a idea de que el ciclo económico mexicano está crecientemente vinculado al ciclo industrial estadunidense, nos obliga a seguir con el análisis de los indicadores del país vecino. No dejemos de anotar –sin embargo– que nuestro crecimiento medio anual está detenido. Una tasa media sexenal o decenal de apenas poco más de 2 por ciento lo muestra. Solamente una visión burocrática puede reconocer como exitosas esas tasas de crecimiento anual del PIB del orden de 2 a 2.5 por ciento. El cierre anual estimado por los personeros gubernamentales no es superior a esas tasas. Por eso, frente a un PIB potencial mayor, no puede haber –de verdad que no– ninguna muestra de triunfalismo.
A pesar de que el PIB por habitante parece mejorar por la dinámica poblacional con tasas de crecimiento cada vez menores. Pronto inferiores a uno por ciento al año. Recordemos una idea del brillante maestro Fernando Braudel. No hay que compararse con otros. Sí, en cambio, con uno mismo. Pero la ortodoxia no sabe de ciclos de largo aliento, de larga duración. A lo más piensa en sexenios aunque en su verbalización demagógica hable de planes de mediano y largo plazos. Respecto a los cuales, por cierto, hace muy poco.
Pero sigamos con la reflexión sobre el ciclo estadunidense. E iniciemos con un indicador esencial. La tasa de desocupación, vinculada a dos indicadores básicos: 1) el de la capacidad instalada en la economía; 2) el del nivel de utilización de esa capacidad instalada. Atrás de ellos se encuentran –sin duda– la inversión y la producción. Y un poquito más atrás, el nivel de la demanda agregada. Este se explica –vayamos al inicio– por el nivel de ingreso de la población. Sí, siempre atrás el nivel de ingreso de las personas. De las familias. Me desvío una letra para decir que los últimos datos oficiales de México muestran que la participación de las remuneraciones a las personas en el producto nacional de nuestro país no supera 27 por ciento. Lo que, por cierto, expresa una caída secular prácticamente constante desde hace casi 40 años.
Bueno. Regresemos con nuestros vecinos que el martes tienen un día muy especial. Ya veremos resultados. Es realmente impresionante que su capacidad industrial instalada prácticamente no cese de crecer. De 1967 en adelante sólo ha dejado de crecer en tres momentos: 1) abril de 2003 a noviembre de 2004; 2) junio a noviembre de 2008; 3) noviembre de 2009 a julio de 2011. Pudiera decirse –incluso– que es una economía con un comportamiento obsesivo por instalar capacidad. En realidad todas tienen esa característica. Evidentemente, y ante esta presión, el nivel de la capacidad industrial utilizada tiende a bajar.
Así, descubrimos niveles de utilización no sólo con un comportamiento cíclico, vinculado al ciclo de la producción industrial. Sino –también– continuamente descendente. Esto es muy grave. Como los veremos en otro momento. Presiona a la baja la rentabilidad general de la economía. Salvo el impulso de sus elementos contrarrestantes. Y es que actualmente se ocupa 75 por ciento de la capacidad industrial total instalada. Hace más de 15 años que no se supera 80 por ciento. Un asunto delicado por esa presión a la rentabilidad. Y nunca ha regresado a los altos niveles de 80 por ciento de utilización de la capacidad instalada. Se registraron a finales de los años 60 e inicios de los 70. Nunca más. Se trata, entonces, de una enfermedad secular.
Cada día se utiliza menos lo que cada día se instala más. Sólo los incrementos de productividad –entre otros elementos que he prometido ver luego– la contrarrestan. Más o menos según su evolución respecto de la del sobre-equipamiento (permítaseme llamarlo así). En igualdad de circunstancias esto significa que cada día cuesta relativamente más producir. A menos que se abaraten los elementos que conforman la capacidad industrial. Eso no es fácil. Tampoco es fácil abatir los niveles de desempleo. Pero no sólo, pues cada día, a los despedidos les cuesta mucho más trabajo y más tiempo volver a emplearse.
Sí, por una parte la desocupación no sólo ha llegado a alcanzar los más altos niveles de su historia; es decir, más de 10 por ciento (en 2009 como en 1982). Y por otra –asunto muy delicado– nunca había sido tan largo el tiempo promedio que tardan los desempleados en volver a ocuparse.
Me refiero a las casi 40 semanas que se alcanzaron en los meses julio a septiembre de 2011. Pero también a la imposibilidad práctica que se experimenta actualmente en la economía vecina para disminuir en más de 26 semanas ese promedio de días que tardan los desocupados en volver a ocuparse. No más de 16 semanas antes de la última crisis. Instalación creciente de equipos. Utilización cíclica pero decreciente de los mismos. Y producción cíclica.
Son tres indicadores económicos fundamentales de nuestros vecinos que hoy se acompañan con dificultades crecientes para regresar a niveles de desempleo inferiores a 4 por ciento. Y abatir los periodos en los que los estadunidenses despedidos vuelven a ocuparse.
Se trata –como se puede desprender de los datos presentados en esta nota– de nuevas características de la economía vecina. Datos que –además– proporcionan un nuevo contexto más complejo para nuestro crecimiento económico, irremediablemente vinculado a la marcha de la economía estadunidense. De ahí la importancia de su estudio. Sin duda.