Opinión
Ver día anteriorSábado 12 de noviembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El triunfo que obliga a cambiar el rumbo
E

l carácter inesperado del triunfo de Donald Trump ha generado una amplia gama de interpretaciones sobre la motivación de los estadunidenses al otorgarle su voto, haciendo a un lado todas las evidencias que lo descalifican en el plano personal, profesional y ético.

Estas motivaciones se relacionan con el rechazo a la migración, a la cual se culpa de todos los males; otras se fundan en las posiciones conservadoras frente al aborto y la homosexualidad que incluyen a eficientes redes religiosas. En esta lista se hace evidente la visión racista de la supremacía blanca, la condición femenina de la candidata demócrata y, probablemente, el encono derivado de haber sido gobernados por un presidente afroestadunidense. Pero quizá las principales causas son el rechazo a la política tradicional y la inconformidad por la desigualdad, baja calidad de vida y pobreza de amplios sectores de la población en el que dice ser el país más rico del mundo.

Una de las causas de la votación que se vincula claramente con nuestro país está relacionada con los efectos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), signado por los gobiernos de Canadá, Estados Unidos y México, que entró en vigor en aquél enero zapatista de 1994, al cual se culpa del cierre de miles de empresas y pérdida de millones de empleos. Así lo planteó la población trabajadora de distintas regiones de Estados Unidos, incluyendo las de Ohio, Michigan, Pennsylvania y Wisconsin, los que exhibieron claramente los estragos ocasionados por el cierre de empresas y su traslado a otros países con mano de obra más barata, ausencia de sindicatos reales y reducidas reglas de protección ambiental, como México.

Algunos trabajadores estadunidenses creen que los mexicanos hemos robado sus empleos y nos culpan de sus males; con esa visión enfocan mal el problema, el cual consiste esencialmente en que las empresas trasnacionales, mediante el llamado fenómeno de la globalización, ha impuesto en el mundo sus propias reglas, más allá de los estados nacionales, atendiendo exclusivamente a su propio interés; así se mueven, desafiando fronteras en búsqueda de mejores condiciones para aumentar sus ganancias, sin importarles la suerte de las poblaciones en donde actúan.

Este fenómeno fue advertido a principios de los noventas, cuando se tuvo conocimiento de las negociaciones del TLCAN por parte de académicos, especialistas, sindicatos democráticos, redes sociales de activistas y otros integrantes de la sociedad civil, en los tres países participantes quienes sostenían que el acuerdo que se discutía entre los gobiernos era mucho más que para facilitar el libre comercio, reducir el costo de aranceles o fomentar la colaboración entre los países. Se denunció con claridad que se estaba construyendo un modelo de integración que facilitaba la movilización de capitales e inversiones y que dejaba fuera cuestiones esenciales para los pueblos como la migración de personas o el tema ambiental.

En México se denunció que el tratado incrementaría la dependencia de nuestro país hacia el país vecino del norte y que se lesionarían varias ramas de la industria, el campo y los servicios, no habilitadas para competir frente a Estados Unidos y Canadá, sin aplicar las medidas compensatorias necesarias, como se había hecho en Europa. Se demostró que en todos los campos estábamos renunciando a nuestra soberanía y a la capacidad para diseñar nuestro propio modelo de desarrollo y que, a final de cuentas, terminarían perdiendo las mayorías.

La respuesta del gobierno salinista fue descali-ficar los planeamientos formulados, entre otros, por la Red Mexicana de Acción frente al Libre Comercio, y machacar, hasta el cansancio, que con el nuevo tratado compartiríamos la prosperidad de un nuevo mercado regional, encabezado por el país más desarrollado del mundo; puntualmente señaló que el empleo y los salarios tendrían una recuperación inmediata y ascendente.

Hoy, 23 años después, confirmamos que las redes trinacionales tuvieron la razón, que los obreros estadunidenses y canadienses perdieron sus empleos y que en México empeoraron también los empleos y los salarios; que en el balance final, los pueblos perdieron y el capital trasnacional creció, se expandió y ganó. Hoy somos un país dependiente y estamos a la sombra de un nuevo gobierno que nos rechaza y promete expulsar a nuestros paisanos, secuestrar el producto de su trabajo enviado por la vía de remesas e imponernos un muro de ignominia.

El candidato Bernie Sanders tenia razón, cuando, coincidiendo con las redes trinacionales frente al libre comercio, planteó que su país requería un modelo de globalización y desarrollo diferentes, que pusiera en el centro el bienestar de la población, de sus trabajadores y la protección del medio ambiente.

En México desde tiempo atrás se ha desarrollado este planteamiento, sin que sus autores hayan sido debidamente escuchado; conducir el país hacía un nuevo tipo de desarrollo que ponga énfasis en el fortalecimiento del mercado interno, el empleo y el salario. Sólo por esta vía crearemos las condiciones para que nuestros compatriotas encuentren un espacio en nuestro país si son deportados, sólo así lograremos superar la desigualdad y la pobreza generadoras de nuestros males. Dejemos de lamentarnos, cambiemos el rumbo del país. Por lo pronto, exijamos que en las próximas semanas se incremente sensiblemente el salario mínimo.

Pd. Sin ver la tempestad, los diputados asignaron 27 mil millones de pesos al fondo de moches que permite su promoción personal y partidaria. Un presupuesto de egresos acordado en la obscuridad con el rechazo de la totalidad de los representantes de Morena y dos del PRD.