eí en este diario una frase pronunciada por Francisco Toledo hace unos días: Ya no hay fuerzas para hacer más hijos
. La frase posee el tono y el estilo del pintor: no sin un dejo de guasa amigable, es lacónica y profunda. Toledo se refiere a la vez a los estragos que inflige la edad y a su obra en beneficio de Oaxaca: la creación de centros culturales para formar jóvenes, o menos jóvenes, en los distintos oficios del arte y la artesanía, así como ofrecer al público exposiciones de creadores, sean originarios de Oaxaca o de otras partes del planeta.
Los días han comenzado a acortarse en este fin de verano en París, fenómeno siempre melancólico que anuncia el inevitable crepúsculo del invierno. Las palabras de Toledo toman, entonces, tintes umbríos y agregan spleen a la melancolía. Incline acaso a la paradoja, dijo esto durante el anuncio de los próximos festejos por el vigésimo aniversario del Centro fotográfico Manuel Álvarez Bravo fundado por el pintor. Malicioso, fue tal vez una forma de incitar al relevo, de hacer un llamado a nuevas generaciones para remplazarlo en estas labores. Y, después de todo, si los días se acortan, las noches se alargan: noches eterizadas, en vela, insomnes.
Algunas noches en vela quedan en la memoria como pausas en la vida diaria, oasis de espejismos reales. Recuerdo una de ellas. Tuvo lugar, como si la noche se sintiera al fin en el sitio que le correspondía desde siempre, en la casa de campo de Peter Bramsen, al norte de París, en una noche de verano a mediados de los años ochenta.
Quiso el azar que nos encontrásemos, Jacques Bellefroid y yo, con Francisco Toledo rumbo a casa de Peter. La plática se dio de manera natural. Toledo respondía, preguntaba, curioso, casi locuaz, cosa asombrosa, o no tanto si se toma en cuenta que íbamos a una fiesta de Peter, patrón del legendario taller de litografías Clot, Georges et Bramsen, donde Francisco realizaba algunas litografías en la época.
Francisco trabajó por primera vez en ese taller en 1964. Fue el primer pintor mexicano en hacerlo. Si, como Borges, quien al conocer a Alfonso Reyes quiso creer que todos los mexicanos eran pozos de erudición, Bramsen, al encontrar a Toledo, habría podido pensar que los mexicanos éramos geniales y generosos. Peter descubrió y amó a México en Francisco. Toledo descubrió y amó a Dinamarca en Bramsen. Ambos hombres eran muy jóvenes: el pintor tenía apenas 24 años, el capitán de navío 29. La amistad en ellos fue natural. No podía ser de otra manera entre elementos contrarios como son la tierra y el agua, el norte y el sur. Si no hubiese surgido entre ellos ese profundo entendimiento, se habrían combatido. Entre los dos hombres no eran posibles las medias tintas.
Toledo trabajaría en el taller parisiense muchas veces a través de tres décadas. La última, a mediados de los años 80. Así, mi encuentro con Toledo en el Metro no era tan fortuito como hubiese pretendido el vanidoso azar. La fiesta en casa de Peter fue, como de costumbre, un halago a los sentidos y una cascada de risas. Cuando los invitados se despidieron, quedamos en casa de Peter e Ingrid sólo los tres convidados a dormir ahí: Jacques, Francisco y yo. ¿Por qué dormir cuando se puede gozar de la noche? Peter y Jacques entablaron la plática entre ellos. A Francisco y a mí se nos fueron las horas hablando de Rulfo y de García Márquez. Toledo extrajo de mí ideas que no había imaginado, haciéndome redescubrir estos autores con mis propias palabras.
Como se debe, los años pasan y el taller de litografías es dirigido ahora por Christian Bramsen. Pero el amor de su padre por México ha sido heredado. Así, Christian viaja a Oaxaca la próxima semana para crear un taller de litografías. Lo hará junto con Francisco Limón. Espléndido ejemplo de colaboración franco-mexicana. Como si hubiesen adivinado los deseos de Francisco Toledo de ver su sucesión en vida.
Larga vida al taller litográfico Bramsen y Limón.