enezuela, para la aplastante mayoría de los observadores del país y críticos de variada especie y calidad, es un país en profunda crisis. Ya no sólo es económica o social, sino, como dicen altos funcionarios del Pentágono, humanitaria. Una de tal manera prolongada que, a pesar del diagnóstico como terminal desde hace tiempo, parece estancada. Al año de llegar al Poder Ejecutivo mediante una reñida elección nacional, el presidente Nicolás Maduro ya era catalogado, por su enconada oposición, como un tirano. En otras ocasiones los epítetos en su contra se repiten con frecuencia inusitada: tonto, inepto, mediocre, ineficaz, remedo de Chávez. Y, a partir de que la oposición logró dominar la asamblea, desde su mera inauguración como tal, se pronunciaron por la destitución del identificado rival. Se inició así una pendencia entre poderes que dura hasta estos días. No ha habido tregua entre los contendientes, muy a pesar de los esfuerzos de un grupo de mediadores internacionales. Por el contrario, las posturas se han radicalizado de tal manera que, para un ciudadano común, la beligerancia exhibida por los distintos actores presagia, ya no sólo malos entendidos, sino acudir a la violencia como salida.
La oposición al chavismo ha estado capitaneada por personajes que han conservado sus sitiales por varios años. El señor Capriles, candidato a la presidencia en varias ocasiones, es uno. Ha ido ganando un sitio, casi mundial, por su tronante discurso y encendido manoteo frente a las amigables cámaras, parciales micrófonos radiofónicos y multitudes que lo apoyan. Fue uno de los destacados participantes del frustrado y belicoso golpe que pretendió derribar a Chávez. Junto con Leopoldo López, convertido ya en preso político famoso (casi a la altura del sudafricano Mandela). Ambos pretendieron asaltar la embajada cubana en busca de las supuestas, cual inexistentes, armas para la revolución comunista en curso: motivo justificatorio del golpe.
Hace apenas unos días se montó un terrífico escenario: le llamaron golpe de Estado, llevado a cabo por el Tribunal Superior de Justicia –el equivalente a la Suprema Corte de Justicia mexicana– contra la asamblea. Alegaron, a gritos y furiosos discursos, del quiebre democrático en ese país. Unos días antes, el 9 de enero, esa misma asamblea había decretado la destitución del presidente Maduro, destitución a la que incluso algunos diputados opositores se negaron por las implicaciones del decreto en cuestión: un real intento de golpe legislativo al estilo Brasil o Paraguay. Del primer follón dieron detallada cuenta los medios de comunicación mundiales, siempre capitaneados por la poderosa cadena CNN. De lo segundo casi nadie habló y era un despropósito mayor contra la democracia y el equilibrio de poderes. La determinación del TSJ de Venezuela de confiscar funciones obedeció a una serie de peticiones, no oídas y menos resueltas por los diputados opositores, (mayoría aplastante) hechas por Pdvsa, la petrolera venezolana. De continuar tal situación se paralizarían sus actividades. Fue eso lo que motivó el diferendo entre esos dos poderes. Una vez que se ordenó el proceso administrativo en Pdvsa se restituyeron los poderes confiscados. Pero a continuación ocurrieron otros hechos inflamatorios de pasiones políticas. Se inhabilitó a Capriles por 15 años para ejercer cargos públicos debido a irregularidades en su gestión gubernativa. Eso implica eliminarlo de la competencia venidera y lo obliga a dejar su posición en el estado de Miranda. Las manifestaciones populares no se han hecho esperar. Las calles se han inundado de reclamantes y los inevitables provocadores al estilo de los serios disturbios del pasado (guarimbas) cuando murieron numerosas personas, principalmente policías (muchos decapitados por las trampas de alambradas callejeras) han irrumpido de nuevo. Aquellos disturbios fueron instigados, precisamente, por L. López, ese mártir opositor cuya esposa trota por el ancho mundo de las derechas recalcitrantes.
En toda esta llamada crisis terminal y humanitaria venezolana se soslaya en el ámbito publico y casi por completo el factor estadunidense
, activo disruptor que ya se mueve a campo abierto. Las agencias de seguridad (espías) de ese país actúan cotidianamente. Han emprendido lo que se llaman golpes suaves o blandos al estilo ya conocido en el región. Forman parte de esta estrategia tanto las revividas guarimbas, boicots financieros o los bloqueos de alimentos básicos y medicinas. Pero lo fundamental es entender que en Venezuela se libra una real batalla por sus recursos minerales y donde el petróleo representa el mayor botín por ser de las mayores reservas mundiales. Con el señuelo de la libertad y la democracia, los estadunidenses tratan de volver a dominar esos tesoros. No quieren permitir la injerencia de otras potencias (China) en sus viejos dominios. Es por eso que han armado todo un extenso tinglado de presiones internas y con la militancia interesada del señor Almagro, secretario general de la OEA, ahora se induce a este organismo continental como preámbulo para una intervención armada.
Es aquí donde, en estos tiempos recientes el gobierno de Peña Nieto, teniendo pies de puro barro, ha tomado su reservada parte en el designio estadunidense del asunto. México era una pieza indispensable para completar el tablero contra Venezuela. El señor Videgaray ha puesto sus servicios de canciller en esta conjura (muy bien detallada por Carlos Fazio, La Jornada, 10/4/17). El mismo Peña cedió por fin o, tal vez, con alegre ánimo, a retratarse con la señora Tintori para apuntalar su disposición de acudir en auxilio, no sólo de los opositores internos de ese país, sino de la derecha continental o tal vez mundial. Es preciso volver a mencionar que el conflicto venezolano obedece, también, a una encarnizada lucha por el poder. Una lucha que tiene claros contornos clasistas y de raza. La oposición está integrada por gente blanca, educada y de holgados medios económicos. Eran los dispendiosos y corruptos dueños del país. Detentaron tales privilegios durante años (un siglo) saqueando sus fantásticos recursos. Quieren volver a usufructuar tan jugoso tesoro desterrando a sus actuales morenos y ponen su parte para lograrlo. El oficialismo priísta y panista decidió acompañarlos en su temeraria empresa.