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La grave falta de agua en la cuenca de México
C

omo parte del cuarto Foro Mundial del Agua celebrado hace 11 años en la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Azcapotzalco, ésta editó un libro básico para entender uno de los problemas críticos de la capital del país: El agua y la Ciudad de México: de Tenochtitlán a la megalópolis del siglo XXI. Fue un paso más en los trabajos que en 1995-1996 Jorge Legorreta inició en el Centro de Ecología y Desarrollo sobre el elemento fundamental para la vida en el planeta. Si nos atenemos a lo que hoy sucede con el preciado líquido en Ciudad de México y las entidades que con ella conforman la megaurbe más poblada de América, el contenido de ese libro lo han ignorado los responsables de garantizar que el agua llegue a millones de hogares, se use racionalmente en las actividades económicas y los servicios. Ello explica por qué la crisis del recurso se agudiza cada día y afecta a los 30 millones de personas que viven en la cuenca de México.

En ese libro Legorreta describe cómo en los cinco siglos anteriores se destruyó la cultura lacustre más extensa y cuidada del planeta; cómo los conquistadores españoles se asombraron al ver un enorme lago rodeado de asentamientos humanos. Y edificada sobre el agua, Tenochtitlán, la maravilla urbanística del nuevo mundo. Un enorme muro de piedra de 16 kilómetros de largo la protegía de las inundaciones y separaba las aguas dulces de las salobres del lago de Texcoco. Toda una cultura descansó sobre el conocimiento y manejo del agua para producir lo que demandaba la población y como forma de defensa. Nunca entendieron los españoles esa cultura, ni manejar la infraestructura hidráulica perfeccionada durante décadas. La destruyeron igual que pasó con pirámides y códices, con los canales por los que llegaron a transitar miles de pequeñas embarcaciones. Pronto pagaron caro su error, con las inundaciones de la nueva ciudad y la contaminación del agua. Luego, para librarse de ella y enviarla al mar, construyeron gigantescas obras: el túnel de Huehuetoca y el tajo de Nochistongo. En el siglo XIX, el Gran Canal del Desagüe se agregó a la tarea de sacarla de la cuenca (limpia o contaminada) en vez de conservarla allí para recargar el acuífero.

A las obras realizadas durante la Colonia se agregaron en el México independiente otras no menos negativas que afectaron el sistema hidráulico regional. De los manantiales de Xochimilco y zonas adyacentes se comenzó a traer agua para la ciudad. Luego, de áreas lejanas (Lerma y Cutzamala), a un alto costo económico, ambiental y social. Mientras, la urbe se expande sin control y la mancha de asfalto cubre las zonas de recarga. Al aumentar la población, hay que dotarla de líquido y entonces se sobrexplota el acuífero peligrosamente, con lo que la ciudad se hunde cada año con todo lo que ello significa en seguridad ante los sismos. Y en el colmo, como señaló en otro de sus libros Legorreta, sobre el cauce de 42 ríos que proporcionaban, agua humedad y belleza, se trazaron avenidas por donde transitan miles de coches diariamente. No menos bien le ha ido a los otrora límpidos manantiales.

Desde hace décadas, las autoridades reconocen que se pierde cerca de 40 por ciento del agua que se inyecta a la red de distribución. Que escasea y es de mala calidad en las zonas más pobres y en las ricas se desperdicia. Que se utiliza, per cápita, más que en las ciudades europeas, se subsidia el mal uso del líquido y la falta de una política de crecimiento urbano sostenible impiden captar el agua de lluvia para reabastecer el acuífero.

La unidad Azcapotzalco de la UAM celebra ahora su festival del libro. Y como parte de él, mañana habrá un foro en homenaje a Jorge Legorreta y los aportes de dicha institución al desarrollo urbano y el uso racional del agua. Participan Patricia Montaño, su esposa, directivos de la institución y reconocidos expertos en el tema: Alberto González Pozo, Carmen Bernárdez de la Granja, Ángeles González Gamio, Manuel Perló, René Coulomb, María de Lourdes Amaya, Sergio Padilla, Rita Valladares, Priscilla Connolly, Maruja Redondo y Eloísa Domínguez. Ojalá asistan los responsables de resolver esos dos grandes pendientes. Sabrían mucho más cómo evitar que se ahonde la crisis del agua en la cuenca de México.