¿Por qué nos matan?
l feminicida ha desarrollado una sicosis de odio contra las mujeres que probablemente tiene origen en la experiencia temprana de abandono, rechazo o maltrato por una mujer poderosa, como pudo ser la madre, la nana, la abuela o un amor que lo hizo sentir humillado. Aunque no todos los hombres con malas experiencias de mujeres se vuelvan asesinos, el feminicida está solapado por la impunidad y el silencio de los demás; por la indiferencia del gobierno y por un capitalismo patriarcal que convierte a la mujer en objeto de propiedad, consumo y desecho.
El especialista en estudios de comunicación y género Tiago Obligado –miembro del Consejo de Notables del Ministerio de Justicia de Argentina– ha escrito: Si eres de los hombres que dicen yo no mato a nadie
, acuérdate que los hombres que matan a las mujeres lo hacen avalados por los que no hacemos nada. Peor que el asesino es el sistema de buenos tipos que se cruzan de brazos frente al problema
.
Con el título de ¿Por qué matamos a las mujeres?, Tiago Obligado explica: “Los hombres matamos a las mujeres porque somos educados para resolver nuestros conflictos mediante la violencia; porque no sabemos gestionar nuestras emociones; porque mediante los medios se nos muestran como objetos de posesión que pueden ser compradas y vendidas, violadas y abusadas y que están ahí para satisfacer nuestros deseos.
Los hombres matamos a las mujeres porque nuestra cultura amorosa es patriarcal y está basada en el egoísmo, el sufrimiento, la desigualdad: en relaciones verticales y en las luchas de poder. El capitalismo romántico perpetúa mitos y exalta el dolor como vía para llegar al amor. El romanticismo patriarcal se sostiene en la doble moral sexual, la dependencia emocional y el odio como forma de relación; en el esquema de amo y esclavo. Los hombres matamos a las mujeres porque no soportamos las derrotas.
Creemos entonces que entre las muchas acciones urgentes para combatir el feminicidio destacan acabar con la impunidad, en primer lugar, y empezar hoy mismo a educar a niños y niñas para la igualdad sin rivalidad; para manejar su afectividad y la expresión sana de sus emociones. No se trata de eliminar el noble cortejo del hombre a la mujer, pero sí de que aprenda a verla como una compañera y no como otro de sus juguetes. También hay que identificar las varias maneras en que las mujeres participamos en esta corrupción moral; necesitamos por ello formar a niñas y niños en una nueva ética, en la que nadie quiera comprar al otro y en la que nadie esté dispuesto a venderse.