Negro
l doctor me dijo que si quería salir a fumar, ¡adelante! No lo haré, pero le agradezco que haya entendido cómo me siento. Es natural que esté nervioso. Si te encontraras en mi situación, lo estarías también. A tu modo. Te hablo porque sé que mi voz te tranquiliza y porque ya no habrá otra oportunidad de conversar contigo.
Nunca pensé que despedirme de ti iba a afectarme tanto. Es más, cuando llegaste a mi casa deseaba que te fueras lo antes posible. Quería recuperar mis espacios, mis rutinas. Con tu presencia cambiaron mucho. No te lo estoy reprochando. Te lo digo para que sepas en qué condiciones apareciste en mi vida y cómo la modificaste.
Tocan. Si es el doctor le diré que voy a llamarlo cuando estemos listos.
II
Aunque sabía mucho de ti y varias veces nos encontramos en calle y en el parque, nunca imaginé que viviríamos juntos, que ibas a necesitarme. Corrijo: que íbamos a necesitarnos. ¿Sabes por qué empezó todo? Porque se te ocurrió largarte justamente dos días antes que Palmira y Renato se mudaran a Querétaro. Los recuerdas ¿no? Eras como de su familia. Al menos eso me decía Palmira cuando conversábamos mientras te veíamos correr o saltar.
Renato te demostraba su amor ejerciendo el control con una mezcla de afecto y severidad. Me consta por el tono con que te prohibía hacer cosas dañinas para tu salud o te ordenaba detenerte antes de atravesar la calle. Sus esfuerzos por educarte resultaron inútiles a la hora en que te colaste por la puerta que los cargadores habían dejado entornada y huiste. ¿Por qué? Palmira y Renato te lo habían dado todo y en su nueva casa de seguro te reservaban un buen espacio.
¿Oíste? Es el doctor de nuevo. Se ve que tiene poca experiencia en esto, de otro modo entendería que quiera estar a solas contigo unos minutos más para que te explique por qué te traje aquí. Decidirlo me costó mucho trabajo y me hace sufrir pero sé que la peor parte la llevas tú. Espérame, hablo con el médico y regreso.
III
Ya se fue con su tapabocas y su jeringa. Antes, me advirtió que no es bueno prolongar la situación. Entre más pronto terminemos será mejor. Para él es muy fácil decirlo porque no siente el vacío que se me está formando en el pecho, donde tú tienes la herida. Es profunda. Nadie se explica que sigas vivo. Otro en tu lugar habría muerto al recibir el golpe.
Fue terrible. Cuando te vi ensangrentado pensé que estabas deshecho. No me atrevía a levantarte por temor a que una parte de ti pudiera desprenderse como la hoja de un árbol. En el parque está tu preferido. Cada vez que lo mire recordaré el primer día en que tuve que sacarte de paseo por la mañana y por la noche.
Regresar contigo a casa, después de haberlo hecho tantas veces solo, fue un alivio, un regalo de tu parte. Lo disfruté a medias porque pensaba que, mientras yo me sentía feliz, Pamela y Renato estarían extrañándote.
Los llamé al teléfono que me dejaron. Me contestó una grabadora en inglés, pero dejé mensaje: Apareció sano y salvo. Está en mi casa. ¿Cuándo vendrán por él?
No te ofendas. Hice la pregunta porque era lo correcto, después de todo habías crecido con ellos, representaban tu familia, mientras que yo no era más que un simple vecino que sabía de tu desaparición y tuvo la fortuna de encontrarte en el cubo de la escalera, frente a mi departamento. ¿Qué iba a hacer? ¿Dejarte solo, con hambre y frío, asustado? Imposible. Recuerdo que te invité a pasar y te dije: Te quedarás aquí mientras Pamela y Rodrigo vienen a recogerte.
Entraste en mi casa con expresión de no romper un plato pero enseguida te adueñaste de todo: el tapete de la entrada, el canasto de la ropa sucia, el revistero, mi cama; para no hablar de mis toallas que se convirtieron en un colchón mullido y delicioso donde soltabas tus repugnantes flatulencias. En castigo a tus desahogos te metía un periodicazo en el lomo y te gritaba: Favor de cerrar el escape, compadre
. Divertido, me reía de mi pésimo chiste.
Lo estoy repitiendo y no siento ganas de reírme. Quiero llorar. No debo hacerlo. Tengo que comportarme como un adulto responsable de sus actos: si le pedí ayuda al doctor fue porque no quiero verte el resto de tu vida gimiendo, arrastrándote o inmóvil, mirando pasar la vida desde la ventana. No mereces tal infierno.
Ya volvió el médico. Le diré que pase. No te asustes: sólo te dará un piquetito. Te quedarás inmóvil. Pensaré que duermes. Esta noche no regresaremos juntos a mi departamento. Elegiré un camino largo para retrasar el momento de encontrarlo vacío. Me esperan semanas terribles. Habrá momentos en que no pueda más y te llame: Negro, Negro lindo, perro maravilloso ¡ven! Luego, poco a poco, quizá me acostumbre a tu ausencia.