través del nacionalismo como una ideología de Estado y de un sentimiento de pertenencia es como las naciones encuentran los impulsos sociales necesarios para defenderse de agresiones externas que buscan causar daños a sus valores materiales y espirituales, pero también a través de él impulsan progreso y paz. El problema con el alicaído nacionalismo mexicano es que puede sucumbir frente a ese otro nacionalismo que remerge enérgicamente en Estados Unidos a raíz de los planteamientos hostiles de Donald Trump contra México. El momento por el que atravesamos no podía ser más desafortunado, el nacionalismo que nos identificó durante un buen tiempo, hace poco más de 30 años se vio torpedeado por la globalización y el régimen neoliberal hasta casi hacerlo añicos. Reconstruirlo va a costar mucho, sobre todo en periodo de recesión económica como en el que entraremos probablemente.
Como en otros aspectos de la relación México-Estados Unidos el nacionalismo mexicano y el nacionalismo estadunidense se diferencian notablemente. El primero adquirió sus principales rasgos durante los momentos fundacionales de la Guerra de Independencia y la Guerra de Reforma en el siglo XIX y se siguió hasta el siglo XX con la Revolución Mexicana, consolidándose en la década de los 70, declinando vertiginosamente en los años 90 de esa misma centuria. En el siglo XIX separó a la Iglesia del Estado dándose una naturaleza laica en materia de asuntos públicos y educación. Al mismo tiempo, elaboró una política exterior para defenderse del intervencionismo de las potencias extranjeras y de acompañamiento de las causas populares latinoamericanas. El nacionalismo mexicano, a diferencia del estadunidense, no fue expansionista y mantuvo su vista al Sur. Son cuatro principios que le dieron sustento: la no intervención en los asuntos internos de las naciones, la soberanía y autodeterminación de los pueblos para adoptar el régimen político y económico de su conveniencia, y la coexistencia pacífica entre las naciones.
El nacionalismo estadunidense partió igualmente de actos fundacionales; la independencia de las 13 colonias inglesas en 1776 y la posterior Guerra de Secesión, pero sus fundamentos se sitúan dos siglos antes de su liberación de Inglaterra. Fue y sigue siendo un nacionalismo vinculado a la ideología anglosajona desarrollada con la revolución religiosa protestante del siglo XVI, que se resume en tres ideas: la doctrina del destino manifiesto, la marcha hacia el Oeste y la seguridad de las naciones. Estas ideas propagadas por el teólogo Juan Calvino, uno de los padres de la reforma, dominaron ideológicamente la etapa del colonialismo puritano, llegaron a la Independencia y se secularizaron en el siglo XIX, pero aunque devinieron en tipo de separación de Iglesia y Estado, los padres fundadores de Estados Unidos fueron incapaces de detener la infiltración subrepticia de la raigambre religiosa. Por este rasgo el nacionalismo estadunidense ha sido definido como una teología nacionalista ( Destino manifiesto, de Juan Ortega y Medina) o nacionalismo teológico. Este es uno de sus elementos esenciales que lo diferencian del nacionalismo mexicano. Otro elemento característico es el expansionismo territorial, y uno más, la idea de considerar razas superiores a los anglos, germánicos y arios que tenían por misión civilizar al mundo salvaje del siglo XIX, entre los cuales estaba colocado México, es decir, hay una clara idea de predestinación. En su ruta hacia el Oeste se expandieron igualmente al Sur y definieron violentamente la frontera que divide su territorio de México y Latinoamérica desde el siglo XIX. Como proclamó Jackson Turner, la frontera era la forma más rápida de norteamericanizar a los antiguos colonos, mientras se alejaban de las costas del Atlántico y, por tanto, de Inglaterra y Europa (El significado de frontera en la historia americana). Después de transitar la etapa imperialista, al mundo bipolar y al multipolar de la globalización en crisis, al remerger el nacionalismo estadunidense se está concentrando en sí mismo, vale decir revalora proteccionistamente su propio territorio, su economía, pero no le será fácil. El aspecto más preocupante es que por sus antecedentes podría evolucionar hacia un nacionalismo radical semejante al de la Alemania nazi.
Los cambios en la conformación demográfica estadunidense han traído nuevos problemas y responsabilidades para México, que tiene aproximadamente 28 por ciento de su población en la Unión Norteamericana, y el Estado mexicano no puede abandonarlos a su suerte. Las guerras centroamericanas y la destrucción que la globalización hizo de las unidades de producción en Latinoamérica para orientar las economías hacia el mercado externo en los años 80 y 90, provocó éxodos masivos de centroamericanos hacia el interior estadunidense, aportando su diversidad para conformar junto con los mexicanos una verdadera frontera latina superpuesta a la frontera México-Estados Unidos (Los transmigrantes de la frontera latina, de Leopoldo Santos). Por esta y otras razones la conformación de un nuevo nacionalismo para México no puede comprender solamente a los connacionales, sino a la gran diversidad latinoamericana que se expresa al interior estadunidense. Esa es una salida o una de las claves para nuestro éxito en los tiempos de la posglobalización.
* Investigador de El Colegio de Sonora.