El escenario de la barbarie
amilias pulverizadas por una realidad excesivamente adversa, disociadas en la incertidumbre cotidiana sobre si habrá de comer lo suficiente para disipar el hambre. Cientos de miles sin ingresos por falta de trabajo o con salarios demasiado exiguos para cubrir sus necesidades. La compra del alimento diario convertida en congoja irritante que tienta la honradez. Una violencia sin vergüenza y cínica que se ceba en los gobernados y el rostro de los atildados funcionarios encargados de evitarla.
Una sociedad sumida por la fuerza en la fuerza del malestar. Y un malestar acumulado convertido en potencia social que en cualquier momento romperá los insuficientes equilibrios de la administración de la miseria.
La barbarie, como dice el chileno Fernando Mires, puede hacer desear la barbarie cuando la cultura amenaza con suprimir las pulsiones, y si algo queda claro después de más de una década de guerra interna contra las drogas es que este sistema de complicidades que sustituye la política ha creado y cimentado una cultura de barbarie que socava y desintegra los valores sin los cuales la convivencia es imposible.
El vacío de poder en el estado, al que aluden analistas y politólogos, no obedece a la polarización unidireccional por un resultado electoral adverso; por el contrario, éste es producto del vacío de poder que ha sido la impronta sexenal disimulada por el uso autoritario de la fuerza y por la funesta exuberancia de una nota roja donde con demasiada frecuencia no es posible diferenciar entre la actuación de la autoridad y la de la delincuencia.