ué belleza tiene la poesía de María Zambrano, la filósofa española! Qué belleza cuando canta al toro: Sí, me he dejado al toro. El toro, el que está ahí desde siempre. El toro que aún en su forma concreta, el maravilloso animal que lleva sol y luna entre sus astas, sacrifica todavía, los españoles; en un doble sacrificio, el del torero que lo sacrifica arriesgando la muerte, para formar con el jeroglífico toro pájaro
.
Lástima que ese toro al que cantaron los poetas no aparezca en las plazas. Descastado, dejó de ser el ejemplo y símbolo más claro del mal, de la fuerza bruta de la naturaleza. El toro perdió ese pensamiento de muerte expresión de su instinto. La agresividad en la mirada son recuerdos de otras épocas. Perdidos en la memoria, los versos de Federico García Lorca:
“Y a través de las ganaderías.
Hubo un aire de voces secretas
Que gritaron a toros celestes
Mayorales de pálida niebla
Oh, negro toro de pena”
En la Plaza México nos quejamos de que los últimos años se lidiaban novillones con cuernitos de dulce. En la temporada actual aparecieron torotes engordados, cornalones, pero sin fuerza ni casta, al grado de que ruedan y ruedan por el redondel, no por el efecto de espectaculares volapies, sino para contemplar a las guapas de las barreras y recrear eróticas fantasías.
Nuevamente, con los toros españoles de Santa María de Jalpa aparecieron torotes rubios imponentes que se pararon y no embestían. El último, con unos cuernos que asustaban y nos recordaban al igual que los toros al pelo naranja del vecino país.
Diego Silveti no se amilanó, lo enfrentó y le pegó una estocada que calentó a los cabales. Diego consiguió que el descastado toro se rindiera a su verticalidad. Lástima que los pases fueran sueltos, lo que le restaba emoción. Este día, Morante y Manzanares, con los toros de Teófilo Gómez en espera de que la Guadalupana nos haga el milagro de que embistan.
¡Aire! martinete ronco.