entrevista tuvo lugar, hace algunos años, en la elegante oficina del señor presidente de la Cámara Nacional de Comercio de Guadalajara, donde fui espléndidamente recibido.
Acudí a ella en busca de una opinión conocedora del proceso de adquisiciones de empresas mexicanas importantes, emblemáticas o significativas por parte de corporaciones extranjeras. En aquel momento me alarmaba especialmente que hasta el abastecimiento de víveres estaba procediendo a ser controlado por capitales foráneos. Pensaba, ¡oh! iluso de mí, que la centenaria corporación del sector privado, orgullo muy cacareado de los empresarios locales tendría alguna estrategia para revertir la tendencia. Suponía, en mi infinita ingenuidad, que nuestros comerciantes estaban preparándose para contrarrestar la embestida extranjera y defenderse heroicamente como buenos mexicanos que dicen ser.
Mi sorpresa y desencanto surgió al caer en la cuenta de que el motivo de mi angustia patriotera ni a calor le llegaba al destacado dirigente empresarial y que la cabeza de dicha corporación, con tranquilidad más que dolorosa para el iluso suscrito, iba desgranando sus ideas sobre el asunto que, en esencia, consistían en aceptar pacíficamente la realidad y prepararse para un gran cambio de giro:
Guadalajara debe prepararse para convertirse en un ciudad de servicios
.
Era su respuesta concreta a mi aserto provocador de que nuestra capital estatal habíase caracterizado desde principios del siglo XVIII por ser un bastión del intercambio de mercaderías, que las conveniencias comerciales habían marcado su vocación independentista y su ulterior respaldo a la causa liberal.
Fue triste pensar que los otrora altivos mercaderes estaban prestos a arriar banderas y convertirse en una suerte de sirvientes; es decir: prestadores de servicios, de quienes, desde fuera, los iban desplazando paulatinamente.
¡Cómo recordé a mi maestro de civismo de la secundaria, cuando nos decía que el gato podrá ser de angora, pero no dejará de ser gato!
¿Dónde quedará la altanería de nuestros pudientes
que aprendimos a soportar quienes formábamos parte del peladaje? Aquellas señoras que nos veían por encima del hombro, basándose en sus apellidos encumbrados precisamente por la voluminosa compraventa cotidiana realizada por sus familiares, ¿qué será de ellas?
Quienes presumían descender de conquistadores de uno u otro tipo, ¿qué sentirán cuando caigan en cuenta de que han sido conquistados y ahora viven del servicio a los dominadores?
Todo esto pensé al salir de la Cámara aquella tarde y no lo he podido olvidar. La ciudad ha cambiado enormemente en los últimos años y mucho más lo hará cuando se consolide este nuevo régimen neoliberal que se ha encargado de que, lo mismo que en los años previos a la Guerra de Independencia y en los prolegómenos de la Revolución, la única producción que han logrado realmente incrementar es la de pobres.
Pero, eso sí, ahora se preocupan para que no sobrevenga en México un fenómeno como el de Venezuela o Bolivia, e invocan al altísimo para que los salve de la barbarie.