Opinión
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Warhol: la estrella oscura
L

os artistas y escritores siguen siendo los mejores termómetros de la sociedad y, sin proponérselo, sus mejores videntes. Políticos y economistas con sus estudios y estadísticas prospectivas bajo el brazo han resultado más ineficaces y onerosos a la hora de tomarle el pulso a los procesos sociales. Michel Houellebecq, por ejemplo, nos permitió ver en su novela Sumisión el complejo entramado del islam en París mucho mejor que los expertos consultados por los políticos.

Norman Mailer comentó en una entrevista con Vincent Canby, publicada el 27 de octubre de 1968, en la edición dominical de The New York Times, que en el futuro, cuando alguien quiera entender los disturbios de nuestras ciudades, la película Kitchen de Andy Warhol podría darle las claves.

Su comentario sorprendió entonces y aún podría sorprendernos por la misma razón: en Kitchen no ocurre nada. Tres mujeres de minifalda en un desayunador; una estornuda constantemente, otra se corta el fleco, la tercera con sombrero parece una estatua. De repente fuman, aparece un hombre con abrigo de pieles y abre el refrigerador, otra u otro personaje que había permanecido de pie casi inmóvil sale de cuadro. La cámara está fija en un plano general y nada se escucha.

La mesa de Kitchen podría ser la de cualquier hogar o restaurante de nuestros días donde cada uno vive en su mundo mirando su teléfono celular. Kitchen, para Mailer, podría ser la mejor película sobre el siglo XX y el tiempo todavía podría darle la razón.

Pocos artistas han logrado concentrar en algunas imágenes las luces y las sombras del imperio más grande de toda la historia como Andy Warhol. Del rostro de Marilyn Monroe a las imágenes de la sopa Campbell’s y la silla eléctrica; de los accidentes automovilísticos a esa perturbadora antología de 16 rostros de Jackie Kennedy que fueron tomados en noviembre de 1963 cuando asesinaron a su marido y que Warhol intervino.

El dinero, el poder, la fama, la violencia y el consumo como forma de vida son las constantes en la obra de Warhol.

Subversivo y cínico Warhol reconstruye con ironía asombrosa la decadencia de un modelo de vida que aún es el modelo con el sueñan millones. El llamado sueño americano.

Visionario como pocos, Andy Warhol vislumbró lo razonado por su contemporáneo Marshall McLuhan: el tremendo impacto que los medios masivos tendrían en la sociedad del futuro, en la aldea global.

Las redes sociales cada día refrendan aquella sentencia de Warhol donde señala que en el futuro todos seremos famosos durante 15 minutos. Los tradicionales medios electrónicos hicieron esto posible aunque decidieron, durante años, a quién encumbrar o denostar masivamente. Ahora YouTube, Twitter, Facebook o Instagram, con menos filtros, han hecho esto posible de manera apabullante pero con un matiz: los famosos trending topic son gloria o miseria de un día y olvido de pasado mañana.

Un ejemplo bastaría para documentar la importancia de los medios masivos en la sociedad actual: el presidente Donald Trump, quien además de ser un empresario fue un exitoso conductor de televisión. No sólo eso, como presidente ha hecho del Twitter su herramienta de comunicación cotidiana. Si existe un representante paradigmático de la aldea global es él sin duda.

Trump y Warhol, por cierto, coincidieron en lo que fue la inauguración de la legendaria discoteca Estudio 54. La cena previa a la apertura, según la nota de la periodista Rosa Álvarez en Grazia.es fue apadrinada por Andy Warhol y Calvin Klein y a la fiesta inaugural invitaron a 5 mil personas entre las que se encontraban Diana Ross, Mick Jagger, Liza Minelli, Salvador Dalí, Brooke Shields y Donald Trump.

Hace unos días en el Museo Jumex fue montada la exposición Andy Warhol: estrella oscura y me sorprendió que a un par de semanas de inaugurada la muestra largas filas de jóvenes nos refrenden el poder hipnótico de sus imágenes elaboradas hace más de medio siglo.

No sé qué hubiera pensado el artista que hizo de los objetos de consumo cotidiano –de las imágenes icónicas del cine y el poder político a las cajas de cereal– ante la congregación de tantos jóvenes teléfono en mano tratando de lograr una selfie furtiva (las fotos están prohibidas) junto a una de sus obras. Por supuesto Marilyn Monroe es la favorita pero también las latas de sopa Campbell’s.

Si el sueño americano sigue siendo el sueño de tantos nos convendría recuperar la idea de Warhol sobre lo americano: “Comprar es mucho más americano que pensar, y yo soy el colmo de lo americano. En Europa y en Oriente a la gente le gusta comerciar (comprar y vender, vender y comprar), básicamente son mercaderes. Los americanos no tienen tanto interés en vender (de hecho prefieren tirar antes que vender). Lo que realmente les gusta es comprar (gente, dinero, países)”.

Andy Warhol ha sido uno de los principales exaltadores del sueño americano. También uno de sus más feroces críticos. Si están Marilyn Monroe y Liz Taylor en su iconografía sorprendente, también se encuentran en ese catálogo de figuras impresas que parecen no tener fin, los rostros de criminales, fatales accidentes automovilísticos y la silla eléctrica.