l parecer el triunfo del no en el plebiscito lleva a reconocer que a la hora de defender la paz colombiana, resultan decisivos los espacios amplios, la participación abierta y la movilización popular, que antes el gobierno dio por innecesarios o por descontados.
Es emocionante y aleccionador ver que ahora por todo el país, jóvenes del sí y del no están organizando manifestaciones conjuntas a favor de la paz. Juntos y revueltos, los del sí y los del no. Y lo hacen para conversar entre ellos, libres ya del sonsonete publicitario de los jingles oficiales por el sí, y libres también del odio y la manipulación de la campaña uribista por el no. Jóvenes del sí y del no que se reúnen espontáneamente para intercambiar opiniones, buscar entendimientos, tratar de indagar en las razones del otro para llegar a conclusiones conjuntas. Ellos van abriendo el camino que podría llevar a que pese al no en las urnas, en las calles pueda afianzarse un gran sí.
Borges decía sobre el diálogo algo así como que fusiona lo que dices y tú y lo que digo yo, hasta el punto de que ya no sabemos si lo que dijiste tú lo he dicho yo, o lo que he dicho yo lo estás diciendo tú.
Paradojas de la historia, siempre endiabladamente dialéctica: al parecer, el no le está abriendo las puertas a un poderoso y verdadero sí.
Un gran sí ya no sólo acordado en el papel, sino también como pacto de honor y convicción. Un pacto de paz y perdón, ya no sólo del gobierno con las FARC, sino además, y sobre todo, del país consigo mismo.
Para salir del atolladero, a partir de ahora la paz colombiana tendrá que ser callejera, campechana, incluyente, ampliamente debatida.
En un manifiesto que acaban de sacar varios grupos de mujeres y niñas en Cali, piden que de hoy en más se las tenga por pactantes y no por pactadas. Añadiría yo: Pactantes y por tanto Impactantes: factor decisivo; motor de la paz.
¿Será prematuro pensar que no hay no que por sí no venga?
Sería de justicia ya no sólo política, sino sobre todo poética, que al señor Álvaro Uribe, tan amigo de los tiros, por fin uno –éste– le saliera por la culata.
Esos viejitos de Estocolmo se las traen.
A veces las meten hasta el corvejón –como con aquel Nobel de la Paz a Kissinger, el cómplice de los dictadores asesinos en la Argentina–, pero otras veces dan en el blanco.
El presidente Santos tendrá la posibilidad de asumir su galardón como espaldarazo internacional para su proyecto pacífico, como verdadero matrimonio con la paz y como hoja de ruta, y no como ha hecho su homólogo Obama, que ha llevado su Nobel más que nada de pluma en el sombrero.