Como muchos presidentes antes que él, el magnate de los inmuebles debe prepararse para la complejidad del combate político en Medio Oriente, pero, ¿sabe dónde se ubica esta región?
Beirut.
esde luego, no habrá cambio en Medio Oriente. Lo único que siempre unió a Hillary Clinton y a Donald Trump –pese a las tonterías de Trump sobre los inmigrantes musulmanes– era la extensa área entre Argelia y la frontera india-paquistaní. ¿O es la frontera entre Marruecos e India y Pakistán? ¿O la frontera iraní-paquistaní? Dios sabe dónde está Medio Oriente
en la mente de los políticos estadunidenses… o en la de Trump. Bueno, son un montón de musulmanes, supongo, además de Israel, donde la mayoría de la población es judía. Un Medio Oriente que también tiene una pizca de cristianos, cosa que recordamos cuando sus iglesias son incendiadas y su gente es esclavizada porque, hace mucho, cuando a Europa se le llamaba el reino cristiano... nosotros en Occidente nos denominábamos cristianos también. Pero hasta ahí llega nuestro conocimiento.
Por tanto, el Medio Oriente de Trump muy probablemente es casi el mismo que el de Hillary. Un apoyo acrítico a Israel, con sus armas nucleares y su caótico primer ministro, la estridente perorata sobre el terror, terror, terror, terror, terror (borren la palabra cuando se hayan cansado de ella), y un respaldo a los moderados
, así sean rebeldes (al estilo de los sirios), presidentes y reyes (de la clase de Sisi en Egipto y Abulá en Jordania) y a nuestros amigos (sauditas/cataríes, kuwaitíes) cuyos difuntos reyes probablemente merecerán una bandera a media asta.
Pero a todos los armaremos. Podemos estar seguros de esto: los estados del Golfo continuarán devorando armas/misiles/tanques/aviones y Trump visitará estas polvorientas monarquías y recibirá trato de rey –lo cual, supongo, le gustará mucho– y le garantizará a Israel un apoyo eterno, constante e incuestionable a la única democracia de Medio Oriente
y exigirá a la Palestina ocupada que haga decisiones difíciles
por la paz.
Como garantía, está esa pequeña promesa que hizo Trump durante su campaña de mudar la embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén. Dicha promesa ha quedado olvidada en un casillero durante tantos años que los muchachos de la Casa Blanca seguramente tienen muchos archivos al respecto, amarillentos de viejos, sobre el porqué algo así molestaría mucho a los árabes, especialmente a los palestinos (quienes querrían una embajada estadunidense en su mitad de la capital de Jerusalén), si de verdad el embajador de Estados Unidos tomase el camino hacia la Ciudad Santa. Pero sospecho que las medidas de seguridad
ocasionarán que el pequeño proyecto sea puesto en espera de momento.
Y, sin embargo –siempre hay sin embargos
cuando asume un nuevo mandatario en Estados Unidos–, muchos presidentes han tenido que lamentar sucesos en Medio Oriente, Afganistán, Irak, Siria… la Casa Blanca no es muy afecta a ondear banderas por esas naciones, ¿verdad? ¿Qué hará Trump cuando esos países representen una amenaza
para Occidente? ¿Desempolvar sus odios antimusulmanes? ¿Llamar a su amigo Vladimir? ¿Pedir que le presten un atlas?
Pero recuerden que solíamos decir cosas así sobre George W. Bush… y tuvimos la invasión a Irak. La presidencia de Trump no puede darse el lujo de adoptar el mismo camino. ¿O sí?
Por tanto, me arriesgaré a hacer una cruel predicción: Medio Oriente se levantará y embestirá a Donald Trump cuando él menos lo espere y lo enfrentará a una decisión aterradora (guerra o paz), y su administración –como sea que ésta resulte– no estará en condiciones de afrontarla. Ésta será la responsabilidad última de los electores estadunidenses, desde luego. Pero no nos olvidemos de nuestro altivo caballo británico. ¿Se acuerdan de un muy popular primer ministro que gobernó no hace mucho? De pronto se vio atrapado en Afganistán, ¿no es cierto? Y después en Irak, ¿verdad? Tony… ¿cómo se llamaba?
The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca