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G-20: Brexit y otras calamidades
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or si los elementos recesivos —o los vientos en contra, headwinds, como se prefiere decir en los documentos del FMI y otros organismos multilaterales– que en este verano austral de 2016 afectan a la economía mundial y alcanzan a sus principales segmentos, así como la perturbadora acumulación de tensiones en teatros geopolíticos tan distantes entre sí como el Mar del Sur de China y la Europa centroriental, amén de la proliferación de acciones terroristas en localidades opulentas que solían considerarse escaparates de seguridad pública; por si todo esto no fuera suficiente, los ministros de Finanzas y gobernadores de bancos centrales del G-20, reunidos en Chengdú el 23 y 24 de julio, tuvieron que lidiar con las dificultades asociadas a la Brexit, que el FMI ahora considera como agravante severo de aquellos elementos recesivos. “ Brexit –anota el Fondo en una nota para esta reunión del G-20 presidida por China– ha materializado importantes riesgos a la baja para el crecimiento global, (al provocar) un aumento de la incertidumbre económica, política e institucional, que eleva la probabilidad de resultados más negativos.” En esta circunstancia, el FMI recortó una vez más su pronóstico de crecimiento de la economía mundial para lo que resta de 2016 y el año próximo. En otras palabras, la Brexit virtualmente asegura que las secuelas de la gran recesión se extenderán hasta llegar al decenio. Continuará el crecimiento deslucido que ha prevalecido desde la crisis, resumió Christine Lagarde (distraída por sus actuales preocupaciones de orden judicial). En el comunicado de Chengdú, la expresión equivalente reza: La recuperación económica global continúa, pero sigue siendo más débil de lo deseable.

Las crónicas señalan que el tópico central en los intercambios de ministros y gobernadores fue la salida británica de la Unión Europea y sus consecuencias. Todo mundo parece aceptar que la negociación de los términos del retiro y del nuevo orden bilateral europeo-británico será compleja, ardua y prolongada, y expresar confianza en que no resulte conflictiva. Encontrándose en China, el nuevo ministro de Finanzas británico, Philip Hammond, expresó tanto o más interés en concertar nuevos intercambios comerciales y financieros con la potencia asiática que en redefinir la relación con sus antiguos socios europeos. Otro punto reconocido por todos fue que, en realidad, ni el Reino Unido ni Europa saben bien a bien todavía cuándo empezar y hacia dónde orientar sus nuevas relaciones. Todos expresaron la esperanza de que en el futuro –como dice el comunicado– el Reino Unido sea un socio cercano de la Unión Europea. Una manera de decir, en lenguaje diplomático, que más habría valido no salir.

Más allá de la Brexit, las preocupaciones de los años recientes sobre el escaso dinamismo económico global volvieron a estar presentes. Se expresó alivio ante la aparente estabilización, en tasas de entre 6 y 7 por ciento, del crecimiento de China, sostenido ahora más por la expansión de la demanda interna que por el impulso tradicional proveniente de exportaciones e inversión extranjera directa. Es ahora la inversión china en el exterior –que, por ejemplo, es ya la de mayor importancia en el Reino Unido– la que ha ganado presencia y espacio en el escenario global. Empero, la nueva normalidad de China será insuficiente para impulsar el crecimiento global, como ocurrió tras la crisis de 2008-2009.

En mayor medida que los anteriores, el comunicado de Chengdú reconoce la estrecha interinfluencia de cuestiones comerciales y económicas, inestabilidad cambiaria y financiera, tensiones geopolíticas y asuntos sociales: corrientes migratorias en primer término. También se subraya más allá de lo habitual la necesidad de un desarrollo compartido e incluyente, que abata las brechas entre países y dentro de ellos. No aparece, sin embargo, un reconocimiento explícito de la necesidad, insoslayable e imperiosa, de reducir la desigualdad en esos dos ámbitos.

La conexión entre estos elementos fue subrayada por el secretario del Tesoro de EU, Jack Lew, quien subrayó que los beneficios del crecimiento no deben concentrarse en las empresas y los inversionistas, sino alcanzar a los trabajadores y a las unidades familiares; a las clases medias. “Necesitamos –agregó– un desarrollo compartido” (FT, 25 de julio).

El debate de política económica, que también ha estado presente en los foros internacionales en años recientes, fue sostenido por el G-20 en Chengdú. Se advirtió, de entrada, que la facilitación monetaria parece haber alcanzado sus límites y, de hecho, se ha agotado el margen de compresión de las tasas de interés. Considérese este recuento: El Banco Central Europeo decidió que las tasas de interés que se aplican a las principales operaciones de financiación, la facilidad marginal de crédito y la facilidad de depósito se mantengan sin variación, respectivamente, en 0.00 por ciento, 0.25 por ciento y -0.40 por ciento... hasta que se observe un ajuste sostenido de la senda de inflación (Nota de prensa, 21 de julio). La Junta de la Reserva Federal de Estados Unidos había decidido mantener el rango objetivo de la tasa de fondos federales en 0.25 a 0.50 por ciento a fin de avanzar hacia el máximo empleo y la estabilidad de precios, sus propósitos estatutarios (Conferencia de prensa de la presidencia, 21 de junio). El Banco de Inglaterra, a la sombra de la Brexit, había resuelto mantener la tasa de referencia en 0.5 por ciento, registrándose un voto para abatirla a 0.25 por ciento (Resumen de política monetaria, 14 de julio). Puede esperarse que esta reducción u otra mayor, que la lleve a cero por ciento, se adopte a principios de agosto. El Banco de Japón había optado por continuar aplicando una tasa de interés negativa (-0.1 por ciento) a los saldos mantenidos en el Banco por las instituciones financieras (Declaración de política monetaria, 16 de junio). Como se reconoció en Chengdú, es claro que ha llegado la hora de “echar mano, en forma individual y colectiva, de todas las herramientas de política –monetaria, fiscal y estructural– para alcanzar el objetivo de crecimiento fuerte, sostenible, equilibrado e incluyente”; el objetivo que por casi un decenio, desde el estallido de la gran recesión, ha eludido a la comunidad de naciones.

En especial, parece configurarse un consenso en el sentido de que, en el terreno de la política monetaria, conviene mantener y, en algunos casos, incrementar las acciones de expansión cuantitativa, para contribuir a corrientes más regulares y abundantes de financiamiento a las actividades productivas. Ya lo hacen o han hecho, en el mundo avanzado, Estados Unidos, la eurozona, el Reino Unido y Japón. Conviene también adoptar políticas fiscales activas y canalizar inversiones cuantiosas a la inversión en infraestructura. No son orientaciones nuevas o heterodoxas, pero aún despiertan resistencia en los partidarios de la austeridad a toda costa, aún influyentes y, en algunos casos, dominantes.