Como presidente de la Cámara de Diputados abrió el juicio contra Dilma Rousseff
Inhumana persecución
contra su esposa e hija, investigadas por gastar un mdd, acusa
Viernes 8 de julio de 2016, p. 25
Sao Paulo.
Luego de al menos dos meses de reiterar un día sí y el otro también que bajo ninguna circunstancia renunciaría a la presidencia de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, quien cuando ejercía el cargo aceptó abrir un juicio para destituir a Dilma Rousseff, renunció este jueves. Mantiene su escaño, pero no puede ejercerlo por determinación del Supremo Tribunal Federal.
Abrir el juicio contra la presidenta electa fue un acto de venganza de Cunha: él había exigido respaldo del PT para no ser juzgado por sus pares, luego de ser imputado por quiebra de decoro. Cunha está acusado de una serie de delitos que van de corrupción a evasión fiscal. Cada semana surgen nuevas denuncias, con sus respectivas pruebas.
Ayer, luego de haber presentado formalmente su carta de renuncia, Cunha leyó un breve pronunciamiento a los periodistas. No faltaron palabras de apoyo a su aliado Michel Temer, quien ocupa interinamente la presidencia brasileña mientras el juicio a Dilma Rousseff tramita en el Senado. Y tampoco lágrimas de indignación cuando se refirió a la inhumana persecución
llevada a cabo contra su esposa, Claudia Cruz, y su hija mayor, Danielle, de un matrimonio anterior. Las dos son investigadas en un tribunal de primera instancia.
Como un acto más de una obra teatral cuidadosamente ensayada, aunque pésimamente escrita, asesores de Temer dijeron que el interino quedó sorprendido
por la decisión de su apoyador más visible. Quizá se olvidaron de que en la noche del pasado domingo el interino mantuvo una tercera y decisiva reunión con el artífice de su llegada al sillón presidencial, cuando una vez más trató de convencerlo de renunciar.
En esa reunión Cunha puso precio a su renuncia: el apoyo de Temer para que uno de sus leales lo suceda para tratar de impedir que sus pares decidan suspender definitivamente su mandato de diputado, pues perdería el derecho a sólo ser juzgado por el Supremo Tribunal Federal.
Cunha, detonador del golpe institucional en curso, sabe que a estas alturas cualquier movimiento para protegerlo tiene pocas posibilidades de prosperar.
La renuncia abre una serie de interrogantes. Primero, sobre su destino personal. Son muy fuertes los indicios de que cuando su caso sea llevado al pleno de la Cámara, es casi imposible que escape de la condena. Contra él corren dos juicios en el Supremo Tribunal Federal.
Sin fuero, el caso será enviado de inmediato a la justicia común, mucho más rápida. El número de acusaciones comprobadas y la gravedad de los delitos cometidos hacen difícil que escape de la cárcel.
Su actual esposa y su hija mayor ya son investigadas por un tribunal de primera instancia. Ninguna de las dos pudo comprobar renta lícita para justificar gastos con tarjetas de crédito que superan la marca del millón de dólares en poco menos de cuatro años. Y en el caso de Claudia Cruz, que de oscura periodista pasó a cliente preferencial de las más caras tiendas de la plaza Vendôme y otras direcciones doradas en el premier arrondissement de París –donde no se compra ni una bufanda por menos de 500 euros– existe al menos una gorda y secreta cuenta en Suiza. De ahí la ira de Cunha.
Sin embargo, nada de eso significa la liquidación total de su inmenso poder: él es dueño de un arsenal de informaciones que, de salir a la luz, liquidaría a medio Congreso. Con esa amenaza tratará de preservar su mandato y parte substancial de su capacidad de influencia.
Para Temer, la renuncia del socio político puede postergar por algunas semanas la votación de proyectos importantes en la Cámara. El interino tiene mucha prisa por lograr cambios radicales y hacer irreversible su permanencia en el sillón presidencial.
Pero, al mismo tiempo, significa alivio, al quitarle el peso de tener en el Congreso a semejante aliado como principal pilar de sustentación.
Existe el temor de que Cunha –en caso de ser condenado y pierda el fuero– empiece a disparar contra todo y todos. Por eso Temer hará de todo para postergar el juicio de Cunha hasta después que el Senado decida el futuro de Dilma Rousseff, pues, terminado el juego, el aliado será completamente prescindible.
Hoy son fuertes los indicios de que la destitución de Dilma Rousseff es irreversible, pero nada es seguro en un escenario tan turbulento como el que vive Brasil. Y Temer lo sabe muy bien.
De momento su principal urgencia es decidir quién será el nuevo presidente de la Cámara. Hay un acuerdo para que se busque consenso y, al mismo tiempo, para que el sucesor no sea francamente hostil a Cunha.
Se trata, sin embargo, de dos notables y eficaces traidores. Uno sabe que no puede confiar un milímetro en el otro.
A Temer le interesa que la Cámara sea presidida por alguien que le sea fiel a un costo aceptable. A Cunha le interesa alguien que esté directamente bajo su influencia. Será un duelo de titanes.
Un punto, sin embargo, es seguro: la actual composición de la Cámara es de tan bajo nivel, que, no importa quien gane, el país seguirá perdiendo.