n la revoltura de usos, costumbres y servidumbres donde lo posmoderno hace rato se pasó de tueste y la globalización colonial encontró en México la horma de su zapato, qué mejor que Muertos para preguntarnos sobre la vitalidad y la viabilidad de las tradiciones. Ésta, para empezar es milenaria. Aunque manoseada durante siglos por la Iglesia católica sin poder controlarla, la fiesta de Muertos es todo lo pagana y misteriosa que quepa imaginar. Hoy que lo macabro goza de público alrededor del globo, la celebración bien mexicana inspira y da pretextos de plagio a cineastas, maquillistas, modistas, escritores, fotógrafos, publicistas, carnavaleros y jalogüineros, en particular entre nuestros inseparables vecinos del norte. De tanto birlarse la idea de Muertos y darle usos diversos acabaron por regurgitarla de vuelta, y ahora Día de Muertos en nuestras ciudades lleva una gran impronta del Gabacho (no sólo producto de gabachos, pues trae su dosis de chicano y paisano). Añadamos el imponderable de las modas plásticas que llegan para quedarse, como Frida Kahlo y José Guadalupe Posada, que en Muertos encuentran conjunción perfecta.
Llegados a 2016 tenemos que la celebración callejera de Muertos la determinó una reciente película de James Bond, que a su vez se inspira en un Muertos falso y en los edificios reales del Centro Histórico para desarrollar una fantasía apocalíptica sobre masas disfrazadas de calaca que huyen despavoridas bajo el helicóptero a la deriva en el que Daniel Craig se rifa el pellejo. Este año, qué padre, esa utilería nos hizo la fiesta.
Antes de mencionar las novedosas caras pintadas que resaltan y embellecen la calavera de las mujeres, que quede claro que Día de Muertos sigue siendo la singular y portentosa celebración trágica, gastronómica y terrenal de siempre en los pueblos y barrios del México indígena, campesino y suburbano. Pan, trago, cempasúchil (en náhuatl veinte flores
), atole pa’l frío, rezo familiar, pitanza de panteón, interminable lloradera hasta el alba. En cambio la modernidad laica había dejado atrás supersticiones tipo Muertos, salvo su pan de temporada. Ya en los early 60’s, jalogüin hallaba eco en la clase media, y pronto evolucionó al plebeyo y mendicante me da mi calaverita
y las primeras, patéticas caras pintadas.
No olvidemos que el poderoso retorno de Muertos en la Ciudad de México ocurre en 1985, a mes y días del terremotote que nos sacudió de verdad. Hogares, escuelas públicas, parques, ruinas frescas, el Zócalo mismo, se poblaron inusitadamente de escalones rituales, papel picado, guirnaldas, copal, objetos y retratos, ya sin necesidad de acatar la religión pero sí con mucho sentimiento. La fiesta prehispánica regresó al México secular con sorprendente profundidad. Guillermo Bonfil pudo confirmar sus utópicos
planteamientos sobre la negada persistencia de la civilización mesoamericana.
De entonces data la agudización estadística de la migración al norte, con todo y tortillas, guacamole, Jarritos y tradiciones. Y así como los gabachos tradujeron el taco en burritou, Día de Muertos, contiguo en el calendario al jalogüin (que allá es una fiesta rumbosa y sensacional, tradición suya pues), incorporó la temática esquelética y luego se expandió al primero de noviembre en San Francisco, Los Ángeles, Chicago, Nueva York y, entre ofrendas tradicionales y reventón callejero, se impusieron el disfraz y el maquillaje.
De ahí a Hollywood, ni medio paso. Si la Frida de Salma aviva la fantasía vestuaria en onda tehuana, las máscaras y caras pintadas a escala masiva aparecen en el churro con buen reparto Una noche en el Viejo México (2013), donde un gruñón Robert Duval texano y su nieto neoyorquino huyen a un pueblito en la frontera mental de los guionistas y ambientadores, y culminan su simpática aventura contra narcos y sicarios en una procesión de Muertos que prefigura el prólogo de Spectre (2016, más churro todavía) y consolida la nueva invención escenográfica. Antes se nos habían sumado, televisión sea dicha, zombis, vampiros y momias. La realidad intervino otra vez: masacres, feminicidios, ejecuciones son el pan de cada día. Colonizado, mercantil, trivial, pero extrovertido y catártico, Muertos vive en el corazón herido de nuestras ciudades y no sólo en las redes sociales.