ronías de la actualidad: la tecnocracia, por ahora afiliada al priísmo, apuesta, desea, hasta sueña, con una negociación fasttrack del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Sus adalides han empollado la esperanza de encontrar, en la traqueteada administración de Donald Trump el eficaz apoyo que empuje su permanencia en el poder. Les urge aunque sea un guiño, una palabra de aliento de que, lo venidero, pueda ser manejable, factible y a corto plazo.
Con eso se ilusionan por estos días. Mucha coincidencia sería que la interrelación buscada pudiera, al menos, verse como ventajosa para los intereses nacionales. Confían en lograr un acuerdo que continúe la tendencia hasta hoy marcada por el intercambio comercial vigente. Portan en sí mismos las verdades reveladas del libre mercado. El modelo al que se aferran les dificulta de manera creciente actuar a la manera de agoreros y fieles intérpretes de dichas verdades imperecederas.Volverán a prometer, no sin viciado desparpajo, que ciertos paraísos de bienestar y crecimiento están a mano y que sólo ellos los pueden acercar al ya incrédulo pueblo. No pueden modificar su pensamiento, menos aún su manera de actuar, pero no resisten verse fuera de esa férrea tramoya donde rigen los dueños del capital a escala.
Reunidos, en su gastado sanctórum de iniciados donde ofician, han concluido que los tiempos venideros son complicados y también determinantes. Atisban con horror un posible empastelamiento de sus trafiques con los tiempos electorales: tanto en el estado de México como la presidencial de 2018. Se sospechan a descubierto, alejados de las simpatías populares, sin las palancas indispensables para fincar, con aceptables bases, sus anhelos de continuidad. Desconfían de sus habilidades y las promesas de aquellos momentos inaugurales. Sus prisas, sin embargo, chocan con esos otros tiempos previstos por los funcionarios estadunidenses que, a duras penas, se acomodan dentro de movedizas oficinas.
Capitaneados por el repuesto, todopoderoso y hasta temerario secretario Videgaray, el priísmo de élite se juega el resto de su, ya muy reducido, capital político. Le apuestan a una negociación altamente improbable. Pero no ven otra escapatoria para sus ambiciones de poder. Tan pronto como asiste a juntas con sus similares latinoamericanos, don Luis se apersona en Washington para celebrar reuniones al vapor con funcionarios de la Casa Blanca. Sin mediar aviso previo a interesados de los medios (sobre todo locales) ni atemperar la información de ellas desprendidas, el plenipotenciario mexicano desea transmitir una capacidad de movimiento que difícilmente será apreciada por sus contrapartes. Entre tanto, la sustancia de la negociación va quedando rezagada a medida que pasan los días y las semanas.
En los entretiempos del proceso se viene deslizando, en medios y altas esferas decisorias, una narrativa altamente arriesgada y por demás tramposa. Tal especie sostiene que, de ganar uno de los candidatos a la Presidencia –el abanderado de la llamada izquierda– bien podría sabotear la médula de los postulados básicos dentro del TLCAN. En riesgo estarían, para ejemplificar la versión, algunas de las reformas estructurales recién aprobadas, en particular la energética, esa que ha logrado abrir los campos petroleros a la competencia internacional, según reza la versión oficial. Es posible que, también, se dude de la reforma laboral, esa otra que, como se sabe, ha permitido la elasticidad en costos de servicios y de producción.
Y así por el estilo seguirían los alegatos del oficialismo para restar la ventaja alcanzada por los rivales del vapuleado priísmo. A esos dañinos rumores y juego sucio se unen, a la tecnocracia priísta, escuálidos grupos del panismo. Sin capacidad alguna para la innovación, recaen en el viejo eslogan de un peligro para México
que, asumen, les dio tanto más cuanto resultado en 2006 de todas sus victorias amañadas. Carentes de candidatos capaces de plantar cara a la competencia efectiva, los panistas optan por un escenario sustituto. En una pelea abierta y libre saben que llevarían las de perder de triste manera. Sus dos posibilidades se concretan en la esposa de un ex presidente ya muy trasquilado por la vida y por su reducido alcance y peor desempeño; el adicional suspirante, un emergente que escala, sin miramientos ni lealtades, los peldaños de la burocracia partidaria. Es el PAN una agrupación donde escasean cuadros de altura si en verdad hay alguno.
Los vientos que corren por la República van contaminados de medianía y temores. La súplica de la tecnocracia priísta apela a las creencias a pesar de sus cortos resultados. Cualquier ciudadano sabe que son el pilar de la desigualdad imperante, pero no cejan en decir que, más adelante y con su ayuda, se podrá vivir en un país de iguales.