l grito de oír todas las voces militantes y controlar a dirigentes, los socialistas españoles agitaron el avispero político de su país. Contrariando al poderoso aparato partidista del PSOE, los militantes de base dieron el triunfo a su, anteriormente depuesto, secretario general: Pedro Sánchez. La rebelión de sus partidarios ha sido contundente, Sánchez obtuvo 50 por ciento de los votos. La andaluza Susana Díaz, abanderada del oficialismo partidario, fue rebasada en 10 por ciento por su oponente. El otro aspirante, Patxi López, dirigente vasco (lehendakari) se alzó con 10 por ciento a pesar de su buen papel en el debate tenido en días pasados.
El panorama político de España ha recibido un inesperado golpe en su mero timón. Importantes figuras del pasado socialista quedaron en la estacada. Los antiguos capitostes con Felipe González a la cabeza, siguiendo por Zapatero y Rubalcaba o el eterno Alfonso Guerra –todos firmes en el apoyo de la andaluza– resentirán en sus labrados prestigios fuerte deterioro. Pero no sólo ellos serán afectados. Varios de los llamados barones (actuales líderes de autonomías), actores del drama que decapitó a Sánchez, perderán sus apreciados sitiales. Casi en todas sus autonomías sus bases les retiraron voz.
Este sonoro suceso no sólo encontrará eco en un partido político (PSOE), sino que se adentra en significados para el futuro de toda la izquierda española y, más aún, a sus similares de Europa. Esto es así dada la coincidencia en los planteamientos que hicieron los tres contendientes en sus ofertas de campaña. Empezando por rechazar el llamado austericidio como fórmula consagrada por Bruselas para balancear presupuestos. Por esto se sobrentiende recortar gastos en los críticos programas de bienestar. Otra coincidencia de los candidatos se refirió a la obligación de los capitales a cumplir con su parte del financiamiento del gasto público. Ello implica cerrar las fugas impositivas del gran capital y llevar el caso al venidero debate nacional. Mismo rol jugará la pretensión socialista de afectar el desbalance actual, tanto en la distribución de los ingresos, como en la apropiación de la riqueza. Tal situación se ha convertido en intolerable y el electorado socialista pretende apoyar con decisión para mejorar la equidad. Los tres contendientes del PSOE sostuvieron otro punto nodal en común: derogar la actual ley laboral. Legislación llamada estructural, tal y como la designan otras muchas economías dominadas por el financierismo neoliberal. Esto quiere decir, en pocas palabras, no imponer salarios de pobreza como palanca de la productividad y las abultadas utilidades para el capital.
Los significados de esta contienda y, en especial, del triunfo de la facción sanchista, se desparraman por otros meandros dignos de mención por su ejemplaridad. En primer término para evidenciar el drástico error del grupo oficialista que, sin oír a sus bases, derrocó al ahora ganador. En segundo término obliga a replantear la relación con el actual partido de Rajoy (Popular) al frente del gobierno español. La tónica de colaboración en marcha se precisó al permitir, con la abstención del PSOE en la segunda ronda de votación para la llamada asunción, que el partido de Rajoy ocupara la jefatura de gobierno.
La presión sobre Sánchez, antes de su defenestración, era monumental. Él se negaba a reconocer a Rajoy con su postulado de No es No. Pretendía formar gobierno, con él al frente, de una coalición que pudiera incluir a Podemos. El sistema de poder completo le urgía dar continuidad al modelo vigente y ungir a Rajoy. El argumento central era contundente: España no puede pasar otro año sin gobierno formal. En ese punto coincidían al interior de España banqueros de renombre, grandes empresarios, la casi totalidad del aparato de comunicación y los demás partidos (excepto Podemos). Los líderes de otros países de la unión, en particular los de Alemania y Francia, cumplieron su papel en este rejuego. También los organismos multilaterales hicieron fila: Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y Banco Central Europeo, a los que se sumaba la alta burocracia de la comunidad.
Dado el golpe a Sánchez la colaboración de los dirigentes del PSOE con el gobierno del PP contrariaron el sentir de su militancia. Los severos presupuestos nacionales de Rajoy, que incluyen, como siempre, recortes al Estado de bienestar, causaron enojos generalizados. En particular las reducciones a las pensiones que han sido continuas.
El desprestigio del actual grupo gobernante del PP frente a los ciudadanos se ahonda por su marcada corrupción. Prácticamente no hay día sin escándalos, juicios y reos de ese partido involucrados en robos, mafias y trampas varias. El corrosivo efecto en la ética ciudadana ha sido no sólo tupida, sino creciente. Ello lleva a ahondar la distancia entre dirigentes y la militancia que ahora los reprueba. Pero un asunto es y será medular en este rebumbio partidista: la posibilidad futura de una conjunción del PSOE con Podemos para formar una fuerza de izquierda que aspire, con fuerza indudable, a formar gobierno en venideras elecciones. Antes de que este fantasma (para el poder establecido) cobre forma práctica, habrá que pasar por alinear los programas de ambas organizaciones políticas. No se descarta, por lo pronto, una moción de censura a Rajoy, similar a la que ya propuso Podemos.
Lo esencial que conlleva esta experiencia política apunta hacia la búsqueda y formulación de las identidades perdidas de las socialdemocracias europeas, fenómeno bastante esparcido cuando se adoptan posturas y programas exigidas por los grupos de presión dominantes. Las similitudes con el caso mexicano son varias y básicas. Habrá que tomar debida nota ahora que se hacen pronósticos, se duda del futuro, plantean alianzas factibles y se esparcen temores.