a lucha de los revolucionarios cubanos que culminó en 1959 formó parte de la ola revolucionaria anticolonialista y antimperialista mundial que tuvo sus puntos más altos en la victoria de la revolución china en 1950, la derrota de Estados Unidos en la guerra de Corea de 1952, la aplastante derrota de los colonialistas franceses en 1954 en Dien Bien Phu y el comienzo de la revolución independentista argelina en ese mismo año. En América Latina la revolución guatemalteca de 1944-54 y el gobierno antimperialista de Perón en Argentina que duró hasta 1955 demostraron la debilidad de Estados Unidos, y en la aún primera potencia militar mundial –la Unión Soviética– con la muerte de Stalin en 1952 comenzaba el deshielo.
Cuba contaba entonces con algo menos de 6 millones de habitantes (hoy tiene el doble, a pesar de la emigración). Las tradiciones revolucionarias eran muy fuertes. Guiteras, muy popular, había sido antimperialista y antistalinista y el trotskismo tenía fuerte presencia en los sindicatos. El clima mundial y el carácter rural de la mayoría de la población isleña permitían por su parte el autoabastecimiento en alimentos.
La revolución cubana fue una revolución democrática y antimperialista socialmente radical, pero no socialista dirigida por el M26 y otros grupos revolucionarios menores y con diferentes líneas. Su primer gobierno tenía mayoría de dirigentes burgueses moderados, la mayoría de los cuales huyeron después a Miami. La revolución contó con la hostilidad del Partido Socialista Popular (stalinista, que de 1935 a 1944 había apoyado a Fulgencio Batista) y despertó la desconfianza de todos los partidos comunistas y de la Unión Soviética, la cual sólo la reconoció en 1961. El M26 unificó sólo después a las diversas direcciones revolucionarias –entre las cuales, un sector minoritario del PSP– en un Partido Comunista que, a diferencia de todos los demás, era pluralista, no era stalinista ni estaba sometido a Moscú.
Su único apoyo internacional real inicial fue el del entusiasmo mundial que despertó, pero la amenaza imperialista obligó a Cuba a pasar a depender dos años después de la Unión Soviética, pagando por eso un gran precio económico, cultural y político.
El bloqueo imperialista hasta ahora le ha causado a Cuba pérdidas superiores a 125 mil 873 millones de dólares y la obligó a cambiar toda su tecnología productiva estadunidense (y a volver a cambiarla después del derrumbe de la Unión Soviética). Washington organizó, además, una invasión fracasada y sus amenazas permanentes de invasión forzaron a Cuba a mantener y armar grandes contingentes de jóvenes sacados de la producción, lo cual favoreció al mismo tiempo la escasez y el consiguiente desarrollo de una frondosa burocracia estatal ineficiente y privilegiada. Las políticas económicas de Estados Unidos sumaron además a los sabotajes y atentados los enormes daños causados por el recalentamiento global que modificó el clima, provoca sequías e inundaciones y huracanes cada vez más devastadores, como el ciclón Matthew.
Hasta los años 80, la revolución elevó enormemente el nivel de vida, de consumo, de salud y de cultura en la isla, donde la mayoría de la población es hoy urbana, pero no resolvió el problema de la producción de alimentos, al cual se suma que hay pocos menores de 30 años y la población envejece saliendo de la producción, ya que tiene una expectativa de vida de 79.5 años (uno más que Estados Unidos).
Según cifras oficiales, Cuba tiene como principal ingreso el del turismo, el cual aporta 3 mil millones de dólares anuales (pero que acarrea graves consecuencias sociales y obliga a importar alimentos, bebidas, combustibles y productos de lujo para satisfacer a los más de 4 millones de visitantes).
Todos los demás rubros son deficitarios. La producción de níquel se redujo a 5 mil 600 toneladas al caer el precio y por desperfectos en una usina. La producción azucarera disminuyó y la última zafra sólo produjo un millón y medio de toneladas (400 mil menos de lo programado). La venta de derivados del petróleo cayó 68.9, el agotamiento de los pozos petroleros redujo la producción a 3 mil 690 millones de toneladas y la importación de petróleo venezolano bajó 4.4 por ciento. La producción de energía eléctrica, por su parte, cayó 6 por ciento provocando apagones. Las inversiones, por su parte, sumaron mil 300 millones de dólares, pero para el desarrollo se considera que son necesarias entre 2 mil y 2 mil 500 millones anuales. En 2015 las exportaciones totales cayeron 30 por ciento y en 2016 volvieron a caer 16.3 por ciento. Las exportaciones de servicios (médicos, maestros) disminuyeron en 11 por ciento, la importación de alimentos en cambio crece y ascendió a mil 688 millones de dólares, mientras la de bienes cayó en 3.3 por ciento. Además, el país pagó 5 mil 299 millones de dólares de su deuda externa para seguir teniendo crédito. Tras un crecimiento de 4 por ciento en 2015, el de 2016 se estima en la mitad.
El año próximo Raúl Castro dejará el gobierno, aunque seguirá dirigiendo el partido y el ejército. Con la agresión de Donald Trump (que quiere anular incluso las pequeñas concesiones de Barack Obama) se agravarán el bloqueo y las amenazas bélicas. Los fenómenos climáticos empeorarán. Los grandes nudos son asegurar la independencia de la isla, la soberanía alimentaria, el de la energía, la vivienda y el transporte, la baja productividad y la despolitización y el desinterés de buena parte de la juventud urbana.
Todos ellos tienen un denominador común en la necesidad de una gran participación popular que elimine el poder paralizador de la burocracia, eleve la creatividad y la inventiva de un pueblo que ya es desde hace rato culto y preparado y haga florecer la democracia. Sobre eso volveremos.