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Nosotros ya no somos los mismos

El sentimiento de patria y la unidad nacional

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El Grito es la festividad más popular y populachera de nuestro calendario cívicoFoto Yazmín Ortega Cortés
“E

n los albores de nuestra nación…” Así solían dar inicio los oradores de antaño, a sus alambicados discursos, durante las celebraciones del inicio de la heroica gesta que nos dio patria y libertad (Ibid). Como ustedes saben, a esta festividad, la más popular y populachera de nuestro calendario cívico, se le conoce simplemente como, dar el Grito.

El Grito de don Miguel Hidalgo, seguramente poco tiene que ver con los diversos gritos que se han permitido los presidentes en su turno sexenal que, quién lo creyera, todos han cumplido cabalmente desde que los inició don Lázaro Cárdenas. El cura Hidalgo, ni modo que mencionara la nómina de los héroes que nos dieron patria puesto que todos estaban allí con él y no iba correr el riesgo de olvidar a alguno o provocar una escenita por el orden en que mencionara su aparición en sociedad. Sobre el texto mismo del llamado al alzamiento no hay una versión unificada. Usted puede escoger entre las suscritas por Abad y Queipo, Diego Bringas, Juan Aldama, o Fray Servando Teresa de Mier. A partir de 1812, cuando encabezada por Ignacio López Rayón, se llevó a cabo en Huichapan, Hgo., la primera celebración del levantamiento insurgente, ha habido de todo, menos respeto a la tradición, a la costumbre, al mínimo protocolo para festejar el acontecimiento que en 11 años de arduo bregar, de muchas duras y pocas maduras, de inexperiencia, desorganización, carencia de recursos de toda índole, de estrategias, tácticas, directrices definidas pero, sobre todo de objetivos concretos y compartidos, se alcanzó, ¡sólo porque Dios es grande! (diría mi recicle abuela), la independencia de la Nueva España. Tan es así que mientras que por un lado se gritaba un muera a los gachupines, por el otro se vitoreaba a Fernando VII. Al tiempo que se proclamaba la libertad de todos los hombres y se condenaba la esclavitud, se ratificaba a la religión católica como la única creencia autorizada para todo ser viviente, bueno, hasta para los naturales de estas tierras, aun cuando se discutía si éstos reunían las condiciones mínimas para gozar de un alma como la que distinguía a los honorables filibusteros que nos habían hecho el honor de descubrirnos (¡Tan escondidos que estábamos!). La jerarquía eclesiástica, alcahueta ayer como siempre, de los poderes económicos y políticos, jamás podrá limpiar su conciencia, ni siquiera su imagen, con la vida generosa y muchas veces heroica, de misioneros de diversas órdenes que entendieron la evangelización como una cruzada que siempre enfrentó el látigo y los espadones, con la sencillez y la fuerza espiritual de la cruz cristiana. La Iglesia era un enemigo más fiero que la tambaleante corona española y sólo comparable a los aventureros peninsulares y a muchos de sus hijos ya procreados en estas tierras. Tampoco en este aspecto los afanes independentistas se distinguen por ser coincidentes en razones, motivos y proyectos.

Nada más como breviario cultural no olvidemos que, antes de 1810, ya había abortado otro intento insurreccional llamado la Conspiración de Valladolid, (1809), encabezada por los criollos michoacanos: José Ma. Michelena, Fray Vicente Santa María y el padre Manuel de la Torre. Astutos estos criollos, recurrieron a una maniobra tan inobjetable que, por cierto, aún se estila: invitaron a participar en la asonada a don Pedro Rosales. ¿Qué tal si sumamos a la campaña militar, no municipal, a un cuate que en la cabeza no trae mucho pero es muy bueno para las patadas?, además, vaya que su gobernador las merece. También a un actor que necesita 50 tomas para decir: te amo, pero que es buenísimo para levantar el dedo, y a un intelectual de sólidos principios pero como todo hombre comprensivo y de razón, no se empecina en ellos: si no les gustan los que he venido pregonando, concede, tengo un amplio catálogo que puedo mostrarles hasta darles gusto. (Principios fundamentales de ética política, del prestigiado pensador G. Marx).

