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El hipócrita lenguaje del terror
L

as espantosas y sangrientas horas de la noche del viernes y la mañana del sábado pasados en Múnich y Kabul –pese a los casi 5 mil kilómetros que separan ambas ciudades– aportaron una lección sumamente instructiva sobre la semántica del horror y la hipocresía. Desespero de esta palabra genérica de odio, terrorista, que desde hace mucho se volvió el signo de putuación y la firma de todo político, policía, periodista y grupo de estudio superficial en el planeta.

Terror, terror, terror, terror, terror. O terrorista, terrorista, terrorista, terrorista, terrorista.

Pero de tiempo en tiempo nos hacemos bolas con este horrible lugar común, como ocurrió el fin de semana. Así es como pasó: cuando escuchamos que tres hombres armados habían entrado en un frenesí de disparos en Múnich, los policías alemanes y los chicos y chicas de la BBC, CNN y Fox News apretaron la tecla del terror. La autoridad muniquesa temía que hubiera sido un ataque terrorista. La policía local, nos informó la BBC, había lanzado una cacería humana antiterrorista.

Y sabíamos lo que eso significaba: se creía que los tres hombres eran musulmanes y, por tanto, terroristas, sospechosos de pertenecer al Isis (o al menos de estar inspirados por él). Luego resultó que los tres hombres de hecho eran uno solo que estaba obsesionado con los asesinatos en masa. Nació en Alemania (aunque era de origen en parte iraní). Y de pronto, en todos los medios británicos y en CNN, la cacería antiterror se convirtió en cacería de un tirador solitario.

Un periódico de Reino Unido usó la palabra tirador 14 veces en unos cuantos párrafos. De algún modo la palabra tirador no sonaba tan peligrosa como terrorista, aunque el efecto de sus acciones sin duda era el mismo. Tirador es una palabra en clave. Significa: este asesino de masas en particular no es musulmán.

Ahora vamos a Kabul, donde el Isis –sí, el verdadero Isis musulmán sunita de la leyenda terrible– envió atacantes suicidas contra miles de musulmanes chiítas que protestaban la mañana del sábado por lo que parece haber sido un episodio bastante rutinario de discriminación oficial.

El gobierno afgano había rehusado tender una nueva línea de energía a través del distrito Hazara (chiíta) del país –un cable más pequeño de conexión eléctrica no satisfacía a la multitud– y había advertido a los hombres y mujeres chiítas que cancelaran su protesta. Los manifestantes, en su mayoría jóvenes de clase media de la capital, desoyeron la ominosa advertencia y llegaron a las cercanías del palacio presidencial para instalar tiendas en las que escribieron en dari: justicia y luz y muerte a la discriminación.

Pero la muerte les llegó a ellos, en la forma de dos hombres del Isis –uno de los cuales, al parecer, empujaba un carrito de helados–, cuyos explosivos hicieron volar literalmente en pedazos a 80 musulmanes chiítas e hirieron a 260. En una ciudad en la que elementos del ejército afgano a veces son llamados gobierno talibán, y en la que existe la suposición popular de que una versión afgana del Estado Islámico musulmán sunita reside como bacilo dentro de esas mismas facciones, no pasó mucho tiempo para que los organizadores de la manifestación comenzaran a sospechar que las propias autoridades estaban detrás de la masacre.

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Ofrenda a las víctimas del ataque en el centro comercial Olympia en Múnich, que dejó nueve muertosFoto Afp

Desde luego, nosotros en Occidente no escuchamos esta versión de los sucesos. Más bien, los reportes desde Kabul se concentraron en quiénes negaban responsabilidad por la atrocidad o la proclamaban. El horrible talibán islamita la negó. El horrible Isis islamita se la atribuyó. Y así, todos los reportes se centraron en que el Isis había clamado responsabilidad.

Pero esperen. Ni un solo reporte, ni una sola emisión de noticias se refirió a la matanza en Kabul como un acto de terrorismo. El gobierno afgano lo hizo, pero nosotros no. Nosotros hablamos de suicidas con bombas y de atacantes, de modo muy parecido a como nos referimos al tirador en Múnich.

Esto es muy extraño. ¿Cómo es que un musulmán puede ser terrorista en Europa, pero sólo un simple atacante en el suroeste de Asia? ¿Será porque en Kabul los asesinos no atacaron a occidentales? ¿O porque atacaron a sus correligionarios musulmanes, todos de la variedad chiíta?

Sospecho que las dos respuestas son correctas. No encuentro otra razón para este extraño juego semántico. Porque así como la identidad terrorista se desvaneció en Múnich en el momento en que Ali Sonboly resultó tener más interés por el asesino en masa noruego Anders Breivik que por el califa Abu Bakr al-Baghdadi de Mosul, así los verdaderos asesinos del Isis en Kabul evitaron por completo el estigma de ser llamados terroristas en cualquier forma.

Esta absurda nomenclatura se va a deformar aún más –estén seguros de ello– conforme cada vez más víctimas europeas de los ataques en naciones de la UE resulten ser musulmanas. El número de musulmanes asesinados por el Isis en Niza fue notado, pero no apareció en los titulares. Los cuatro jóvenes turcos abatidos por Ali Sonboly fueron metidos en la nota como una parte casi rutinaria en lo que es hoy, por desgracia, la cotidianidad de los asesinatos en masa en Europa, como en Medio Oriente y Afganistán.

Por tanto, en Europa, la identidad de los musulmanes se diluye si son víctimas, pero es de vital importancia política si son asesinos. Pero en Kabul, donde tanto víctimas como asesinos eran musulmanes, su mutua crisis de identidad religiosa no tiene interés para Occidente y el baño de sangre se describe en términos anémicos: los dos atacantes atacaron y los atacados quedaron con 80 muertos. Parece más un partido de futbol que una guerra de terror.

Todo resulta lo mismo al final. Si nos atacan musulmanes, son terroristas. Si no son musulmanes, son tiradores. Si musulmanes atacan a otros musulmanes, son atacantes.

Recorten el párrafo anterior y ténganlo a su lado la próxima vez que haya asesinos sueltos y podrán discernir quiénes son los malos antes de que la policía lo diga.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya