s cierto que el país requiere certidumbre. Pero cuando cambian las circunstancias y se prevé enfrentar desafíos no considerados, es necesario corregir lo planeado. La elección de Trump ha modificado drásticamente las expectativas mediatas y, más aún, las inmediatas. A nivel global los riesgos de que vivamos tiempos recesivos se han incrementado. Para México las primeras medidas que ha anunciado el próximo presidente de Estados Unidos indudablemente afectarán las principales variables económicas con las que se hizo la planeación presupuestal. Los flujos de inversión extranjera que llegarían a México se han detenido y, en algunos casos, sabemos que se han redirigido. La inversión nacional también se ha paralizado.
En virtud del desempeño de la industria estadunidense, las exportaciones mexicanas dirigidas a ese país perdieron dinamismo. Con lo que Trump ha declarado que hará, enfrentaremos un deterioro creciente en este frente. La expulsión de migrantes mexicanos detendrá inmediatamente el envío de remesas, al tiempo que se genera un problema interno para ubicarles en un trabajo mínimamente digno. De modo que, por estas tres vías, el ingreso de dólares a la economía nacional se reducirá rápida y significativamente. Además todo indica que el peso seguira perdiendo valor frente al dólar. La organización económica que se creó con la firma del TLC implica que el sector externo es el motor fundamental. En las nuevas condiciones la economía recibirá un fuerte golpe.
Este muy probable escenario no estaba previsto cuando se hizo la propuesta de presupuesto para 2017. Las metas planteadas en ese documento, consecuentemente, tendrían que modificarse. Insistir en que lo principal en 2017 es obtener un superávit primario de 0.4 por ciento del PIB es una insensatez. Decir que el marco tributario es adecuado pudiera satisfacer demandas de cierto sector, pero dificulta el manejo de las finanzas públicas en un entorno de disminución de ingresos. La situación exige que quienes están al frente de la administración pública le propongan al país un conjunto de acciones realistas que permitan aminorar los impactos de un trumpismo que complica la situación de una economía global en condiciones de estancamiento.
Estas acciones debieran pensarse como un plan para afrontar un desastre natural de proporciones importantes. Se trata de determinar lo que hay que hacer para estar en condiciones de amortiguar las decisiones del gobierno de Trump. Seguir con el planteo de que con las reformas estructurales conseguiremos una economía competitiva y que en el mediano y largo plazos podremos ver resultados en el bienestar social, no convence a nadie de la conveniencia de invertir en México. Requerimos una propuesta de política económica que aproveche la existencia de márgenes de maniobra significativos para modificar el funcionamiento gubernamental. En efecto, tras años de enfocarnos en el equilibrio peresupuestal hay espacio para expandir el gasto público, enfatizando en la protección de quienes se verán más afectados. Incrementar los salarios mínimos 25 por ciento el próximo año sería una medida útil.
Haría falta, además, aprovechar la discusión que ocurre en la Ciudad de México en torno al ingreso ciudadano universal. Está planteado que la Constitución de la Ciudad reconozca el derecho de los habitantes a que el gobierno les garantice un ingreso mínimo universal. Incluirlo en la Carta Magna de la Ciudad de México obligaría a una reflexión nacional que, fundamentada en los acuerdos que se logren, se generalice en el país. Muchos asuntos podrán argumentarse en contra, pero habiendo sido reconocido a nivel constitucional su pertinencia y necesidad será posible su aplicación. La pensión universal a los adultos mayores establecida en la Ciudad de México en 2001 se ha generalizado en el país y no se dicute su viabilidad.
Es cierto que son momentos para que haya unidad nacional. Pero no será posible si solamente se la convoca instalados en una retórica nacional. Hace falta construirla en torno a un programa en el que las acciones se conviertan en razones para trabajar en resistir y aprovechar las difíciles condiciones para que en nuestro país haya desarrollo, es decir, crecimiento económico y bienestar social.