ctavio Paz expresaba: “La historia de México es la del hombre que busca su filiación, su origen. Sucesivamente afrancesado, hispanista, indigenista, ‘pocho’ –‘atrumpista’–, cruza la historia como un cometa de jade que de vez en cuando relampaguea. En su excéntrica carrera, ¿qué persigue? Van tras su catástrofe: quiere volver a ser sol, volver al centro de vida de donde un día –¿en la Conquista o en la Independencia?– fue desprendido. Nuestra soledad tiene las mismas raíces que el sentimiento religioso. Es una orfandad, una oscura conciencia de que hemos sido arrancados del todo y una ardiente búsqueda: una fuga y un regreso, tentativa por restablecer los lazos que nos unían a la creación” (El laberinto de la soledad).
Reflexionando sobre el pensamiento de nuestro poeta, venía a mi mente el inicio de uno de sus versos en la tierra de nadie: Óyeme como quien oye llover; ni atenta, ni distraída; pasos leves, llovizna
que integraba lo externo y lo interno. La imaginación se volcaba a tardes y noches de juerga, unidos a persecuciones y pérdidas en la vida. Recuerdos que se albergaban ocultos en mi casa de la vieja zona arqueológica de Malinalco. Ocultos como nidos de golondrinas, infinito me parecía su mágico horizonte en los límites insaciables de la fantasía. Surgían los abundantes cauces y los fértiles temazcales que el agua de su suelo regaba y le daba todo el sutil embrujo a su zona guerrera.
Fantaseaba en medio de la huerta malinalca cuando la lluvia se detuvo, el sol brilló y al abrigo de un tupido follaje de color verde intenso venía a mi mente todo el ambiente voluptuoso que vino del Oriente a Granada y del Oriente a México enlazados al canto de las cigarras.
Las zonas arqueológicas prehispánicas estaban llenas de torres invertidas que se yerguen al cielo y se apartaban soberbias de la tierra barridas por los aires. Temazcales que recuerdan a su vez el Agua quemada
de Octavio Paz que baja de las mujeres y se pierde entre los muslos de la virilidad. Hiedras que acarician y embellecen y trepadoras por los muros crecen cual mano masculina que por el talle femenino abraza, ciñéndolo.
Lo mismo que la morena de los ojos color madera pecado rendida al amor se entrega rumbosa sin exhibición, es entendida sutil de la danza y airosa en el decir, tiene temple agudo en el momento de la culminación íntima.