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Ver día anteriorDomingo 4 de junio de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El nuevo sesgo del terrorismo
A

escala internacional, pero especialmente en los países altamente desarrollados, los avances tecnológicos realizados para localizar, individualizar y contener atentados terroristas de alcance masivo han tropezado con una derivación tan imprevista como indeseable, inaugurando lo que se puede caracterizar como una nueva modalidad del terrorismo.

La sustitución –por parte de los atacantes– de la electrónica por la mecánica, de la sofisticación científica por la infraestructura urbana y de la planeación minuciosa por la improvisación artesanal, vuelve ineficaces los dispositivos creados para la detección de armas y explosivos, así como las medidas pensadas para reducir los efectos de la agresión. Frente a las nuevas acciones que están llevando a cabo cada vez con mayor frecuencia los grupos terroristas, los aparatos estatales tienen ante sí un desafío que hasta ahora no saben bien a bien cómo afrontar.

Los atentados perpetrados ayer en Londres constituyen una muestra más de lo que ya se ha perfilado como una estrategia que cumple con el propósito esencial del terrorismo (por definición, infundir terror), que no exige mayores recursos económicos ni gran despliegue logístico, y que resulta sumamente difícil de predecir porque puede surgir repentinamente en cualquier espacio de circulación pública para dejar allí su atroz testimonio.

La lista de episodios parecidos al de la capital británica, donde vehículos automotores de distinto tipo fueron utilizados a manera de armas, se alarga con alarmante frecuencia y regularidad. En el último año y medio, los atropellamientos colectivos de Niza (84 muertos y 200 heridos), Berlín (12 muertos y 48 heridos), Jerusalén (cuatro muertos y 10 heridos), Estocolmo (cuatro muertos) y Ohio (10 heridos) evidencian que se trata de una nueva forma de operar. El modelo, sin embargo, se inspira en el atentado con el que Al Qaeda inauguró el siglo XXI, cuando para atacar los edificios más emblemáticos de Estados Unidos (las Torres Gemelas) no usó complicados misiles, que podrían haber sido detectados, interceptados y derribados a tiempo, sino simples aviones comerciales de línea.

El novedoso modus operandi de las organizaciones terroristas plantea, además, varios problemas colaterales que refuerzan su sombría eficacia. Uno es la completa invisibilidad del ejecutor hasta el momento mismo del ataque: antes de que se produzca éste, el agresor es sólo un ciudadano común, indistinguible de quienes lo rodean, que va conduciendo un vehículo igualmente normal hasta el momento preciso en que decide convertirlo en arma. Otro es el ambiente de temor que genera y que en primera instancia le da a cualquier incidente el carácter de acto terrorista: ejemplo de ello es el también reciente asalto a un casino de Manila, que el atracador incendió (con saldo de 38 muertos) generando inicialmente la versión de un atentado. No lo fue, pero el Estado Islámico aprovechó para reivindicar el hecho como propio, potenciando así, aunque sea temporalmente, la idea de que nadie escapa al alcance de sus acciones. Esta forma de situar al terrorismo en el ámbito de lo cotidiano le da la posibilidad de ostentar más poder que el que realmente tiene; al atribuirse toda clase de incidentes urbanos, casuales o provocados por terceros, los líderes terroristas proyectan la sombra del poder que dicen tener para alcanzar sus fines.

Es por eso que una de las tareas que tienen ante sí los estados, con miras a proteger la integridad de sus ciudadanos, es examinar esta estrategia, que además de significar enormes riesgos para éstos, fortalece día con día los sentimientos de inseguridad, desamparo e incertidumbre que impregnan la actual coyuntura internacional.