as luchas revolucionarias de la América española, y las de España misma, arrancaron formalmente cuando el rey Fernando VII (a quien el pueblo apodaba El Felón por sus traiciones y deslealtades en su propia familia, la de los Borbones) fue puesto en cautiverio por Napoleón Bonaparte (1808).
Los acontecimientos posteriores condujeron a los revolucionarios a tomar partido por las opciones en danza, violentamente debatidas en medio de la guerra anticolonial: mera autonomía con derecho a gobernarse por sí mismos, o independencia total. Luego, con la liberación del rey y la frustrante restauración del absolutismo (1814), el general José de San Martín escribió a uno de sus colegas:
¡Hasta cuándo esperamos declarar nuestra independencia! ¿No le parece a usted una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y la cucarda nacional, y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos?
Agregó: “Los enemigos (y con mucha razón) nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos. Esté usted seguro de que nadie nos auxiliará en tal situación… Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas…” (12 de abril de 1816, en carta a Tomás Godoy Cruz).
Sin embargo, 200 años después, en la histórica ciudad de Tucumán, durante el acto magno de celebración del bicentenario de la independencia argentina, Mauricio Macri prodigó a su majestad Juan Carlos I (descendiente en línea directa del felón) un cumplido de vasallos, y sin precedentes en la política de nuestros pueblos.
Aludiendo a los próceres del 9 de julio de 1816, el gobernante sudamericano dijo que “…deberían (sic) tener angustia de tomar la decisión, querido rey, de separarse de España”. Un cumplido que Alberto Manguel, el nuevo director de la Biblioteca Nacional argentina, podría incluir en su último libro, Historia natural de la curiosidad.
Los medios oficialistas (casi todos) omitieron la zalamera observación de Macri. Que, lejos de ser casual, revela cuán profundo han calado las ofensivas de la historiografía neoliberal para injuriar, retorcer y vaciar de contenido la lucha de los pueblos, so pretexto del derecho-a-pensar-distinto
.
Pensar distinto
que en los pocos meses de gestión macrista se ensañó brutalmente con la decoración de la Casa Rosada, enviando a depósito o poniendo en subasta grandes óleos y fotografías de la galería de patriotas latinoamericanos. Empezando por los del Che, Sandino, Hugo Chávez, Salvador Allende, Lázaro Cárdenas, Haya de la Torre y otros próceres colocados por Cristina Fernández de Kirchner.
Ahora la iconografía de los presidentes y gobernantes fue dispuesta en orden cronológico para que “…los visitantes puedan ver recuerdos de todos los presidentes con seriedad, con ecuanimidad, respetando la diversidad”. Una diversidad
que, sin distinguir entre gobernantes y genocidas, se disuelve acríticamente con los pocos gobernantes que defendieron principios republicanos. El periodo de los cuatro golpes de Estado (1955/62/66/76), por ejemplo, quedó agrupado bajo el cándido rótulo La república condicionada
(sic).
Asimismo, en el monumental Centro Cultural Kirchner (que pronto se llamará del bicentenario
) no queda rastro de la memoria del presidente fallecido en 2010, y en la sala que su viuda montó en su honor hay un homenaje a Jorge Luis Borges, el apolítico
escritor que trataba al genocida Videla de caballero
y fue condecorado por Augusto Pinochet.
En todo caso, la angustia
que, según Macri, habrían sentido los independentistas respondía a causas más profundas, y así quedó evidenciado en el Manifiesto que hace a las naciones el Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas en Sud América, sobre el tratamiento y crueldades que han sufrido de los españoles y motivado la declaración de su independencia
(octubre, 1817).
De donde extraemos un párrafo que otra raza de gobernante le hubiera leído a Juan Carlos I para recordar su linaje:
¡Qué debía esperar la América de un rey que viene al trono animado de sentimientos tan crueles e inhumanos?... ¿De un rey que paga con cadalsos y cadenas los inmensos sacrificios que han hecho, para sacarlo de su cautiverio, sus vasallos de España, unos vasallos que, a precio de su sangre y de toda especie de daños, han combatido para redimirlo de la prisión y no han descansado hasta volver a ceñirle la corona? Si unos hombres a quienes debe tanto, por sólo haber formado una Constitución, han recibido la muerte y a cárcel por galardón de sus servicios, ¿qué debería estar reservado para nosotros?
Por su lado, el ingenio popular se posicionó con rapidez. En un dibujo de época que muestra a San Martín y Bolívar en el famoso encuentro de Guayaquil (26 de julio de 1822), el Libertador pregunta al argentino:
–¿Cómo le va, general?
–Acá estoy… angustiado por habernos independizado de España.