Silencio, que se estrenará el viernes en EU, da a conocer al mundo la historia de esos jesuitas
El director estadunidense se inspiró en la novela epónima del escritor católico japonés Shusaku Endo; describe el desgarramiento de esos misioneros en el siglo XVII
Miércoles 21 de diciembre de 2016, p. 9
Ikitsuki, Japón.
El japonés Masatsugu Tanimoto no se considera cristiano ni pisa una iglesia, pero se junta con otros agricultores y pescadores ataviados con quimonos y sandalias, como monjes, para recitar oraciones de otro tiempo, de otro lugar.
Se persignan en la frente y el pecho, sus rezos son una mezcla de latín y portugués, herencia de sus ancestros, convertidos en el siglo XVI por el jesuita Francisco Javier y otros misioneros europeos antes de ser perseguidos y de pasar a la clandestinidad.
El terrible pasado de estos cristianos ocultos
, o kakure kirishitan, llega al cine de mano del director estadunidense Martin Scorsese, en una película que se estrenará el 23 de diciembre en Estados Unidos.
Si la película cuenta bien la historia de mis antepasados, entonces iré a verla de buena gana
, afirmó Masatsugu Tanimoto, tras recitar y cantar con sus colegas una treintena de orasho, deformación japonesa del latín oratio, que significa oración.
Cuando reza piensa en las generaciones que lo precedieron. “En las orasho que usted acaba de escuchar, decimos ‘María’ varias veces, pero no es a ella a la que oramos. No nos referimos a un Dios específico, sino a nuestros ancestros”, declaró este cultivador de arroz de 60 años, que practica tanto el budismo como el sintoísmo y no frecuenta ninguna de las iglesias de la región de Nagasaki.
El archipiélago de Kyushu, a mil kilómetros al sudoeste de Tokio, con el paso del tiempo se fue forjando un culto híbrido.
Por camuflaje o porque lo adaptaban a su entorno, estos fieles, privados de sacerdotes o de biblias después del cierre del país en el siglo XVII, crearon sus propios ritos en torno a los jefes de las comunidades, llamados oyaji. Como estaban solos, no tuvieron otra opción que repetir el culto lo más fielmente posible
, pero en algunos aspectos su cultura se impuso
, explicó el etnólogo Shigeo Nakazono.
En la isla de Ikitsuki, en casa del pescador Masaichi Kawasaki, de 66 años, cuatro altares ocupan toda la pared del salón, con el suelo lleno de tatamis: dos budistas –uno de ellos para los antepasados (como ocurre en muchos hogares nipones)–, un sintoísta, y en el cuarto dos imágenes de una mujer en quimono con una larga cabellera negra que sostiene a un niño: Maria-Kannon, la Virgen con forma de Kannon, la representación budista de la compasión. Frascos, manzanas, flores, un melón, una cruz, velas...
Este hombre taciturno muestra pequeñas cruces de madera: se cuenta que los antepasados las deslizaban discretamente en las orejas de los muertos.
Aprendí naturalmente la práctica de esta creencia, porque formaba parte de mi vida cotidiana cuando era niño, algo así como se asimila una costumbre de la vida de todos los días
, explicó Kawasaki.
Él es uno de los que siguen negándose a ir a la iglesia; prefiere observar los ritos en la intimidad, al contrario de algunos de los cristianos clandestinos que se convirtieron al catolicismo con la vuelta de los sacerdotes, a mediados del siglo XIX.
En la actualidad, los jóvenes no se interesan por estas creencias y sólo quedan unos cientos de kakure kirishitan, según varias estimaciones.
Es realmente triste (...) Sin transmisión se acabó
, comentó Yoshitaka Oishi, carpintero de 64 años, con lágrimas.
Creo que la Iglesia católica debería decirles que es consciente de la situación, que por lo menos hay que guardar el recuerdo, grabar todo lo posible para la historia porque aquí, en Japón, pasó algo único en el mundo
, considera el padre Renzo de Luca, director del museo de los 26 Mártires en Nagasaki.
Una historia que la película de Scorsese, Silence, dará a conocer al mundo. El cineasta se inspiró en la novela epónima del escritor católico japonés Shusaku Endo (1966), que describe el desgarramiento de los misioneros jesuitas portugueses en el siglo XVII, cuando empezaron a dudar de su fe, debido al silencio de Dios
ante el martirio que los shoguns (gobernadores militares) infligían a los conversos japoneses.
En Sotome los mármoles de un pequeño cementerio llevan algunos nombres cristianos en silabario katakana: Isaberi, Maria, Doméigosu... En el bosque hay una piedra plana muy grande, debajo de la cual los cristianos musitaban las orasho, o un santuario sintoísta en recuerdo de un cura alimentado en secreto por los lugareños. De lo alto de un acantilado, admirando el sol poniente sobre la belleza salvaje de la bahía y de sus islas, al observador le viene a la mente un fragmento de la novela de Endo: Detrás del silencio opresor del mar, el silencio de Dios
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