El viernes concluyó la quinta edición del encuentro literario Centroamérica Cuenta
Escritores se reunieron a reflexionar sobre Cien años de soledad a medio siglo de su publicación
Domingo 28 de mayo de 2017, p. 4
Luego de cinco días de actividades, la noche del viernes concluyó en Managua, Nicaragua, el quinto Encuentro de Narradores Centroamérica Cuenta, con una sesión celebratoria del cincuentenario de la publicación de Cien años de soledad, icónica novela de Gabriel García Márquez (1927-2014).
En el conversatorio, titulado Gabo: creador de un mundo literario más allá de la realidad, participaron los escritores Carlos Franz, de Chile; Piedad Bonnet, de Colombia; Edgardo Rodríguez Julia, de Puerto Rico; Sergio Ramírez, de Nicaragua, y el mexicano Héctor Aguilar Camín, quien además leyó un texto enviado por su esposa, la también escritora Ángeles Mastretta, que no pudo asistir a la velada por haberse fracturado la mano, según se dijo.
Reunidos en el Centro Cultural Pablo Antonio Cuadra, los autores hablaron sobre lo que les ha dicho esa insigne obra literaria, en la cual, a decir de Sergio Ramírez, se cuenta nuestra historia, la de nuestras familias, la de nuestros pueblos, la de nuestras sociedades; pero no sólo la de nosotros, sino, cuando se tradujo, también un chino, un japonés, un paquistaní sintieron lo mismo
.
De acuerdo con el escritor nicaragüense, con Cien años de soledad ocurrió por vez primera, y es una de las pocas ocasiones que se ha dado en la literatura latinoamericana, el caso de que el favor de la crítica coincidiera con el del público.
Recordó que la primera edición, publicada por Editorial Sudamericana, de Argentina, constaba de 10 mil ejemplares que se vendieron en el Metro de Buenos Aires, gracias a la mejor propaganda que puede existir: la recomendación boca a boca.
Es un libro venenoso, porque no es capaz de influenciar a alguien, sino de llevarlo a la tentación de la imitación directa. García Márquez es un escritor frente al cual uno no puede sentirse influenciado, sino solamente se puede ser imitador
, afirmó Sergio Ramírez.
El autor relató cómo el propio Gabo acostumbraba aclarar que Cien años de soledad no era su gran novela, sino sólo una fábula; que la que realmente ocupaba ese lugar era El amor en los tiempos del cólera.
Por su parte, Ángeles Mastretta, en voz de Aguilar Camín, afirmó que leer a García Márquez y quererlo es algo que sucede al mismo tiempo. Uno lo admira con la misma naturalidad que a las jacarandas y del mismo modo se acerca a su prodigio; lo quiere como a la Luna, porque, como la Luna, le pertenece a cada quien de distinto modo y a todos tanto como quieran gozarla. Ahí está, es un escritor generoso y cercano como no hay otro
.
Esencial reflexión
Piedad Bonnet, en su turno, consideró esencial reflexionar sobre lo que implica para la cultura colombiana la mencionada novela, en un momento en el que ese país está iniciando un proceso de paz. “Es decir, Cien años de soledad cumple 50 años en el momento en que estamos firmando la paz después de 50 años de guerra. Como dice el narrador de la novela a propósito del coronel Aureliano Buendía: no sabía que era más fácil empezar una guerra que terminarla”, agregó la escritora.
Para Edgardo Rodríguez, este libro es una bendición y maldición. Bendición, porque nos dio la posibilidad de una gran ambición literaria; maldición, porque tuvimos la tentación de imitarlo y pienso que muchos caímos en esa ella
.
Tras precisar que pertenece a la generación subsiguiente de los primeros que leyeron Cien años de soledad, Carlos Franz comentó que para él resultó una novela impactante mas no venenosa, porque siendo chileno todo su ambiente, no sólo el escenográfico sino el verbal, le resultaba extraño, y lo más cercano que veía era la gran poesía de Pablo Neruda.
Desde esa perspectiva, no me resultaba demasiado asombrosa, sí fascinante, y cuando años después se empezaron a dar las primeras guerras culturales que tuvieron como caballo de batalla al realismo mágico, no me parecía una obra tropical, sino universal
, agregó.
Héctor Aguilar Camín contó que en cierto momento de su vida a Gabo, igual que le pasó a Leon Tolstoi al releer su Ana Karenina años después de haberla escrito, le parecía inconcebible haber hecho una historia como la Cien años de soledad.
Durante una semana, dijo, anduvo preguntando a su mujer, Mercedes, y a sus hijos cuándo escribió eso, que si había tomado mucho o fumaba algo, porque era un libro muy extraño. Sin embargo, Mercedes ya había dicho, cuando conoció el lugar natal de su marido, que éste no había inventado nada, que todo estaba en Aracataca.