¡Apenas cuatro años de EPN!
43, Casa Blanca, Chapo, Trump
Lo peor, por venir
Yunes y Murat: desesperanza
ada positivamente relevante ha hecho Enrique Peña Nieto en sus primeros cuatro años en Los Pinos. Rey Midas al revés, ha devaluado y descompuesto todo cuanto ha tocado (incluso aquello que, según sus cálculos, llegaría a constituir sus mejores referencias, como las tales reformas estratégicas
). Con un tercio de su periodo de gobierno aún por cumplir, pareciera un político en las últimas, devastado en las encuestas de opinión, entrampado en temas de corrupción, impunidad e impericia, reprobado por instancias internacionales que aún a finales de 2014 creían ver en el mexiquense a un salvador
de México y a su administración como creadora de un muy cacareado Mexico moment.
Resultaría masoquista elaborar al inicio del mes navideño una lista detallada de los fracasos y errores de la administración de Peña Nieto, quien ha tenido la congruente habilidad de hacerse acompañar de personajes de similar catadura negativa en el gabinete federal, con predominio (pensamiento político aldeano, de mafiosidad paisana) de funcionarios provenientes del estado de México y una marcada proclividad generalizada a aprovechar el erario para beneficios económicos particulares.
Hay, sin embargo, episodios que marcan negativamente el paso del Orgullo de Atlacomulco por la silla presidencial. El que empezó su declive fue Iguala, con la desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa y una inicial negativa federal de enterarse
de ese hecho terrible, pretendiendo endilgar responsabilidades, y encapsularlas allí, en los ámbitos estatales (con el perredista Ángel Aguirre Rivero como gobernador expiatorio) y municipales (con el también perredista José Luis Abarca como presidente municipal expiatorio). Peña Nieto siempre será recordado por la muy significativa reticencia para esclarecer esos hechos y por mantener el ámbito militar a salvo de indagaciones reales, como si el caso de los 43 entrañara secretos, complicidades o circunstancias que una razón de Estado
o una razón de narcopolítica obligara a silenciar.
La Casa Blanca de las Lomas de Chapultepec constituyó, a su vez, la máxima demostración, documentada, del aprovechamiento de los cargos públicos para beneficios personales o familiares. La irrefutable evidencia de conflictos de intereses y tráfico de influencias no fue lo único grave, pues también resultó grotesco el proceso de control de daños
que intentó Los Pinos, utilizando a un patiño, Virgilio Andrade, como lavador de imagen desde la Secretaría de la Función Pública, y terminando con una desastrosa petición pública de perdón
por parte de Peña Nieto, a cuenta de las erróneas percepciones
que hubiera generado el citado episodio inmobiliario-gubernamental.
Siempre recordable será, también, la fuga de Joaquín Guzmán Loera, apodado El Chapo, mientras el mexiquense y buena parte de su grupo central volaban a Francia. La corrupción generalizada de los órganos policiacos, de inteligencia y de gobernación quedó de manifiesto en las chapoaventuras tuneleras, con todo y que posteriormente fue reaprehendido el capo sinaloense y el gobierno federal festejó tal hecho como si fuera una victoria olímpica. En fechas recientes, las conciencias nacionales se cubrieron de oprobio con la alfombra roja tendida en Los Pinos para recibir al grandísimo ofensor de México, Donald Trump, a quien se ayudó escénicamente en momentos críticos, al permitirle usar a nuestro país y a su dirigente formal, EPN, como piezas manejables a su favor.
No parece, sin embargo, que la crisis nacional haya tocado fondo. Peña Nieto está empecinado en dar más poder a los militares (Ejército y Marina) y con ello tender un blindaje armado ante las previsibles turbulencias sociales que generarán los factores internos, como el recorte presupuestal 2017, y externos (la devolución trumpista de mexicanos sin estancia legal en Estados Unidos, además de las restricciones y renegociaciones en materia de comercio con ese país). Y, desde luego, la sucesión presidencial convoca a las élites a cerrar filas para impedir sobresaltos partidistas. Lo peor del peñismo puede estar en camino.
En Veracruz, la devastación institucional practicada salvajemente por un priísta, Javier Duarte de Ochoa, tendrá a partir de hoy un nuevo operador, el panista Miguel Ángel Yunes Linares, cuyo historial de apropiación de la riqueza pública, negocios privados y clientelismo electoral es parecido al del mencionado Duarte. El papá Yunes llega a la minigubernatura de Veracruz para desarrollar un espectáculo justiciero
contra el antecesor JDO e ir preparando, en términos económicos y políticos, el camino para alguno de sus hijos cuando toque pelear la gubernatura de seis años.
En Oaxaca también hay espectáculo de ilusionismo: Alejandro Murat, hijo de uno de los gobernadores priístas que han hundido a la entidad, José Murat, toma el poder y se lanza contra el antecesor, Gabino Cué, quien ciertamente ejerció el mando de manera reprobable. Ha dicho el joven Murat que recibe un estado en condiciones de colapso, de catástrofe y, para actuar en consecuencia, decidió no realizar fiestas de celebración al instalarse en el gobierno oaxaqueño. Aquí, como en Veracruz, lo importante no será solamente lanzar acusaciones contra los políticos precedentes, sino documentar plenamente los hechos delictivos, presentar las denuncias correspondientes y presionar para que haya castigo.
De otra manera, Yunes y Murat, como El Bronco en Nuevo León, solamente harían alharaca efectista e irían dosificando el enojo popular hasta que, a la hora de sus respectivos relevos, se descubra
que ellos cometieron similares saqueos y negocios, en una espiral de corrupción hasta ahora irrefrenable, tanto en quienes cumplen cuatro años en el poder federal como en quienes ahora lo dejan desde planos estatales (habiendo sido esperanzas de cambio
) y quienes, con sus biografías como tempranos testigos de cargo, llegan (ya sin generar esperanza) a las gubernaturas. ¡Hasta mañana!
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