os cabales despertamos del sueño de un toro noble, con buen son que le permitió a Morante de la Puebla realizar una de las grandes faenas de la historia de la Plaza México. Hizo sentir su don de torero. Demostró que actualmente nadie le gana el dictado de maestro de lo despacioso. Ninguno consigue adueñarse del alma del aficionado. Al que hace vibrar con el rito del arte sevillano que lo inunda de fervor. Tan es así que la gritona plaza de Insurgentes vibró con la música callada del toreo que decía don Pepe Bergamín. Morante simbiotizado con el aficionado transmitía el silencio que permitía oír el zumbido de las moscas. Pausa que daba entrada a nuevas tandas y a nuevos silencios. Airones que rompían el silencio en rumores multiplicados en que el torero capta como ninguno el espíritu del toreo con la belleza enlazada a la muerte.
Menuda papeleta le tocó enfrentar a Joselito Adame en la encerrona que medio despertó a los aficionados y regresó a soñar con la faena al dulce toro Peregrino.
En contraste con la corrida del día de ayer, la gritería se escuchó a lo largo de la noche. En la oscuridad del coso y a mi avanzada edad difícilmente se alcanza a visualizar el nombre del toro y la ganadería. Máxime si durante todo el festejo los cerveceros, los cuberos, los whiskeros, los tequileros y los mezcaleros suben y bajan las escaleras, acompañados de los vendedores de cueritos, garnachas, merengues, cigarros, chicles, chocolates y hasta muéganos. Después del tercer toro, el caminar entre los asientos y las escaleras congestiona aún más el lugar por el permanente sube y baja a desalcoholizar.
Aparecieron en el ruedo: bureles de Teófilo Gómez, Montecristo, Villa Carmela, Barralba y espero no equivocarme. A mi gusto, el de Barralba corrido en último lugar fue un tío que se desplazaba con intensidad. No le encontró la cuadratura al círculo Joselito.
Al de Teófilo Gómez, que sin ser el toro soñado daba para practicar el toreo que gusta actualmente Adame, consiguió pases aislados que lograron emocionar a la clientela. El tenor de su quehacer torero fue un valor indómito, retador, peleonero. Al toro de Barralba que tenía emoción y al que de llegada le pegó una serie de muletazos contra las tablas escalofriantes, dejó ir la faena intentando torear por bajo cuando el toro pedía a gritos el toreo por alto. Un astado de imponente presencia y que desarrolló sentido. Difícil fue darle muerte. Lo contrario de lo efectivo que había sido con el resto de los bureles.
No fue la tarde que soñó Joselito, pero sus fanáticos lo envolvieron con aplausos y orejas y terminó saliendo a hombros. Mención importante es que mostró su fantasía capotera, la voluntad que lo llevó al grado de poner banderillas en tarde en que brindó sus enemigos a hermanos, amigos, público y aún a sus padres. Habrá otras corridas, torero.