Opinión
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La España cañí
S

e atribuye a Josep Pla, escritor catalán con la mirada puesta en los pueblos y las buenas mesas de su país, haber acuñado la frase aquella de que lo más parecido a un español de derecha es un español de izquierda.

La razón es que ambos tienen como denominador común una mayor o menos dosis de franquismo; lo cierto es que el generalísimo Francisco Franco, caudillo de España por la gracia de Dios, no hizo otra cosa que encarnar lo que algunos llaman el espíritu nacional de la España profunda. Es decir, que el franquismo no ha faltado en España desde mucho antes de la criminal dictadura fascista y, por supuesto, sobrevive en ese país hasta la fecha. Son pocos quienes escapan a esta generalización.

Hay que partir de ahí para entender por qué el Partido Popular (cada vez más abiertamente franquista) obtiene la mayoría de sufragios pese a tantos desfiguros y tanta corruptela y, finalmente, hasta su opositor –hipotéticamente Socialista Obrero– le acaba haciendo el juego a Mariano Rajoy para que éste pueda seguir gobernando a pesar de toda la porquería que ha aparecido ya en las filas de su partido y los equilibrios que se han hecho para que las implicaciones del propio Rajoy en el mugrero no salgan a la luz.

Es el caso de que los que se llaman a sí mismos socialistas –revolviendo con ello las tripas de quienes verdaderamente lo son–, que también participan en el poder y la consecuente corrupción, se han sumado a sus enemigos en apariencia, dando a pie a sospechar –lo cual se ha confirmado– de sus implicaciones en los beneficios ilegítimos del poder.

Sus cavernarios barones, dignamente encabezados por el tal –¿por cual?– Felipe González, enriquecidos a más no poder, hicieron todo lo necesario para allanar el camino a la repetición rajoyana, absteniéndose de votar la mayoría de sus diputados en el reciente proceso. De esta manera el número total de votos fue menor y, con los que había alcanzado el PP, bastó para lograr la mayoría necesaria para ungir a Rajoy.

No importó para ello defenestrar al joven líder que tenían, seguramente al margen todavía de los contubernios y con ganas de actuar en consecuencia con la supuesta ideología en favor de los más necesitados que, en España, cada día son muchos más, mientras unos cuantos –quienes suelen reunirse en el palco principal del Real Madrid– siguen succionando con singular entusiasmo.

El brazo armado de la vieja y enriquecida guardia socialista ( chorizos, les llaman muchos españoles), que en México cuenta con diversos adláteres, como un distinguido académico de apellido Escalante, fue la tal –¿también por cual?– Susana Díaz, cacica del PSOE en Andalucía, sobre quien ya corre el chisme de un pacto con Rajoy para que esto ayude, a cambio del respaldo, a que se le encubra bien toda la corruptela al socialismo cañí.

Esta parece ser la clave de lo sucedido en España: tracaleros de uno y otro bando entraron en pánico ante la embestida de fuerzas jóvenes, tanto de derecha como de izquierda, que aspiran a sustituir a la fosilizada casta hegemónica de la política española y, en caso de darles caballazo, podrían provocar un largo desfile de la vieja guardia, como la propia fichita llamada Felipe González ( cfr. La Jornada, 7/5/16), hacia la más pomadosa de las cárceles peninsulares.