención de fomentar la lectura.
Las adaptaciones son inteligentes, la música es clara y directa, y además del corrido, abordan de vez en cuando otros géneros, como el bolero. Sus presentaciones son divertidas, relajadas y desparpajadas, pero debajo del disfrutable jolgorio hay un serio y loable intento de destetar a la gente de sus dispositivos
electrónicos y acercarla a esos singulares dispositivos
de tinta sobre papel que contienen tanta cosa interesante.
Libro Abierto ha producido ya dos discos compactos (hay que escucharlos, pero ya) y está en la estufa un tercero, dedicado a Cervantes y Shakespeare. Dicho lo cual, es una pena que a la tocada de Libro Abierto en el parque Madero de esta ciudad no haya asistido más de una treintena de personas. Los que no fueron no tienen culpa: programar una tocada/cantada al aire libre bajo el sol calcinante y la temperatura agobiante de las cinco de la tarde en mayo no es precisamente la mejor motivación. A pesar de ello, Libro Abierto salió a escena y se enfrentó con enjundia y buen humor a las condiciones adversas, y demostró una vez más que sus norteños corridos literarios merecen ser escuchados con atención, disfrutados y divulgados a los cuatro vientos.
Bastante ópera, un poco de zarzuela y una buena dosis de canción popular de origen diverso fueron los ingredientes del buen recital ofrecido en el patio del palacio de gobierno por la soprano estadunidense Chloe Moore y el pianista mexicano Héctor Acosta, quienes tuvieron que luchar contra el viento, contra una acústica menos que ideal y contra algunos desperfectos técnicos de luz y sonido. Sin embargo, el recital fue atractivo y bien logrado, evidentemente bien preparado, y realizado con una inteligente continuidad de repertorio.
Durante el recital, fue posible apreciar en Chloe Moore a una soprano de voz potente y bien proyectada, cuyo principal atractivo fue, sin duda, la riqueza y empaque de sus registros medio y grave, sin detrimento alguno de sus notas altas. Sus mejores interpretaciones: la Canción de la luna de la Rusalka de Dvorák, un aria de María de Rohan de Donizetti y el clásico de Gershwin, I got rhythm. Muy profesional, también el acompañamiento de Héctor Acosta.
Con un injustificable y grosero retraso de casi una hora (no imputable, para nada, a los músicos) se inició en el Teatro de la Ciudad el concierto del Cuarteto Latinoamericano dedicado, con un programa inglés, a la conmemoración de Shakespeare 400. Muy bien aplicados los elementos de estilo antiguo para hacer sonar al CL como un viol consort renacentista en las Dos fantasías de Henry Purcell. Muy bien matizada y equilibrada la ejecución de Late Swallows de Frederick Delius, en la que el cuarteto transitó con fluidez por los ires y venires entre romanticismo, impresionismo y los fugaces toques de modernismo interpolados por el compositor. Y después de una sólida interpretación de las correctas pero poco expresivas Novelletten de Frank Bridge, se unió al CL la cantante sonorense Elena Rivera para The Juliet Letters, obra posmoderna si las hay. Se trata de una extensa suite vocal (se interpretaron 12 de sus 20 números) creada conjuntamente por el cantante Elvis Costello y el Cuarteto Brodsky. Drama, humor, tragedia, sarcasmo, dolor, anhelo, son los condimentos principales de los textos de la obra, sin duda su mayor acierto.
El eclecticismo de la música, precisamente por su origen en la creación colectiva, raya por momentos en la dispersión y se diría que al ciclo le falta cierta cohesión estilística para ser realmente eficaz como una unidad. Este hecho fue paliado en buena medida por la concentración y la continuidad en el criterio interpretativo aplicado por el Cuarteto Latinoamericano y Elena Rivera, quienes lograron un ensamble sólido y coherente.