A don Pedro Rosales le explicaron que, muera el mal gobierno significaba: mueran los hacendados, los alcaldes, los intendentes y, se la jugó. ¡Quién lo creyera! así se descubrió el hilo negro: la unidad entre los diferentes puede ser posible siempre y cuando entre éstos existan razones, creencias, sentimientos compartidos. Vida en común. Patria es algo más que el territorio en el que nacimos nosotros o algunos de nuestros ascendentes. Y, más que un emblema, un pendón, un himno –símbolos que indiscutiblemente nos identifican y congregan– está el idioma común en que nos entendemos. Pero el concepto, el sentimiento de patria no se puede agotar en un espacio territorial en el que, hasta por circunstancias ajenas a la voluntad de nuestros padres (nosotros por supuesto no contamos) damos el primer suspiro. El viejo Jacinto (78 años), paria toda su vida y su hijo Jacinto (40 años) paria obviamente y padre, a su vez, de varios parias júniors, vive en las afueras del casco de la centenaria hacienda donde el virrey don Diego es señor de horca y cuchillo. ¿Las condiciones de la vida de estas familias son lo básicamente semejantes como para que ellas consideren que forman parte de esa comunidad llamada patria? Podría dar muchos más ejemplos. Los daré. Los parias de ayer, ¿no son los de hoy, los de mañana? ¿O sea que la suave patria es siempre igual? ¿Fiel a su espejo diario? José Emilio: sigo contigo.

Se me antoja muchísimo intentar un divertimento, imaginando cómo hubieran sido los Gritos de don Luis Echeverría, Ernesto Zedillo, Vicente Fox o Felipe de Jesús, si los hubieran podido realizar a su entero gusto, pero no creo que me dé espacio para seguir con mi idea central: no creo en la patria, como la jauja en la que se regodean por igual, todos los nacidos en el millón 960 mil 189 kilómetros cuadrados que conforman nuestro territorio continental. Esta incredulidad básica, evidentemente implica que la unidad nacional es una hermosa entelequia aunque, más de una vez, fabricada utilitariamente y sobre pedido. La patria, insisto, no es simplemente la tierra en la que se nace, sino la forma como se desarrolló la vida de cada quien en esa tierra. (Diría Díaz Mirón: Yo no acepto a los tiranos, ni aquí abajo, ni allá arriba).

¿En verdad, en 1821 (el 21, el 27 o el 28) es el natalicio de la patria de los mexicanos? ¿Cuánto tiempo duró el plan, el ejército, la bandera de las tres garantías? Ya desde entonces quedaba claro: dos conceptos, visiones, paradigmas de patria, bullían en el alma y magín de aquellos tan diferentes caudillos. De Agustín de Iturbide era evidente la ambición desmedida, la necesidad de revancha frente a los que durante años habían sido sus jefes y quienes, pese a sus innegables dotes para hacer la guerra y su crueldad varias veces exhibida, lo trataron siempre como un criollo de sospecha. Del otro formaban nobles indianos o, como lo exigió ayer, con toda razón Ilán Semo, los miembros, los hijos de los pueblos originarios. Éstos iban por todo: exigían la igualdad absoluta entre los españoles y los nacidos en estas tierras. Supresión absoluta de castas y de la discriminación a quienes eran hijos de cualquier mezcla étnica. Y ya, desde entonces, reclamaban caminos, educación, participación en el gobierno y ¡asombro!, libertad de imprenta y el reconocimiento que la soberanía no tiene otro origen y residencia que la voluntad del pueblo. Esta era la patria que perseguían los insurgentes.

De la trinchera de enfrente todo era más sencillo: la monarquía continúa, las castas, los fueros, la esclavitud disfrazada, las injusticias, la explotación inmisericorde permanecen y, por supuesto, la jerarquía que lo admite y bendice.

En el próximo capítulo hablemos de los Polkos que combatieron en favor de la Invasión Americana y de la Junta de Notables que logró el milagro de conseguirnos un emperador. Luego contestaremos: ¿Y la unidad nacional? ¿Y la patria común?

El 29 de febrero del año pasado, esta columneta celebró con verdadera satisfacción los 100 años de vida de la decana de la multitud de sus lectores. Doña Celia Elena Pozos, falleció el viernes pasado. Como nació un 29 de febrero, pues cumplía años cada cuatro. Con la fortaleza, reciedumbre, ánimo y gusto por la vida que esa virtual edad le reconocíamos, llegó a los 101 años. Obvio que Alejandro, Delia y los nietos la extrañarán siempre, pero no lo nieguen, ¡qué privilegio!

Me encontré en la prensa una esquela que mucho me entristeció y llenó de recuerdos y gratitudes: falleció uno de los grandes médicos mexicanos: Manuel Quijano Narezo. Fue, como otro gran universitario, Luis Villoro Toranzo, de los más cercanos colaboradores del rector Ignacio Chávez. Extraordinario gastroenterólogo y funcionario honorable y eficaz. Miembro de la Junta de Gobierno 1968/1976, siempre estuvo a la altura de nuestra entrañable Casa común.

Twitter: @ortiztejeda