Wilde: impertinente absoluto
ra un homenaje que debió hacerse, por lo menos, en 2000, al cumplirse el centenario de su muerte. Finalmente en el Petit Palace, el bello museo del gobierno de la ciudad de París, recuerdan a Oscar Wilde con una gran exposición, L’Impertinent absolu. El célebre escritor nació en Dublín, en 1854, y murió precisamente en la capital francesa. En el cementerio de Père-Lachaise está su tumba, apenas superada en visitantes por la de Jimmy Hendrix. Pero mientras a éste sus admiradores le dejan una que otra botella vacía de licor, a Wilde, flores y poemas.
No faltan los que califiquen este homenaje de tardío
, pues en Londres hubo dos grandes exposiciones para recordar ese centenario: una, en la British Library, biográfica y con materiales que mostraron la importancia de Wilde en la literatura. La otra, en el Barbican Center, con textos y cuadros que documentan la relación del escritor con los pintores británicos y franceses en la segunda mitad del siglo XIX.
Sin embargo, la del Petit Palace es única, pues el visitante disfruta de más de 200 objetos procedentes de varios países (especialmente de Inglaterra, Francia y Estados Unidos) que muestran la trayectoria de Wilde en la poesía, la novela, el teatro y la crítica de arte. Algunos de sus manuscritos se exhiben por primera vez al público. A ello se agregan pinturas de los prerrafaelitas, fotografías con su familia y amigos, primeras ediciones de sus textos, caricaturas, cartas, diseños para obras de teatro, carteles donde se anuncian las más famosas, de Salomé y La importancia de llamarse Ernesto a El retrato de Dorian Gray. Además, efectos personales y pinturas relacionadas con su obra procedentes de diversos museos y colecciones particulares.
Salomé fue escrita por Wilde en francés para que el papel protagónico estuviera a cargo de Sarah Bernhardt. Ha servido para que Hollywood recree muy a su estilo la leyenda bíblica. También en ella se inspiró Richard Strauss para crear en 1905 la más famosa de sus óperas.
Wilde estuvo siempre vinculado a Francia, donde gozó de gran estima. Fue amigo de André Gide, Pierre Louÿs, Mallarmé, Verlaine y Victor Hugo. Ello explica por qué decidió pasar en París la última etapa de su vida (aunque en medio de carencias), luego de la terrible experiencia de estar dos años preso acusado de homosexual, condición humana que todavía en el siglo pasado era un delito grave en Inglaterra. En este homenaje se incluyen el original de la demanda de quien lo denunció por homosexual, así como el de De profundis, la epístola dirigida desde la cárcel a su antiguo amante y traidor. De ella hizo una espléndida traducción José Emilio Pacheco.
Para los intolerantes de hoy y mañana, Wilde seguirá siendo un impertinente absoluto.