ué significa un muro? Una separación, una frontera. Hoy, el mundo se divide entre quienes desean erigir muros, cerrar sus puertas, y quienes desean abrirlas y construir puentes. El fenómeno de la mundialización que se propaga refuerza esta división al extremo de sus límites. Los muros se levantan por todos lados sin que pueda verse en esta proliferación un feliz progreso de la construcción y la arquitectura. Es lo contrario lo verdadero: con excepción de la muralla de China, único monumento terrestre fácilmente identificable visto del espacio, según afirman los cosmonautas, los muros son feos, pero tienen un sentido bastante claro: materializan el rechazo del otro, la desconfianza, si no el odio.
La caída del muro de Berlín se celebró como una liberación, pero desde entonces otros muros se construyen en muchas partes del mundo. En Francia, por suerte, no llega todavía la hora de este tipo de construcción, aunque algunos partidos políticos considerados de ultraderecha, hostiles a la Unión Europea, militan por el restablecimiento de las fronteras nacionales. Este debate es incluso uno de los desafíos en juego en la dura campaña electoral que se desarrolla en la actualidad ante la futura y próxima elección presidencial. Hay partidarios de la apertura y del mundialismo, los hay también del cierre y el patriotismo. Esta división ocupa cada día más el terreno político y cultural, al extremo de remplazar, poco a poco, la antigua división de la lucha de clases que oponía tradicionalmente a la derecha y la izquierda. Lo cual provoca un desorden político sin precedente, pues estas nuevas causas de rupturas, aún bastante confusas, suscitan el desarrollo de pulsiones nacionalistas, xenofóbicas, si no, racistas, las cuales enfrentan, unas contra otras, las diferentes comunidades que viven en el mismo país. Desde este punto de vista, el porvenir se anuncia sombrío.
El futuro no es a menudo sino un retorno del pasado. A pesar de ciertas apariencias, la situación no es nueva. La Historia, contrariamente a las tesis afirmadas algo rápido por el sociólogo estadunidense Francis Fukuyama, no terminó con la victoria mundial de la ideología liberal, cuyo símbolo y prueba sería la caída del muro de Berlín. Los numerosos ejemplos de muros construidos entre los pueblos y de guerras desencadenadas para mantener estas paredes o destruirlas atestiguan, con una cruel evidencia, que la Historia no acaba como el desenlace de la intriga de una buena novela policiaca, pues la partida nunca termina, así haya riesgo de ver los peores acontecimientos volver de nuevo y proseguirse como un retorno perpetuo. Desde tiempos remotos, los invasores no cesan de imponer sus conquistas, su imperio, es decir, el ejercicio del derecho del más fuerte. Los gringos deberían recordar que son, en primer lugar, un país de invasores (aunque prefieran el término de pioneros), que fueron ante todo asesinos despiadados. La invasión es siempre cruel, a pesar de matices como el de los soldados de Hernán Cortés, el triunfador de la guerra de Conquista, como nos relató tan bien Fernando Benítez.
El infierno son los otros
. Esta conocida réplica de Huis-clos, pieza teatral de Sartre, da una idea del odio que puede unir a los seres humanos, sobre todo cuando se encierran entre muros. Ya Hegel había escrito: toda conciencia persigue la muerte del otro
. Cabría preguntarse si en los planes de la creación del mundo y la especie humana, los hombres fueron programados para vivir juntos o para matarse unos a otros y separarse construyendo muros. Habría que preguntarle a Dios. Pero desde que está muerto, según Nietzsche, no responde. Octavio Paz, a lo largo de su vida y de su obra, en particular en El laberinto de la soledad, se interrogó sobre el significado de la expresión: ser mexicano
. El rechazo de sí, su ser y su identidad, por la construcción de un muro, nos enseña al menos lo que no somos. Nos queda buscar lo que somos.