Brutalidad policiaca, grave problema en Río de Janeiro
Domingo 10 de julio de 2016, p. 21
Río de Janeiro.
El viernes 5 de agosto –a menos de un mes de distancia en el calendario– los portones del mítico estadio de Maracaná se abrirán para la ceremonia de inicio de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.
Se anuncian atractivas maravillas de la más alta tecnología, capaces de multiplicar el brillo de unos 10 mil figurantes cuidadosamente entrenados para crear, en la ceremonia de apertura, un espectáculo sin precedente, algo absolutamente inolvidable.
El lunes 4 de julio una avanzada de uno de los participantes de especial relieve en los Juegos Olímpicos, la Fuerza de Seguridad Nacional, integrada por policías militarizados de todos los estados brasileños, llegó a Río. Y tuvo una recepción comme il faut: sus integrantes, apenas ingresaron en el área urbana, se vieron en medio de una balacera con una banda periférica del narcotráfico que controla las favelas que se esparcen por toda la ciudad.
No hubo heridos, pero uno de los disparos de la pandilla dio en el espejo retrovisor de un vehículo de la Fuerza de Seguridad Nacional.
Es bastante sintomático que al llegar a la ciudad ese motorista perdiera, aunque por un segundo, la posibilidad de mirar hacia atrás, hacia de donde venía.
Para los habitantes de la que sigue llamándose a sí misma Ciudad Maravillosa se trata de noticia rutinaria. Aquí, tiros y balas perdidas son parte del escenario. No nos quitan la idea de que somos privilegiados por vivir en uno de los paisajes urbanos más bellos del mundo.
Así que mejor hay que volver al tema. Al fin y al cabo estamos hablando de los Juegos Olímpicos, que no son poca cosa.
Todo se maneja en cifras astronómicas: 25 mil periodistas acreditados (se esperan 5 mil más, los retardatarios de siempre), la expectativa de público ronda 5 mil millones de espectadores.
Poco más de 10 mil 500 atletas de 206 naciones participarán en el evento.
A quienes gustan las comparaciones: en 2014, cuando se disputó la Copa del Mundo de futbol en Brasil, 32 países enviaron 736 jugadores, que disputaron 64 partidos. Hubo poco menos de 19 mil comunicadores acreditados, y el número de espectadores fue de 3 mil millones 200 mil.
En los Juegos Olímpicos serán 306 pruebas en 42 modalidades. Fueron puestos a la venta más de 3 millones de boletos, y unos 50 mil voluntarios prestarán colaboración gratuita para que todo resulte lo más cómodo posible para las delegaciones.
Cálculos fiables indican que entre los días 5 y 21 de agosto alrededor de 700 mil turistas nacionales y extranjeros estarán en la ciudad, cuya zona conurbada alberga 7 millones de habitantes.
Se espera la presencia de 60 jefes de Estado o de gobierno. La expectativa inicial era de 100, pero ya se sabe que difícilmente será alcanzada, pues Brasil vive un conturbado momento político, en el que un golpe institucional en curso coincide con los Juegos Olímpicos.
Aun así el país anfitrión contribuirá, para que se llegue a al menos cinco docenas de presidentes, con dos.
Uno es Michel Temer. Su título oficial es el de vicepresidente en funciones, pero para efectos concretos es el mandatario.
Ya Dilma Rousseff, electa con 54 millones 500 mil votos en 2014, fue apartada temporalmente del poder gracias a los votos de los 55 senadores que abrieron en el Senado un juicio para destituirla. Pese a ser apartada, no perdió su mandato. Exagerado, como de costumbre, Brasil acudirá a la inauguración con dos presidentes, algo inédito en la historia del acto.
De lo cotidiano al infierno
En los pasados seis años, Río se preparó intensamente para la realización de los primeros Juegos Olímpicos –el mayor evento deportivo del mundo– en Sudamérica. Además de instalaciones deportivas construidas o reformadas, las obras viales se multiplicaron, transformando lo cotidiano de los habitantes en un infierno, pero con la promesa de que será una benéfica herencia que contemplará a todos. Terminada la fiesta se verá que todo valió la pena, dicen las autoridades municipales.
Sin embargo, para que se logre semejante hazaña, hay obstáculos. No son pocos. Hay que empezar por el principal: la violencia urbana.
En días recientes un estudio divulgado por Naciones Unidas muestra que la Policía Militar de Río de Janeiro, encargada de patrullar la ciudad, es la más letal del mundo. Aquí mueren en manos de la policía dos veces más que en Sudáfrica, cuyas fuerzas de seguridad se hicieron justamente famosas como una de las más fulminantes del mundo. Casi 10 veces más que a manos de la policía de Estados Unidos.
En el caso nuestro, se puede agregar a la palabra letal. Y sin miedo de cometer injusticias, que la policía local será también de las bestialmente truculentas y olímpicamente corruptas del planeta.
Todo ello hace inevitable que días antes de la inauguración del mayor evento deportivo del mundo, el tema de la violencia urbana y de la actuación de las fuerzas de seguridad invada la agenda.
El espectáculo, que será ofrecido en la Ciudad Maravillosa, promete ser una maravilla inolvidable.
El problema es que la realidad amenaza con prometer otra cosa.