Miércoles 2 de noviembre de 2016, p. 6
Washington.
Si el monstruo de Frankenstein –personaje literario creado por la escritora y ensayista inglesa Mary Shelley (1797-1851)– se hubiera podido reproducir, sus vástagos habrían eliminado la humanidad en unos 4 mil años, afirmó ayer la Universidad de Dartmouth, en Estados Unidos.
Con la publicación de la novela de la también filósofa y biógrafa británica, en 1818, nació un debate literario sobre qué pasaría si Víctor Frankenstein hubiera permitido vivir en libertad a su creación y a una compañera con la que pudiera reproducirse.
Científicos de la institución académica estadunidense, deseosos de resolver la incógnita, utilizaron herramientas computacionales para aclarar si una creciente población de criaturas como la de Frankenstein hubiera ocasionado la extinción de los seres humanos.
El conflicto habría sido inevitable por el principio de exclusión competitiva
: la rivalidad que habría nacido entre el hombre y los descendientes de la monstruosa criatura, condenados a competir por los recursos del ecosistema común, declaró Nathaniel Dominy, profesor de antropología y ciencias biológicas en la Universidad de Dartmouth.
El académico explicó que el principio de exclusión competitiva no se definió formalmente sino hasta los años 30 del siglo pasado.
La idea de tan extraño estudio se les ocurrió a los investigadores partiendo de un capítulo de la novela, en el cual el monstruo pide a su creador que cree a una acompañante para él y que los deje establecerse en América Latina.
El monstruo pide una compañera
En la novela Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, en versión libre, se lee:
–Debes crear para mí una compañera, con la cual pueda vivir intercambiando el afecto que necesito para poder existir. Esto sólo lo puedes hacer tú, y te lo exijo como un derecho que no puedes negarme.
La parte final de su narración había vuelto a reavivar en mí la ira que se me había ido calmando mientras contaba su tranquila existencia con los habitantes de la casita. Cuando dijo esto no pude contener mi furor.
–Pues sí, me niego –contesté–, y ninguna tortura conseguirá que acceda. Podrás convertirme en el más desdichado de los hombres, pero no lograrás que me desprecie a mí mismo. ¿Crees que podría crear otro ser como tú, para que uniendo vuestras fuerzas arraséis el mundo? ¡Aléjate! Te he contestado; podrás torturarme, ¡pero jamás consentiré!