a asociación caritativa y benévola llamada Les restaurants du coeur se encarga cada invierno de distribuir comidas y despensas de alimentos a gran número de personas que padecen una extrema necesidad en Francia. En este noviembre acaba de abrir las puertas de su campaña invernal, a lo largo y ancho del país, por su trigésima primera ocasión.
Fue fundada en 1985 por el célebre humorista Michel Coluche, indignado de ver que en una nación gobernada por un presidente socialista subsistiesen aún millares de personas que no pueden alimentarse. El éxito de la empresa ha sido tal que se renueva cada año, cuando llega la temporada de frío. El humorista habría soñado no tener que recomenzar la operación, pues ello habría probado la miseria había desaparecido. Por desgracia, hace más de 30 años que la campaña recomienza y sigue pareciendo aún más necesaria.
Coluche, quien tuvo la idea de crear Les restaurants du coeur era en primer lugar y ante todo un gran actor cómico.
Es un lugar común decir que, tras la máscara del payaso, se esconde un hombre triste. Acaso para dar credibilidad a esta idea, algunos payasos se pintan una lágrima en su cara cubierta de pasta blanca. En todo caso, optimista o melancólico, el cómico debe arrancar la risa. Y uno de los artes más difíciles es el de provocar la risa.
Se requiere gran distanciamiento consigo, alto sentido crítico e irónico, conocimiento profundo de la naturaleza humana, en suma, gran inteligencia de la realidad para revelar su incongruencia y descubrir su insensatez.
Los grandes cómicos, conocedores del alma humana sin necesidad de la terminología siquiátrica o sicoanalítica, ponen al desnudo la locura. Y la estupidez. Tras la cara de tonto de Stan Laurel, El Flaco, se oculta una persona con dones geniales, y no sólo por su actuación, puesto que él escribía sus guiones y no se privaba de intervenir en la realización del filme.
Chaplin o Cantinflas, Tin Tán o Buster Keaton, El Gordo y El Flaco, los hermanos Marx, entre otros grandes cómicos, provocan la carcajada gracias a resortes como el ridículo, la torpeza mental, el disparate o el absurdo. Una condición: el bromista debe hacer creíble su farsa. Comprometer al espectador con su burla. El burlador debe ser burlado por sí mismo antes de burlar al público si quiere hacer reír. Por esto mismo, está obligado a ejercer una crítica aguda e incisiva de sociedad, poder, tiranía, costumbres, modas, prejuicios. Y para Coluche, que la gente pueda sufrir hambre en un país productor de tantos alimentos era la situación más absurda de todas, y el escándalo más indignante.
Michel Coluche (1944-1986) fue un rebelde desde su infancia. Abandonó la escuela primaria después de tomar un dictado en el cual sólo cometió una falta de ortografía, diciéndose que sus conocimientos eran ya suficientes. Entre vagancias con chicos más rebeldes que malos y diversas esporádicas chambas, igual cargador que florista, logra obtener de su madre viuda que le compre una guitarra. Apasionado de la música, se lanza en esta carrera. Forma grupos musicales, pasa de cantar en la calle a cantar en bares.
Adquiere celebridad por su original estilo grosero, pero nunca vulgar
. En 1980 se presenta a las elecciones presidenciales. Como los sondeos le atribuyen 16 por ciento de votos, Mitterrand lo ve como una amenaza y encarga a algunas personas disuadirlo.
Siempre bromista, en 1985 organiza su matrimonio público con el gran imitador y cómico Thierry Le Luron, Coluche travestido en mujer y Le Luron, homosexual declarado, trajeado de hombre. El objeto: burlarse del casamiento ostentoso con una mujer de un presentador de noticiario, homosexual oculto.
Coluche murió en junio de 1986 en un accidente de moto. Este invierno, su asociación acogerá a un millón de necesitados. Frente a la pobreza, la generosidad: los dones se calculan en 4 mil 600 millones de euros este año.
La herencia de este cómico genial no es broma.