inalmente, unas expectativas sí se cumplieron. You Were Never Really Here (Nunca estuviste realmente aquí), cuarto largometraje de la cineasta escocesa Lynne Ramsay, fue una de las escasas concursantes que nos recordaron por qué el cine nos apasiona. En principio, se trata de un sangriento ejercicio en neo-noir sobre Joe (Joaquín Phoenix), un matón a sueldo a quien se le encomienda rescatar a una niña (Ekaterina Samsonov), hija de un político, de una red de prostitución infantil. Como suele ocurrir, las acciones del protagonista revelan una siniestra red de poder que lo rebasa, provocando una masacre.
La historia no tiene nada de original. Es el trabajo de Ramsay el que la sitúa en otro plano. Con una recreación impresionista de la mente de Joe, la realizadora nos coloca en su peculiar mirada, trastornada por hechos del pasado. En lugar de los vulgares flashbacks, la narrativa recurre a flashazos que nos sugieren una infancia de abuso, una experiencia previa como soldado y agente de la FBI que lo han convertido en un hombre brutal –su arma de elección es un martillo–, cuyas únicas muestras de ternura son para su madre (Judith Roberts), con quien convive.
Ramsay es una poeta de la imagen y, en colaboración con el fotógrafo Thomas Townend, ha conseguido una nueva y alucinante versión del mítico western Más corazón que odio (The Searchers, John Ford, 1956), en la cual el rescate es mutuo. Al final, Joe no tiene adónde ir, pero se ha humanizado en el proceso.
La versión que vimos de You Were Never Really Here no estaba aún terminada, lo que explica su programación hasta el mero fin del festival. Le faltaba la secuencia de créditos finales y es probable que aún se modifique su estructura antes de su estreno. De cualquier forma, confirma la estatura de Ramsay, quien no ha filmado lo suficiente. Su anterior película, la perturbadora Tenemos que hablar de Kevin, es de 2011.
En cambio, el octogenario Roman Polanski cerró la sección oficial con una de sus realizaciones más flácidas, D’après une histoire vraie (Basada en una historia real), adaptación de la novela de Delphine de Vigan, debida a Olivier Assayas y él mismo. De nueva cuenta, es un thriller sicológico en el que una exitosa escritora (Emmanuelle Seigner, esposa del director) es asediada por una admiradora (Eva Green) que empieza a inmiscuirse en su vida hasta controlarla por completo. Según se ve, estamos ante el tema del sicópata confianzudo que aspira a imitar a su objeto de admiración.
Sorprende que talentos considerables como el de Assayas y el propio Polanski no hayan podido elevar la fórmula. La película evoca a Miseria (Rob Reiner,1990) y Mujer soltera busca (Barbet Schroeder, 1992), sin conseguir el sentido de amenaza de ambas, lo cual es el colmo. Los diálogos se sienten artificiales y hacen ver mal a una otrora actriz sutil como Green. Incluso, las secuencias oníricas son de risa, como demostró el público de su primera función.
La competencia ha sido tan mediocre en esta ocasión que ahora la crítica ni siquiera se ha molestado en hacer pronósticos de premios. No hay una favorita consensual, como en otros años. Para mi gusto sólo ha habido un puñado de títulos dignos del prestigio de Cannes: Nelyubov, del ruso Andrei Zvyagintsev; 120 battements par minute, del francés Robin Campillo; Good Time, de los hermanos estadunidenses Safdie, y la ya mencionada película de Ramsay, en el orden en que fueron exhibidas. Hay quienes prefieren The Square, del sueco Ruben Östlund y hasta Happy End, de Michael Haneke. Pero todos coinciden que no fue una selección memorable. Ya veremos mañana las preferencias del jurado.
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