ucho provecho le ha dado a Trump su vertiginosa visita a México. Primero en su discurso en Arizona, donde la misma noche de su viaje reafirmó los elementos de su política migratoria. No modificó en nada sus planteamientos originales, sino que incluso los profundizó y, en ellos, los mexicanos son motivo especial de referencia.
Un par de días después Trump fue el invitado especial del muy popular programa de comedia Saturday Night Live. En un sketch apareció con uno de los actores del elenco que hacía el papel del presidente de México y le entregaba a Trump un cheque para cubrir el costo del muro e insistía en que el otro lo aceptara. También se mofó del propio candidato diciendo que los muros son el mejor método para mantener a dos pueblos unidos. El republicano lo admitió, pues la congruencia no es su principal virtud.
La cosa no paró ahí, pues un par de días después, tras la salida de Luis Videgaray de la Secretaría de Hacienda, Trump declaró que eso demostraba la efectividad de su viaje a México y su capacidad de gestión de los asuntos internacionales. Todo esto ocurrió en sólo una semana.
Este ha sido un episodio sobresaliente de la política y de la diplomacia del país pero, seguramente, muy desafortunado. Las consecuencias han sido y serán graves y las ganancias nulas. Esto es admitido por todos, sea abierta o veladamente. A dos años del final de este gobierno tiene también serias implicaciones electorales.
El asunto no es anecdótico, sino que define el momento actual del sexenio y muy probablemente de todo este gobierno. El desaguisado obligó a cambiar a un miembro clave del gabinete presidencial, que desde Hacienda ejercía un papel predominante en la administración. De chanfle abrió un hueco en Gobernación con la salida del subsecretario Miranda. Ambos, el secretario cesado y el subsecretario promovido, son parte íntima del grupo del Presidente desde que gobernó el estado de México.
Meade regresó a Hacienda. Este funcionario se ha convertido en pieza indispensable en esta administración, sin ser de ese equipo estrecho que opera en la política desde hace mucho tiempo. Los cambios recientes indican que el círculo cercano se está estrechando y no por su fuerza y cohesión, sino por su reducción en número, si es que se suman los que se habían hecho anteriormente tras la crisis abierta por Ayotzinapa.
La ceremonia de cambio en Hacienda tuvo un rasgo relevante. Puesto que el presupuesto federal debía entregarse al Congreso al día siguiente de su nombramiento, Meade tuvo que adoptar el proyecto como si fuera suyo. Y así lo hizo. Ya que habrá de convertirse en ley, hay que ver si en el debate logra darse algunos márgenes de maniobra o quedará maniatado a las preferencias de Videgaray. Esto, suponiendo que entre ambos haya divergencias con respecto a la conducción de la política fiscal. Esta es una prueba decisiva para Meade, pues en su anterior estancia en Hacienda –de sólo 16 meses– privaban condiciones económicas más estables.
La verdad es que no hay mucho espacio para donde hacerse. El presupuesto es en general restrictivo en el gasto, como ya se había anticipado. Esto se añade a los criterios para su asignación. Nunca es tiempo para bajar los recursos a la educación y a la salud. La deuda pública es muy elevada y su costo crece, la recaudación no aumentará mucho si no hay crecimiento de la actividad económica. Este es un presupuesto de una economía en crisis y también una crisis de la política presupuestaria.
Este año el crecimiento será bajo, de alrededor de 2.2 por ciento, y para 2017 se proyecta una tasa de 2 a 3 por ciento anual. Con todo y reformas, que en la visión optimista deberán madurar y crear un entorno positivo para la inversión, este sexenio no saldrá de la medianía que se ha impuesto durante tres décadas.
En cuanto a las reformas, la energética ha provocado hasta ahora la quiebra de Pemex como empresa, ahora con el apellido de: productiva del Estado
. Esto va a impactar en el proceso de privatización planteado para buena parte de la industria petrolera, y es difícil entrever que redunde en algún beneficio social. En cuanto a la reforma fiscal ya dio lo que podía y la recaudación de impuestos no puede ampliarse sin alzas en las bases de tributación. En materia financiera el crédito bancario ha crecido en los sectores tradicionales, como el dirigido a empresas grandes y al consumo.
Si el efecto Trump no se hubiese dado, la verdad es que el tiempo de Videgaray y su equipo en Hacienda ya se había agotado, los resultados que alcanzó, más bien pobres, están a la vista. En el presupuesto se trata de llegar a un superávit primario, es decir, sin contar los intereses de la deuda y para eso hay que contraer la expansión de la economía.
Es de esperar que el nuevo secretario se preocupe prioritariamente por mantener la estabilidad macroeconómica, base de toda la política pública desde hace años, eso sí con un apocamiento inercial hasta el fin del sexenio. En este escenario, la expectativa presupuestaria hasta 2022 –sí leyó usted bien– de una inflación de 3 por ciento se conseguirá sólo porque la holgura de la economía, que es el argumento explicativo preferido del banco central, se mantenga, se haga más grande.
La carambola Trump fue de tres bandas y con un tiro de fantasía.