on China aconsejando a Washington prudencia en el caso de Corea del Norte, podemos confirmar que en uno de esos vuelcos vertiginosos que a veces da la historia vivimos un mundo al revés. Ya en enero, los dirigentes chinos se habían autodesignado campeones del libre comercio y de la globalización, desde Davos y frente a atribulados hombres de las nieves empavorecidos ante el resurgimiento del mercantilismo más feroz y agresivo, enarbolado nada menos que por el nuevo presidente de Estados Unidos. Es ahora, en medio de las convulsas aguas del Pacífico Asiático, que el Reino del Medio busca afirmarse como el gran facilitador y mediador en los ingentes conflictos que marcarán una transición sin fecha ni perfil de llegada.
El mundo, encabezado por sus dirigencias capitalistas, ha entrado en efecto en una fase cuyas señas de identidad no sólo no son claras, sino agresivamente contradictorias e incongruentes. Sin despejar las endiabladas ecuaciones petroleras, de las que aún forma parte México, en muchas latitudes se habla ya de la transición energética desde los combustibles fósiles hasta las energías alternativas y renovables, de los autos eléctricos y de los efectos aún ignotos que sobre el trabajo habrán de tener los enormes saltos en la automatización y los usos de la inteligencia artificial ya en curso.
No se trata de una novedad maravillosa más, a las que el mundo de la innovación nos ha acostumbrado hasta convertir al globo en un extraordinario parque temático. En este caso, sin eliminar el espectáculo de los carros sin conductor y las máquinas inteligentes que pretenden reproducirse a sí mismas, lo que se pone en juego es el futuro de una forma de producción, distribución y consumo basada en la participación decisiva del trabajo humano que, al volverse masiva y propiciar cambios dentro de las propias relaciones sociales a través de la política, a su vez transformó al capitalismo para volverlo democrático y hasta social. Salvo lo democrático y social, nuestro capitalismo a pesar de sus contrahechuras y rezagos forma parte del epicentro de esta magna mutación, debido a la integración de parte de la industria establecida en México con la de Estados Unidos y, sin duda, a las oleadas de imitación, adaptación y adopción que tal cambio epocal traerá consigo.
Los esfuerzos iniciados en Europa, China y hasta en el país vecino del norte, por abrir la puerta ya a la renovación-revolución energética, están hoy amenazados por la furia trumpiana
, pero resulta difícil imaginar que sus regresiones puedan en efecto imponer una marcha atrás generalizada en esta y otras cuestiones similares. Lo que habrá que esperar y ver serán las formas en que cómo dichas innovaciones se generalizan y vuelven fuente de negocios y ganancias y, en nuestro caso, el ritmo del cambio técnico que en buena medida vendrá de fuera. De que el tránsito se ve hoy dominado por tales estrujantes tendencias, no debería haber muchas dudas. De los impactos que tendrá sobre nuestro mundo del trabajo, laboral y asalariado o no, es de lo que hay que hablar y reflexionar pronto, porque en ello puede irnos el futuro más o menos cercano de lo que todavía hoy es nuestra principal fuerza productiva, que es el trabajo humano.
Sin recuperarse plenamente, sino en realidad haber dejado atrás el espectro del estancamiento de largo plazo, el capitalismo muestra sus potencialidades y capacidades, desigualmente distribuidas en el mapa productivo mundial a la vez que presentes en cada vez más territorios otrora mantenidos en reserva o en el olvido para la expansión capitalista. El mundo nos era ancho y ajeno pero no lo es más y es esta otra dimensión del cambio global frente a las que nos habíamos quedado ajenos, debido a las magnitudes y espejismos del TLCAN. Hoy y sobre todo mañana, mantener tal omisión sería suicida y políticamente irresponsable.
Conocer lo que se gesta en esos laboratorios humanos portentosos es obligatorio, pero es más prepararse como sociedad nacional a la vez que globalizada para dar la pelea por el empleo y la protección del trabajo humano, mientras llega la hora, que no tarda, de preguntarse por la renta básica universal o el ingreso ciudadano que tantas bilis provoca en el mundito
financiero oficial y privado. De qué tamaño tendrá que ser, por ejemplo, la plataforma de capacitación y rentrenamiento laboral para por lo menos capear los primeros temporales antes de que lleguen los tifones debía ser una cuestión de visita cotidiana para la academia, la empresa y los organismos estatales vinculados a la regulación laboral. Como tendría que serlo ya el desafío presente del cambio climático, cuyos efectos devastadores visitan nuestras tierras bajas, playas y zonas de cultivo.
En estas y otras parcelas similares, la emergencia debía ser la que articulara urgencias y presunciones estratégicas. Una emergencia que no parece tener hoy el lugar que reclama en la agenda democrática que partidos y protopartidos tendrán que presentar y volver políticas de gobierno en un corto lapso. Se trata de un soslayo inexplicable que puede ser imperdonable. Salvo que sin admitirlo, el efecto Trump de la negación tozuda y majadera del mundo se haya apoderado del espíritu público mexicano. De ser así, habríamos empezado no una transición sino una cuenta atrás.