as elecciones presidenciales en Estados Unidos confirman el grave síndrome que aflige a la población de ese país. Desde hace muchos años el mal llamado sueño americano dejó de existir en el imaginario colectivo. Ha sido remplazado por la fantasía cotidiana del entretenimiento
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Para una mente infantil, la idea de estar sin entretenimiento de algún tipo resulta algo insoportable. En el fondo, la perspectiva de tener que pensar o reflexionar se puede convertir en una perspectiva aterradora.
Por eso cualquier cosa es buena para la distracción y el pasatiempo. Desde los omnipresentes espectáculos de los deportes, hasta las funciones de gala y las revistas de chismes sobre las celebridades, todo es un buen candidato para el entretenimiento. Y si todo debe pasar por la diversión pues el mundo de la política también puede convertirse en espectáculo.
Este año en el centro del escenario de este show se encuentran los dos contendientes más representativos del mundo político estadunidense: un sicópata payaso compite con una oportunista y ambiciosa mujer. El primero ha hecho alarde de su misoginia, machismo, racismo e ignorancia para atraer a una buena parte del electorado estadunidense. La segunda ha pretendido apoyarse en su experiencia y valores democráticos pero en los hechos ha demostrado que su belicosidad y oportunismo no tienen límites.
No es marginal el número de votantes que la mañana del martes saltaron entusiastas a la calle para ir a votar por Donald Trump. Su infantilismo tiene mezclas de sadismo vengador pues ven en el bufón millonario alguien que ha sido capaz de burlarse del establishment en Washington y que hábilmente ha sacudido al inepto y centralizador gobierno federal. Y es que muchos de los seguidores de Trump le echan la culpa al gobierno federal de todos los males que aquejan a la sociedad estadunidense, desde el desempleo y la crisis hasta una supuesta falta de firmeza frente a los desplantes de una Rusia envalentonada.
Tal pareciera que esta parte del electorado, tan adicta al entretenimiento en todas sus formas, hubiera despertado de una infantil modorra y se hubiera encontrado con un escenario de una terrible decadencia económica. Como niños enojados incapaces de analizar y enfrentar una realidad, esa parte del electorado no ha podido hacer otra cosa que buscar a quién echarle la culpa. Y en este caso se encontró con el candidato perfecto, una maquinaria que es disfuncional en muchos casos y corrupta en otros. Es decir, acabamos de nombrar al gobierno federal. Su responsabilidad en el salvamento de los principales jugadores del sector financiero después de la crisis y sus devaneos con los intereses de las grandes corporaciones no ha pasado desapercibida para esta parte del electorado. Es para ellos que Trump se saca fotos y hace declaraciones incendiarias frente al esqueleto de una oxidada planta de la industria automotriz en Detroit. Por cierto, esos votantes seguirán estando ahí al día siguiente de la elección, independientemente del resultado.
Por su parte, el electorado que votó por Hillary Clinton se divide en dos grupos. En el primero se encuentran aquellos que piensan que auténticamente representa los valores democráticos que dice abrazar. En el segundo grupo están los que la ven como una persona falsa, hueca, que como dice Jon Stewart, usa un disfraz diseñado por alguien más para ser otra persona; una mujer sin el valor de sus convicciones porque ni siquiera se sabe bien cuáles son esas convicciones.
La experiencia de la señora Clinton se cristaliza en una lista de infortunios, comenzando con las mentiras sobre sus actividades en Bosnia. Su aventura en Libia convirtió a buena parte de África en una zona de desastre. Las operaciones encubiertas realizadas por los servicios estadunidenses hasta terminaron vendiendo armas a los combatientes de ISIS, como lo revelan los correos electrónicos dados a conocer por Wikileaks. Y la intervención en Siria condujo a uno de los escenarios más peligrosos en el mundo. Ambos episodios fueron concebidos por Hillary mientras fungía como titular del Departamento de Estado. No cabe duda, de triunfar Hillary será uno de los presidentes más belicosos en la historia de Estados Unidos.
El denominador común, el rasero contra el cual fueron medidos sistemáticamente los dos contrincantes fue siempre el dinero. Y Hillary siempre salió vencedora. La mitología de los recursos infinitos de Trump se quedó en eso, mitos que se esfuman. En cambio, con Goldman Sachs a la cabeza, Hillary y los escandalosos donativos para la Fundación Clinton, siempre salieron triunfantes en la carrera para llenar su cofre de guerra.
En síntesis, las elecciones no fueron entre Hillary y Trump. Los verdaderos candidatos fueron el aventurerismo belicoso de una mujer experta en camuflajes, y la nostalgia de un mundo en el que la ignorancia y los prejuicios raciales y misóginos constituyen valores admirables. El triunfador de este proceso será un mundo más peligroso.
Twitter: @anadaloficial