l leer los titulares de la prensa francesa, pero sobre todo al escuchar y ver la pasión de los comentaristas políticos de la radio y la televisión de Francia, a propósito de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, uno podría preguntarse si los franceses votan para elegir el presidente estadunidense. Se anuncian los sondeos que dan ventaja a uno o al otro de los candidatos, Clinton o Trump, como si los interrogados y futuros electores fuesen los ciudadanos franceses.
Discusiones, pronósticos y debates se llevan a cabo al respecto y no sólo en los medios de comunicación, también en los cafés y bares donde la clientela pone tanta o más pasión que en las próximas elecciones presidenciales en Francia. Cierto, éstas son posteriores a las de Estados Unidos, en mayo de 2017, lo cual da prioridad, al menos cronológica, a las discusiones entre los partidarios de Hillary Clinton o Donald Trump. Los debates entre estos dos candidatos pasan en directo en la televisión francesa a altas horas de la madrugada, lo cual no impide que sean vistos por un gran público de desvelados. Y, tal como en el país de origen de estos candidatos, donde los ciudadanos sondeados dan el triunfo a uno o a otro, en Francia también se opina y los franceses votan también… al menos en los sondeos galos.
Los favorables al Partido Demócrata se escudan con los argumentos de la política correcta que reprueba, con todo el oprobio merecido, al racista, sexista, machista, homofóbico, enemigo de cualquier inmigrante en particular y de los extranjeros en general, así como de los practicantes de algunas religiones, la musulmana en especial, en fin, a la encarnación del Mal en la persona, bastante ridícula, de Trump.
Si la mayoría de la opinión francesa es hostil al candidato republicano, no cabe concluir que Hillary Clinton posea la unanimidad entre los franceses. Sus lazos con el complejo militar-industrial de Estados Unidos hacen temer que, bajo su presidencia, las guerras actuales en todos los continentes proseguirán e incluso aumentarán sus estragos. Cuando una industria fabrica armas necesita venderlas, y la reputación de los comerciantes de armas estadunidenses es bien conocida: vender es el primer mandamiento de la religión del dólar. Desde este punto de vista, la política de Clinton se considera con tanto temor como la de Trump. Si puede reprocharse a Putin los bombardeos en Siria, las bombas que caen sobre Yemen son fabricadas en Occidente y transportadas en aviones vendidos por los estadunidenses o los europeos a Arabia Saudita.
El presidente François Hollande se halló en una situación bastante embarazosa cuando de visita a Riad, donde habría debido hablar de los derechos humanos
, se ocupó de negociar la venta de aviones de guerra producidos por la industria francesa. Las preocupaciones se acumulan en la cabeza de Hollande a tal punto que sus allegados se preguntan si podrá presentarse a las elecciones el próximo año.
Y, como si no bastara con el aumento del desempleo, huelgas, agravación de la violencia, inmigrados y demás, la última catástrofe la produjo él mismo con la aparición de un libro escrito por dos periodistas de Le Monde bajo el título: Un presidente no debería decir eso… En más de 600 páginas, los periodistas restituyen horas de conversaciones con Hollande durante su quinquenio, grabadas por ellos. Una bomba caída en el Elysée no habría tenido un efecto más devastador que este libro. Con una ligereza y una inconsciencia incomprensible, para no decir suicida, Hollande se abandona a confidencias sobre todos los temas: izquierda, derecha, Partido Socialista, inmigrados, guerras, asesinatos ordenados y dirigidos (razón y crimen de Estado), en suma, se desahoga, desempaca, víctima de una crisis de verborrea casi infantil. Peor: olvida que lo graban y que los periodistas se negarán a dejarle leer el manuscrito. Un debutante, dicen los indulgentes. Una nulidad, dicen los demás. Hoy, mayoría.