on el título de este artículo, la semana pasada se presentó mi más reciente libro en el prestigiado centro cultural Casa Lamm de la ciudad de México, acto al cual asistieron un grupo muy numeroso de personalidades de la política mexicana, intelectuales, académicos, periodistas, líderes sindicales nacionales e internacionales, empresarios y trabajadores representantes de diferentes sectores de la economía nacional.
El tema, que no deja de ser controversial, atrajo a muchas personas que están interesadas y seriamente preocupadas por escuchar diferentes opiniones y propuestas para enfrentar y salir de la crisis que en México, al igual que muchos otros lugares del mundo, estamos viviendo. Mi comentario inicial fue que hablar de revolución a muchos los asusta, a otros los inquieta, pero lo que es totalmente cierto es que a los privilegiados, a los que se han beneficiado en forma acelerada y desproporcionada frente a la gran mayoría de la población, a esos les incomoda y les puede parecer una provocación.
Lo que sucede es que en México a lo largo de estas últimas 3 décadas por lo menos, desde que se introdujo de manera inesperada y a veces descarada el liberalismo económico más extremo, el país cambió y la desigualdad y la pobreza se convirtieron en una de las más graves e impúdicas estrategias capitalistas desde la que se frenó el desarrollo económico con bienestar social y se convirtió al crecimiento, a la apertura comercial y al propio liberalismo en la fórmula para aumentar la riqueza de un pequeño grupo, quizá de alrededor de 300 familias, que se apoderó del poder político y económico de la nación mexicana. De ahí que durante la presentación del libro inicié con la pregunta ¿de quién es México?
La preocupación principal de la obra es el futuro de la clase trabajadora y de sus familias, así como de todos los sectores del pueblo en general, sobre todo en cómo alcanzar un justo y equilibrado desarrollo social, económico, político y cultural. Asimismo, en cómo lograr una explotación responsable y humana de las actividades extractivas, la preservación del medio ambiente y la permanencia de los empleos dignos ante los retos que imponen la innovación tecnológica del siglo XXI, la dependencia comercial hacia un solo mercado y las presiones políticas externas, particularmente del nuevo gobierno de Estados Unidos con Donald Trump a la cabeza, que nos pone en una situación más débil y vulnerable.
En la actualidad existen una serie de factores de inestabilidad que no permiten avanzar en ningún campo de las actividades del país, como son la violencia y la creciente pobreza, la falta de oportunidades de empleo, los bajos ingresos y una política claramente empresarial de los últimos gobiernos que han propiciado la frustración de los mexicanos que todos los días luchan por construir un mejor futuro, desafiando cotidianamente la crisis en la que nos encontramos, debido a la pasividad y la incompetencia gubernamental.
Las últimas administraciones públicas, por lo menos de los pasados 30 años, se instalaron en la comodidad que da el poder, sin preocuparse y sin visión sobre los cambios que requería nuestra nación para trascender hacia una nueva y elevada etapa de desarrollo económico, que nos hubiera proyectado hacia un mundo de mayor bienestar, seguridad y tranquilidad social. Hoy es todo diferente, porque las consecuencias de la corrupción y la impunidad de los últimos seis gobiernos, han cancelado las perspectivas y las esperanzas del pueblo mexicano que actualmente está viviendo una gran ansiedad y una incertidumbre generalizadas.
Mucha gente está convencida que los políticos, administradores y algunos empresarios no quieren verdaderamente a México. Pretenden estos, con una visión muy particular, tener y mantener el poderío, el dominio y la influencia en el manejo de los recursos para obtener mayores beneficios para ellos, sus familias y los grupos de interés a los que pertenecen. Aquí radica el fondo de uno de los problemas más graves que no sólo han conducido al fracaso del gobierno, sino que también han agudizado la desigualdad social e incrementado la pobreza.
De ahí que en este libro se hace un análisis y se tocan temas de actualidad, porque hemos advertido, incluso a los partidos políticos, sindicatos, académicos e intelectuales, que en el país se han ido extendiendo las protestas y el descontento social, como resultado del agotamiento de la estrategia que han implantado en México, que ha estado vigente desde hace décadas, a partir de cuando se implantó el neoliberalismo y que sólo ha enriquecido escandalosamente a un pequeño sector de la sociedad, dejando en el olvido a las clases populares, en cuya fuerza laboral se han basado anteriormente los avances de nuestra nación.
Como se establece en el libro, los grandes conflictos y agravios no sólo no se resuelven, sino que se mantienen en el abandono y la indiferencia, con la esperanza de que el tiempo los entierre y permita olvidar los profundos problemas y los abusos que han cometido los poderosos
y los amigos de aquellos que ejercen el poder.
La revolución que se plantea en el libro no es el símbolo de la violencia y la sangre, sino el cambio de ideas, la transformación del modelo actual para que todos podamos aportar nuestra entrega, esfuerzo y energía hasta alcanzar un nuevo modelo de desarrollo que he llamado de prosperidad y responsabilidad compartidas. Hoy en el mundo actual necesitamos solidarizarnos, unirnos y luchar juntos por este gran cambio de actitud, de ideas y de mentalidad para proyectar a nuestra nación hacia un mejor futuro que pueda diversificar el comercio, hacer valer nuestra independencia, soberanía y dignidad para hacer todos de México un mejor lugar para vivir.